miércoles, mayo 09, 2007

Discurso de S.S. Benedicto XVI a su llegada al aeropuerto Guarulhos, São Paulo Brazil

Excelentísimo Señor Presidente de la República
Señores Cardenales y Venerados Hermanos en el Episcopado
¡Queridos Hermanos y Hermanas en Cristo!

1. Es para mí motivo de particular satisfacción iniciar mi Visita Pastoral a Brasil y presentar a Vuestra Excelencia, en calidad de Jefe y representante supremo de la gran nación brasileña, mis agradecimientos por la amable acogida que me fue dispensada. Un agradecimiento que extiendo con mucho placer, a los miembros del Gobierno que acompañan Vuestra Excelencia, a las personalidades civiles y militares aquí reunidas y a las autoridades del Estado de São Paulo. En sus palabras de bienvenida, siento escuchar, Señor Presidente, los sentimientos de cariño y amor de todo el Pueblo brasileño para con el Sucesor del Apóstol Pedro.

Saludo fraternalmente en el Señor a mis queridos Hermanos del Episcopado que aquí han venido para recibirme en nombre de la Iglesia que está en Brasil. Saludo igualmente a los sacerdotes, los religiosos y las religiosas, los seminaristas y los laicos comprometidos con la obra de la evangelización de la Iglesia y con el testimonio de una vida auténticamente cristiana. Finalmente dirijo mi afectuoso saludo a todos los brasileños sin distinción, hombres y mujeres, familias, ancianos, enfermos, jóvenes y niños, a todos digo de corazón: ¡Muchas gracias por vuestra generosa hospitalidad

2. El Brasil ocupa un lugar muy especial en el corazón del Papa no solamente porque nació cristiano y hoy tiene el más alto número de católicos, sino sobretodo, porque es una nación rica en potencialidades, con una presencia eclesial que es motivo de alegría y esperanza para toda la Iglesia. Mi visita, Señor Presidente, tiene un objetivo que sobrepasa las fronteras nacionales: vengo a presidir en Aparecida, la sesión de apertura de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, por una providencial manifestación de la bondad del Creador, este país deberá servir de cuna para las propuestas eclesiales que, Dios lo quiera, podrán dar un nuevo vigor y empuje misionero a este Continente.

3. En esta área geográfica los católicos son una mayoría, esto significa que ellos deben aportar de modo particular al servicio del bien común de esta Nación. La solidaridad será, sin duda, palabra llena de contenido para las fuerzas vivas de la sociedad, cada cual dentro de su propio ámbito, se empeñe seriamente por construir un futuro de paz y de esperanza para todos.

La Iglesia Católica –como puse en evidencia en la Encíclica Dios caritas est– "transformada por la fuerza del Espíritu y llamada para ser, en el mundo, testimonio del amor del Padre que quiere hacer de la humanidad una única familia, en su Hijo" (cf. 19), da así un profundo compromiso con la misión evangelizadora, al servicio de la causa de la paz y de la justicia. La decisión, por tanto, de realizar una Conferencia esencialmente misionera, refleja la preocupación del episcopado, tanto como la mía, de buscar caminos adecuados para que, en Jesucristo, "nuestros pueblos tengan vida", como reza el tema de la Conferencia. Con esos sentimientos, quiero ir más allá de las fronteras de este país y saludar todos los pueblos de América Latina y del Caribe deseando con las palabras del Apóstol, "Que la paz esté con todos ustedes que estáis en Cristo" (1Pt 5,14).

4. Estoy agradecido Señor Presidente, a la Divina Providencia que me concede la gracia de visitar a Brasil, un país de gran tradición católica. Ya tuve la oportunidad de referir el motivo principal de mi viaje que tiene un alcance latinoamericano y un carácter esencialmente religioso.

Estoy muy feliz por poder estar algunos días con los brasileños. Sé que el alma de este Pueblo, como la de toda América Latina, conserva valores radicalmente cristianos que jamás serán destruidos. Y estoy seguro de que en Aparecida, durante la Conferencia General del Episcopado, será reforzada esta identidad, para promover el respeto por la vida, desde su concepción hasta su última extinción natural, como exigencia propia de la naturaleza humana; hará también de la promoción de la persona humana el eje de la solidaridad con los pobres y desamparados.

La Iglesia quiere apenas indicar los valores morales de cada situación y formar a los ciudadanos para que puedan decidir consciente y libremente; en este sentido, no dejaré de insistir en el empeño que deberá hacerse para asegurar el fortalecimiento de la familia –como célula madre de la sociedad; de la juventud– cuya formación constituye un factor decisivo para el futuro de una Nación y, finalmente, pero no en último lugar, defendiendo y promoviendo los valores subyacentes en todos los segmentos de la sociedad, especialmente de los pueblos indígenas.

5. Con estos auspicios al renovar mis agradecimientos por la calurosa acogida de la que soy objeto como Sucesor de Pedro, invoco la protección materna de Nuestra Señora de la Concepción Aparecida, evocada también como Nuestra Señora de Guadalupe, Patrona de las Américas, para que proteja e inspire a los gobernantes en la ardua tarea de ser promotores del bien común, reforzando los lazos de fraternidad cristiana para bien de todos sus ciudadanos. ¡Dios bendiga América Latina! ¡Dios bendiga Brasil! Muchas gracias.

FUENTE Celam.info

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