domingo, marzo 30, 2008

Domingo de la misericordia divina

 

    

Domingo 30 de Marzo de 2008

Día de La Divina Misericordia

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"Quiero que la imagen sea bendecida solemnemente el primer domingo después de Pascua y que se le venere públicamente para que cada alma pueda saber de ella. "

 Jesucristo a Faustina Kowalska(Diario 341)

"Deseo conceder el perdón total a las almas que se acerquen a la confesión y reciban la Santa Comunión el día de la Fiesta de Mi Misericordia."

Jesucristo a Faustina Kowalska (Diario 1109)

  

la fiesta de la Anunciacion

 
 

 
 
 
 

MARÍA SANTÍSIMA, EL TESORO DE DIOS

Dios Padre creó un depósito de todas las aguas y lo llamó mar. Creó un depósito de todas las gracias y lo llamó María. El Dios omnipotente posee un tesoro o almacén riquísimo en el que ha encerrado lo más hermoso, refulgente, y precioso que tiene, incluido su propio Hijo. Este inmenso tesoro es María Santísima, a quien los santos llaman el Tesoro de Dios, de cuya plenitud se enriquecen los hombres. (n.23)
 
Dios Hijo comunicó a su Madre cuanto adquirió mediante su vida y muerte, sus méritos infinitos y virtudes admirables, y la constituyó tesorera de todo cuanto el Padre le dio en herencia. Por medio de Ella aplica sus méritos a sus miembros, les comunica virtudes y les distribuye sus gracias. María constituye su canal misterioso, su acueducto, por el cual hace pasar suave y abundantemente sus misericordias. (n.24)
 
Dios Espíritu Santo comunicó a su fiel Esposa, María, sus dones inefables y la escogió por dispensadora de cuanto posee. De manera que Ella distribuye a quien quiere, cuanto quiere, como quiere y cuando quiere todos sus dones y gracias. Y no se concede a los hombres ningún don celestial que no pase por sus manos virginales. Porque tal es la voluntad de Dios que quiere que todo lo tengamos por María. Y porque así será enriquecida, ensalzada y honrada por el Altísimo la que durante su vida se empobreció, humilló y ocultó hasta el fondo de la nada por su humildad. Estos son los sentimientos de la iglesia y de los Santos Padres. (n.25)

lunes, marzo 24, 2008

El primero o el Ultimo????

Cuando los seglares o laicos caemos en la manía del protagonismo
         
Escrito por Redacción   
sábado, 22 de marzo de 2008
Orden Franciscana Seglar
 
Los laicos en muchas ocasiones, cuando nos dedicamos al servicio del altar, al servicio de la Iglesia, a la catequesis o a la evangelización, incurrimos en un vicio o manía que lejos de ser ayuda para la labor que Cristo nos ha encomendado, se convierte en medio que aleja a los hermanos de acudir a la Iglesia y de conocer el Reino de Cristo. Este vicio o manía es la que conocemos como protagonismo.

Los humanos de este siglo, desde niños hemos puesto nuestros sentidos en la observación de películas cinematográficas y en las historias novelescas de la televisión. Vivencias en las que se narra la vida de personajes famosos. Historias que son interpretadas por actores que protagonizan el papel de los principales personajes.

Así, sin percatarnos, desde niños empezamos a desear ser los protagonistas que imitan a esos personajes principales de las historias que se relatan en los filmes y las telenovelas. Inconscientemente venimos desarrollando dentro de nosotros mismos actitudes desatinadas de afectación histriónica para simular ser lo que no se es.

Esta suma de actitudes desatinadas es lo que conocemos como Protagonismo.

El protagonismo es esa manía de sentirse el centro de la atención social. Es esa obsesión de ser reconocido como la persona más calificada y necesaria en determinada actividad, independientemente de que se posean o no méritos que lo justifiquen. La ilusión por ser reconocidos como el personaje principal de su entorno social, mueve a la ficción de simular ser lo que no se es, hasta llenar ficticiamente sus vacíos vivenciales.

Los vacíos vivenciales inducen a jactarse de grandeza, de popularidad o de ensoberbecimiento, en la enajenante esperanza de un mañana en el que pudiera protagonizar el papel de ser el héroe o la heroína de las películas y telenovelas preferidas. Siempre se habla de los peligros éticos, morales y psicológicos del cine y de la televisión, pero no se advierte de las perturbaciones psíquicas que el protagonismo desencadena en la conducta de los espectadores.

Analizando y recordando esas vivencias que son comunes a todos los seres humanos, no debemos olvidar que el ser humano no solamente es consecuencia de su herencia genética, sino que también es el resultado de la programación psicológica del medio ambiente social y cultural en el que se desarrolla. No hay quien no haya soñado en su niñez -y algunos lo conservan en el subconsciente- la esperanza de protagonizar una de esas fabulosas historias que siempre deseo realizar.

En la conciencia de toda persona subyacen esos sentimientos de personificar y realizar todo lo que sus héroes y heroínas sembraron en sus mentes sin tomar conciencia del desarrollo subliminal de los yoes que hacen que el ser humano se comporte de manera extraña y extravagante.

Y es que no hay quien -de una u otra manera- no quiera ser el centro de atención de quienes lo rodean. No hay quien no quisiera ser como los protagonistas principales de las películas y las telenovelas.

Que los actores simulen los personajes que han elegido representar, es un talento histriónico que merece el reconocimiento de sus admiradores; pero quienes tienen la manía de simular protagonismos sin ser de la profesión de los actores, definitivamente están pretendiendo sorprender y engañar a sus semejantes con alguna vil intención o, lo más triste, distraer la atención del único centro de atención que debe ser Cristo, para encaminar esa misma atención en nuestras personas.

Aquellos que recurren a urdir protagonismos, sea cuales fueren sus propósitos y argumentos justificativos, actúan con deshonestidad y perversidad de intenciones.

El deseo de ser iguales a otros, induce a fantasear preciándose de ser indispensables. Los personajes piensan que sin ellos las cosas no podrán funcionar. Que son lo mejor, sin darse cuenta que el rol que quieren protagonizar ni siquiera es compatible con sus personalidades.

Cuando la desinteligencia impide comprender que en la vida cotidiana no siempre se puede realizar el protagonismo que se desea, el porfiado subconsciente motivará oportunidades inusitadas, que al parecer ofrece nuevas alternativas para protagonizar.

Analizando cada una de nuestras vidas es casi seguro que descubriremos muchísimas actitudes en las que tratamos de ser los protagonistas del grupo en el que estamos, o de alguna experiencia que tratamos de mostrar a quienes nos rodean, en el afán de ser distintos y mejores que los demás. El protagonismo se ha constituido en un síndrome psíquico que nos impulsa a ser extravagantes, que nos hace creer que son aquello que no somos realmente.

Cuando descubrimos algún conocimiento especial o cuando nos enteramos de ciertas circunstancias de la vida de los demás, no vacilamos en tratar de penetrar en esos ambientes y ganar esos espectadores que nos concedan la admiración y el reconocimiento que aspiramos.

Es cierto que todo ser humano se siente fortalecido con el afecto, el amor, el respeto y la admiración de sus semejantes; pero, cuando caemos en el protagonismo, ¿estamos conquistando aquellas cosas que tanto deseamos?,o ¿no será más bien, que -sin darse cuenta- estamos haciendo el ridículo de aparentar ser lo que realmente no somos?

Hombres y mujeres de todas las esferas sociales, insensatamente compiten en una carrera por tratar de ser protagonistas de paradigmas ajenos y extrañas a la historia de sus vidas, cayendo en el auténtico protagonismo de las enajenaciones conocidas. Meditemos, porque el protagonismo -sin habernos propuesto- ha logrado arrastrar a la conciencia social de nuestro mundo creando personajes de ficción que confunden nuestras relaciones con quienes nos rodean. ¿Cómo nos enseña Cristo a no caer en el protagonismo?

A través de su Palabra, Cristo nos responda a aquellos que quieren estar delante de los demás, encabezando el escenario, en la búsqueda de controlar a los demás.

La petición de Santiago y Juan (Mt. 20. 20-23)

Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, se acercaron a Jesús y le dijeron: "Maestro, queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir". Él les respondió: "¿Qué quieren que haga por ustedes?". Ellos le dijeron: "Concédenos sentarnos uno a tu derecha y el otro a tu izquierda, cuando estés en tu gloria".

 Jesús les dijo: "No saben lo que piden. ¿Pueden beber el cáliz que yo beberé y recibir el bautismo que yo recibiré?". "Podemos", le respondieron.

Entonces Jesús agregó: "Ustedes beberán el cáliz que yo beberé y recibirán el mismo bautismo que yo. En cuanto a sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo, sino que esos puestos son para quienes han sido destinados".

El carácter servicial de la autoridad. (Mt. 20. 24-28 Lc. 22. 24-27)

Los otros diez, que habían oído a Santiago y a Juan, se indignaron contra ellos. Jesús los llamó y les dijo: "Ustedes saben que aquellos a quienes se considera gobernantes, dominan a las naciones como si fueran sus dueños, y los poderosos les hacen sentir su autoridad. Entre ustedes no debe suceder así.

Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero, que se haga servidor de todos. Porque el mismo Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud".

Quien quiera ser grande, que empiece por ser pequeño Hemos de ser esclavos de todos si queremos hacer la voluntad de Cristo. Pero eso no es fácil. Incluso, nos parece intolerable. ¿Cómo es que Jesús nos dice cosas así? Pues Él se hizo esclavo de todos nosotros, siendo Dios, murió, con una muerte terrible y afrentosa.

Y por ello nos salvó. La realidad es que servir es mejor que ser servido, porque sirviendo no hay ambición, ni gusto por el poder, ni por el dinero. Así lo hacen miles de misioneros y misioneras que lo dejan todo por llevar un poco de felicidad a los pobres más pobres de la tierra. Ellos se convierten en servidores de esos pobres tan pobres. El evangelio nos alerta: quien quiera ser grande, que empiece por ser pequeño. A ir contracorriente.

 A no pretender aquello que no le corresponde. A no vivir sumido en sueños inalcanzables. A no estar acomodado o bien situado. Donde explota la pobreza, los que son misioneros, plantan la esperanza; donde existe riqueza, los misioneros alientan la caridad; donde aflora la injusticia, los misioneros propugnan un equitativo reparto de los bienes.

Donde no aparece Dios, los misioneros ( y esa es la novedad que llevan consigo) pregonan y son testigos de un Jesucristo que sigue vivo, operativo en su iglesia y salvación de todos los hombres. Pretender reducir, la vida de nuestros misioneros, a una simple labor humanitaria sería traicionar al sentido evangélico, la vocación a la cual se sintieron llamados. Oración y trabajo, anuncio y servicio, justicia y evangelio, Dios y hombre, paz y pan, son entre otros, vías paralelas que son irrenunciables, complementarias y que constituyen la grandeza y el rostro mejor, de aquellos que son felices anunciando a Jesucristo muerto y resucitado. Ellos, los misioneros, son así.

Disfrutan (no tanto soñando con un puesto junto a Dios) sino cumpliendo la voluntad de Dios y anunciándolo de balde allá donde la iglesia los ha enviado. Como, los Zebedeos, también nosotros estamos llenos de defectos y de aspiraciones. Lo malo, no es tenerlas, sino la falta de conciencia de lo que supone seguir a Jesús: beber el trago amargo de su cáliz (persecución, incomprensión, hostilidades o sacrificios)

Ojala, ante el Señor, digamos: concédenos ser los primeros en generosidad; los primeros en sensibilidad misionera; los primeros en dar a conocer tu nombre; los primeros en valorar la labor impresionante de nuestros misioneros, etc.

No estará de más, por lo menos, pedirlo con sinceridad. Entre otras cosas porque, podemos correr el riesgo de olvidar que, también desde aquí, como San Francisco Javier podemos ser testigos y maestros de la misión: anunciado a Jesucristo y facilitando medios para las misiones católicas.

¿Quiero ser el primero y el último?

¿El primero en exigir y el último en ofrecer?
¿El primero en soñar, y el último en trabajar?
¿El primero en aspirar, y el último en superarme?
¿El primero en dudar, y el último en creer?
¿El primero en ser servido, y el último en ayudar?

¿Pretendo ser el primero y el último?

¿El primero en cerrar la mano, y el último en abrirla?
¿El primero en anhelar grandezas, y el último en ser sencillo?
¿El primero en humillar, y el último en ser humillado?
¿El primero en mirar a otro lado, y el último en salir al paso?
¿El primero en mandar, y el último en obedecer?

¿Soy el primero y el último?

 ¿Soy el primero en ser recomendado, y el último en recomendar?
¿Soy el primero en vanidad, y el último en humildad?
¿Soy el primero en silenciar, y el último en anunciar?
¿Soy el primero en quejarme, y el último en sufrir?
¿Soy el primero en temor, y el último en valentía?

 Oración

Dios todopoderoso y eterno, te pedimos entregarnos a ti con fidelidad y servirte con sincero corazón. Por Jesucristo, nuestro Señor

domingo, marzo 23, 2008

REGINA COELI

Cristo resucitado, este es el mensaje central de la liturgia de Pascua. Ante todo, Jesucristo resucitado, como objeto de fe, ante la evidencia del sepulcro vacío: "vio y creyó" (Evangelio). Cristo resucitado, objeto de proclamación y de testimonio ante el pueblo: "A Él, a quien mataron colgándolo de un madero, Dios lo resucitó al tercer día" (primera lectura). Cristo resucitado, objeto de transformación, levadura nueva y ácimos de sinceridad y de verdad: "Sed masa nueva, como panes pascuales que sois, pues Cristo, que es nuestro cordero pascual, ha sido ya inmolado" (segunda lectura).


Mensaje doctrinal

1. Cristo resucitado, objeto de fe. El sepulcro, aunque esté vacío, no demuestra que Cristo ha resucitado. María Magdalena fue al sepulcro y llegó a la siguiente conclusión: "Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde lo han puesto". Pedro entró en el sepulcro y comprobó que "las vendas de lino, y el paño que habían colocado sobre su cabeza estaban allí". Ni María ni Pedro creyeron, al ver el sepulcro vacío, que Jesucristo había resucitado. Sólo Juan, "vio y creyó", porque el sepulcro vacío le llevó a entender la Escritura, según la cual Jesús tenía que resucitar de entre los muertos (Evangelio). "Esto supone, nos enseña el catecismo 640, que constató en el estado del sepulcro vacío que la ausencia del cuerpo de Jesús no había podido ser obra humana". El conocimiento que, hasta entonces, Juan tenía de la Escritura era nocional, por eso afectaba solamente sus ideas; ahora, al entrar en el sepulcro vacío, ver las vendas y el sudario, el conocimiento de la Escritura se convierte en experiencial y vital. Todavía Cristo resucitado no se le ha aparecido, pero ya lo ha "visto", porque la Palabra de Dios es verdadera; las apariciones de Cristo a los discípulos no harán, sino confirmar la fe en la resurrección.

2. Cristo resucitado, objeto de proclamación. Cuando el hombre vive una experiencia profunda, no la puede callar, por más que sea consciente de que sus palabras no lograrán nunca expresar la intensidad, viveza y plenitud de la experiencia. La experiencia de Cristo resucitado fue tan marcada en el alma de los apóstoles y discípulos, que necesariamente tenían que hablar de ella, a quienes no la habían tenido. Bueno, no sólo hablar de ella, sino también testimoniarla, es decir, proclamar su verdad, incluso, llegado el caso, con el sufrimiento y con la vida. Callar esa experiencia, hubiese sido una muestra de egoísmo imperdonable. Por eso, los cristianos, durante los primeros años, y como primer anuncio, eran monotemáticos. Lo único que decían era que "Cristo fue matado por los judíos, pero que Dios lo resucitó de entre los muertos". Todo lo demás gira en torno a este grande mensaje. No proclaman ideas, por muy bellas que puedan ser, sino acontecimientos vividos en primera persona. Esta experiencia de Cristo resucitado no fue pasajera, sino que llegó a incorporarse, por así decir, a su misma existencia en este mundo, y por este motivo, nunca cesaron de proclamar con sus labios y con su vida la resurrección de Jesucristo.

3. Cristo resucitado, objeto de transformación. Hay una relación estrechísima entre resurrección de Jesucristo y transformación del hombre. Cristo, hombre perfecto, es el primero transformado al ser resucitado por Dios, llegando a ser un hombre totalmente penetrado por el Espíritu. San Pablo nos habla de la transformación ética, que comporta la experiencia de Cristo resucitado, una transformación que toca las raíces mismas del hombre: la sinceridad y la verdad. A su vez, el hombre transformado por Cristo resucitado, es capaz de transformar a otros, como la levadura es capaz de hacer fermentar toda la masa. Esta transformación ética y misionera se fundamenta en la transformación interior, operada por el Espíritu de Cristo, que hace de todo el que ha experimentado a Cristo resucitado un hombre enteramente espiritual, impregnado del Espíritu.


Sugerencias pastorales

1. Experimentar a Cristo resucitado. La experiencia se hace o no se hace, se tiene o no se tiene. No puedes mandar un representante para que haga la experiencia por ti. El cristianismo es una fe, pero penetrada por una experiencia vital, a fin de que la fe no decaiga. La experiencia viva de Cristo resucitado la puede hacer cualquier cristiano. Puesto que es un don que Dios concede, lo primero que habrá que hacer es pedirla. ¡Qué mejor día que el domingo de Pascua para pedir al Señor la gracia de esta experiencia! El cristiano puede disponerse a recibir el don de esta experiencia, mediante el desarrollo de una sensibilidad espiritual creciente. Al contacto con Dios, el hombre va gustando a Dios y las cosas de Dios, va adquiriendo una mayor capacidad de escucha y de docilidad al Espíritu, va sintonizando más con la fe de la Iglesia. Esto constituye el terreno cultivado para que en él pueda nacer y florecer la experiencia de Cristo resucitado. Todos sin excepción estamos llamados a hacer esta experiencia. No pensemos que es sólo para unos cuantos místicos, que tienen una cierta propensión a estos estados del alma. Es importante, para todo cristiano, el hacerla, porque, quien la haya hecho, no podrá seguir viviendo de la misma manera, incluso si ya se llevaba una vida cristiana buena. Esa experiencia viva e intensa toca y cambia la mentalidad, las costumbres, el estilo de vida, el modo de relacionarse con los demás, los criterios de acción, las mismas obras, hasta el mismo carácter. Si has hecho ya esta experiencia de Cristo resucitado, creo que estarás de acuerdo conmigo en que con ella nos vienen todos los bienes. Si todavía no la has hecho, pide al Señor que te conceda hacerla cuanto antes. ¡Ojalá sea el don que Dios te concede esta Pascua!

2. La resurrección de Jesucristo y la ética cristiana. ¿Existe una ética cristiana? Digamos, al menos, que existe un modo cristiano de vivir la ética. Existe sobre todo un fundamento de la ética cristiana, que es la persona de Jesucristo, principalmente el misterio de su resurrección. Una ética que no esté fundada en la persona y en el mensaje de Jesucristo, no podrá recibir el nombre de cristiana. Y cuando hablo de ética cristiana, no me refiero ni sólo ni principalmente a los profesores de ética en las universidades, en los institutos o en los seminarios, sino al comportamiento cristiano en su trabajo, ante los medios de comunicación, en el ámbito de la familia, ante los impuestos, ante el pluralismo religioso, etcétera. Cristo resucitado nos ha hecho partícipes de su vida divina mediante el bautismo y la gracia santificante, y desea continuar repitiendo en nosotros su presencia ejemplar en la historia. Vivamos la experiencia de Cristo resucitado, y estemos seguros de vivir siempre un comportamiento ético digno del hombre. Entonces realmente la resurrección de Jesucristo será el centro de nuestra vida y de nuestra fe.

Por el padre Antonio Izquierdo

 

REGINA COELI

(Es el ángelus del tiempo pascual, es decir, el que se reza durante los 50 días siguientes al Domingo de Resurrección, hasta el día de la Ascensión del Señor).

Reina del cielo, alégrate, aleluya,

porque el Señor, a quien mereciste llevar, aleluya,

ha resucitado, según su palabra, aleluya.

Ruega a Dios por nosotros, aleluya.

V. Gózate y alégrate, Virgen María, aleluya.

R. Porque resucitó verdaderamente el Señor, aleluya.

Oración: ¡Oh Dios, que por la resurrección de tu Hijo. nuestro Señor Jesucristo, te has dignado alegrar al mundo! Concédenos, te rogamos, que por la intercesión de su Madre, la Virgen María, alcancemos los gozos de la vida eterna. Por el mismo Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

ORACION A JESUS RESUCITADO



Señor Jesucristo, creo que eres el Hijo resucitado y glorioso de
Dios Padre y que estás aquí entre nosotros, vivo e intercediendo por
mí amándome y queriendo ayudarme. A ti me entrego, confiada ¡Porque
sé que quieres curarme y eres omnipotente para hacerlo!

Señor Jesús, Te lo ruego: perdona mis pecados, fallas y omisiones y
cura, principalmente en mí, mis malos hábitos. Quiero, con tu
gracia, perdonar a los que me ofendieron y afligieron.

Jesucristo, mi Dios y mi Amigo, en este instante Te acepto como mi
amado Salvador y Señor, único dueño de todas las áreas de mi ser, de
todo lo que soy y poseo.

Jesús, mi Señor y Rey, Te pido que entres ahora en mi vida y
permanezcas conmigo según lo prometiste: "Estaré siempre contigo,
hasta el fin de los tiempos." Yo creo en tu Palabra.

Señor Jesús, yo Te entrego, en este momento, mi mente, mi voluntad
AMEN

domingo, marzo 16, 2008

Fallece Chiara Lobich fundadora de los Focolares

 

"Tengo un solo esposo sobre la tierra, Jesús Crucificado y Abandonado. No tengo otro Dios fuera de Él". Así empieza una de las meditaciones más conocidas de Chiara Lubich, la fundadora del movimiento de los Focolares, que acaba de fallecer. De ella se puede decir, sin duda, que ha puesto en marcha una "familia espiritual" dedicada a promover la unidad a todos los niveles –dentro y fuera de la Iglesia-, rescatando la enorme importancia que tiene la presencia del Señor en medio de los discípulos (Mt 18, 20), que había sido olvidada en la práctica durante siglos. Pero, al menos para mí –fui miembro de su movimiento durante muchos y decisivos años en mi vida-, tan atractivo como eso fue el enorme amor que ella tenía a Cristo crucificado –hasta llegar a una unión que no desmerecía en nada los más altos niveles de mística que se han conocido en la Iglesia- y a la Santísima Virgen. Junto a estas tres características de su espiritualidad, hay que poner otra: el apasionado amor a la Iglesia y en particular al Vicario de Cristo; esta unidad a la jerarquía tuvo mucho mérito sobre todo en los primeros años del movimiento, antes del Vaticano II, cuando era visto con sospecha en Roma, por considerársele demasiado "progresista".

La Virgen, a la que Chiara Lubich tanto amó y a la que enseñó a amar –la suya se llama oficialmente "Obra de María"-, ha querido llevársela en un día muy especial, el "viernes de dolores". En este día se celebra la Virgen de los Dolores, que en Italia es conocida como "La Desolada", devoción especialmente querida por los focolarinos. En una de las más hermosas meditaciones escritas por Chiara, ésta cuenta cómo, dialogando un día con Jesús y preguntándole por qué encontró el modo de quedarse en la tierra a través de la Eucaristía y, en cambio, no halló la manera de dejar una presencia real María, el Señor le contestó: "Quiero verla repetida en ti". Creo que eso es lo que ha intentado hacer siempre Chiara Lubich en su vida: imitar a María, como un espejo imita las formas y los movimientos del que en él se ve, a fin de que, a través de ella, Jesús fuera de nuevo amado, consolado, defendido y adorado.

Que descanse en paz y que, desde el cielo, nos ayude a ser, como ella intentó serlo, "otras María".

Epitafio por Chiara Por el P. Santiago Marti

domingo, marzo 09, 2008

José, varón justo por excelencia

Los principales trazos de la vida del santo esposo de la Virgen María llegan hasta nosotros en los primeros capítulos del primer y tercer evangelios 1.

Según varios autores, entre ellos san Justino 2, san José era originario de Belén —la ciudad de David— su antepasado, situada diez kilómetros al sur de Jerusalén. Más tarde fue a vivir a Nazaret, ciudad en la cual, por obediencia a la voz del ángel, se estableció nuevamente al volver de Egipto, cumpliéndose así lo que de Jesús decían los profetas: "Será llamado Nazareno" (Mt 2, 23).

Mateo (13, 55) y Marcos (6, 3) lo designan como téktón , lo que significa tanto carpintero cuanto artesano o constructor de pequeñas casas.

Perfil moral del santo Patriarca

Pocos son, en consecuencia, los datos directos que nos refieren los Evangelios sobre san José. Mientras tanto, al haber sido escogido por Dios por esposo de María, la "llena de gracia", y digno custodio del Verbo Encarnado, no podemos dudar de que él fue dotado con dones y virtudes extraordinarios, que van mucho más allá del breve relato de Marcos y Mateo.

En este sentido, san Alberto Magno lo exalta diciendo: "Hizo de su corazón y de su cuerpo un templo al Espíritu Santo..., en el cual se ofreció a sí mismo a Dios y, en sí mismo, la más perfecta castidad de cuerpo y alma, el más aceptable y agradable sacrificio a Dios" 3 .

Y el Papa León XIII en una encíclica dedicada a san José nos muestra cómo su matrimonio con la Santísima Virgen lo hacía partícipe de la gracia de Ella.

José es el esposo de María y padre legal de Jesús. De esta fuente ha manado su dignidad, su santidad, su gloria.

Es cierto que la dignidad de Madre de Dios llega tan alto que nada puede existir más sublime. Mas, porque entre la santísima Virgen y José se estrechó un lazo conyugal, no hay duda de que a aquella altísima dignidad, por la que la Madre de Dios supera con mucho a todas las criaturas, él se acercó más que ningún otro. Ya que el matrimonio es el máximo consorcio y amistad —al que de por sí va unida la comunión de bienes— se sigue que, si Dios ha dado a José como esposo a la Virgen, se lo ha dado no sólo como compañero de vida, testigo de la virginidad y tutor de la honestidad, sino también para que participase, por medio del pacto conyugal, en la excelsa grandeza de Ella 4.

I – El evangelio de la solemnidad

El pasaje del evangelio más significativo respecto del esposo de María fue escogido por la Iglesia como segunda lectura propia de la solemnidad de san José. Tomado del evangelio de Mateo (1, 18-24), al recorrerlo, sentimos el estilo claro, breve, exacto, hasta musical, con que los autores sagrados narran las maravillas de la salvación.

Analicemos uno a uno esos seis poéticos versículos:

Se trata de cómo nació Jesucristo: María, su Madre, estaba desposada con José, antes de cohabitar, sucedió que Ella concibió por virtud del Espíritu Santo.

Jamás hubo en San José duda alguna en cuanto a la santidad de María.

El término "desposada" merece una explicación, que nos la da el docto Padre Ricciotti: " El matrimonio entre los judíos se realizaba en dos etapas: el compromiso (en hebraico kiddushin o erusin) no era una mera promesa, como hoy, sino un contrato legal perfecto, o sea, verdadero matrimonium ratum.

Por tanto, la mujer prometida en casamiento era esposa en el sentido pleno y podía recibir el libelo de repudio. Y en caso de muerte era verdadera viuda.

Cumplido este compromiso matrimo nial, los prometidos – esposos permanecían en sus respectivas familias durante cierto tiempo que acostumbraba a ser de un año […] este tiempo era empleado en los preparativos de la nueva casa y del mobiliario familiar" 5 .

José, su marido, que era un hombre justo

La palabra "justo" tiene aquí un valor muy grande. san Alberto Magno comenta así: "san José fue varón perfecto, en lo referente a la justicia, por la constancia de su fe; en cuanto a la templanza, por la virtud de su castidad; en cuanto a la prudencia, por la excelencia de su discreción; en cuanto a la fortaleza, por la energía de su acción. Así, matrimopues, encontramos en él las cuatro virtudes cardinales en grado excelente" 6.

Consideraremos más adelante las virtudes de san José, damos continuación ahora al relato de Mateo.

José jamás dudó de la integridad de María

...y, no queriendo difamarla, resuelve dejarla secretamente.

Es importante destacar que dentro de esta gran perplejidad jamás hubo en san José duda alguna en cuanto a la santidad de María. Esta santidad le era evidente, no sólo por ser notoria para cualquiera, sino porque José fue dotado por Dios —una vez que había sido escogido para ser el padre adoptivo de Jesús— con dones especiales para discernir todas las virtudes que adornaban el alma de la Virgo Virginum.

El Sensum fidei nos lleva, por tanto, a concluir que no es posible que José dudara de Ella. Concomitante con eso, veamos también lo que comentan al respecto de este pasaje algunos grandes doctores.

Dice santo Tomás que José conocía la santidad de María, lo que le hacía sentirse demasiado pequeño: "José no quiso abandonar a María para tomar otra esposa, o por alguna sospecha, sino porque temía, en su humildad, vivir unido a tanta santidad; por eso le fue dicho 'No temas' (Mt 1, 20)" 7.

A su vez, el doctor melifluus, san Bernardo, exclama, al unísono con santo Tomás: "¿Pero por qué querría dejarla? Considerad sobre este punto, no mi propio pensamiento, sino el de los Padres de la Iglesia. Si José quiso abandonar a María, lo hizo movido por el mismo sentimiento que llevó a san Pedro a decir, cuando buscaba apartar al Señor lejos de sí: 'Apartaros de mí, porque soy un hombre pecador' (Lc5, 8); y el centurión, disuadiendo al Salvador de ir a su morada, afirmar: 'Señor, yo no soy digno de que entréis en mi casa' (Mt 8, 8).

Fue, pues, llevado por ese pensamiento que José también, juzgándose indigno y pecador, se decía que no debía vivir por más tiempo en familiaridad con una mujer tan perfecta y tan santa, cuya admirable grandeza le sobrepasaba y le inspiraba pavor. Él veía con una especie de asombro que Ella estaba embarazada de la presencia de un dios, y, no pudiendo penetrar en ese misterio, había hecho el propósito de dejarla" 8.

¡El motivo del deseo de irse, por tanto, no era una duda sobre la integridad de María, sino, por el contrario, su insondable veneración y humildad delante de la grandeza de Ella!

Mientras José pensaba en eso, el ángel del Señor se le apareció, en sueños, y le dijo: "José, Hijo de David, no tengas miedo de recibir a María como tu esposa, pues el hijo que ella espera proviene del Espíritu Santo".

Resuelto el misterio, todo queda claro. Es ésta una verdadera "anunciación" a José, la cual se relaciona armoniosamente con la Anunciación del ángel Gabriel a María" 9.

El nombre Jesús

Ella dará a luz un hijo, y tú le darás por nombre Jesús, pues Él va a salvar a su pueblo de sus pecados.

Era, de hecho, atribución del padre, en la ley judaica, dar el nombre al hijo. En el evangelio, por ejemplo, se relata también la perplejidad de los parientes de san Juan Bautista al conocer cómo querían sus padres que fuese llamado. Zacarías, escribió sobre una tablilla: "Juan es su nombre" (Lc 1, 63). Este episodio deja patente como, a pesar de la extrañeza de muchos, pues nadie en la familia se llamaba así, se aceptó la autoridad del padre en esa circunstancia.

En ese versículo, la voz del Señor, por medio del ángel, se hace oír a José, comunicándole que Dios lo asocia con este gran misterio: Es él quien debe nombrar al Salvador. De igual modo, Dios ratifica la legitimidad del poder paternal de san José sobre Jesús, o sea, su condición de verdadero padre , como destaca el Papa Juan Pablo II en su ya citada Exhortación Apostólica:

"Cuando él le dio el nombre, José declaró la propia paternidad legal en relación a Jesús; y, pronunciando ese nombre, proclamó la misión de este niño, de ser el Salvador" 10.

Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que el Señor había anunciado por el profeta: La virgen concebirá y dará a luz un hijo, a quien pondrán por nombre Emmanuel, que significa: Dios con nosotros.

Podemos considerar que el nombre de Aquél que vino a ser el Redentor del nombre había sido escogido por Dios desde toda la eternidad, de acuerdo con la esencia del Salvador. Afirma, en efecto, en el mismo documento el Papa Juan Pablo II: "En este caso, se trata de un hijo que —según la promesa divina— realizará plenamente lo que ese nombre significa: Jesús —Yehosua— que significa 'Dios salva'" 11.

Pues, desde antiguo, el nombre quería decir las propiedades quería decir las cualidades o propiedades de la persona.

Santo Tomás dice respecto a esto: "Los nombres deben corresponder a las propiedades de las cosas. […] Los nombres de los individuos son dados por alguna propiedad de aquél a quien se da el nombre. […] Pero los nombres que Dios impone a algunos significan siempre algún don gratuito que Dios les concede, como le fue dicho a Abraham: 'Serás llamado Abraham, porque yo te constituí padre de numerosas naciones' (Gn 17, 15); o como le fue dicho a Pedro: 'Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia' (Mt 16, 18).

Ahora, dado que al hombre Cristo fuera concedido este don gratuito de salvar a todos los hombres, convenientemente, pues, Le fue dado el nombre de Jesús, o sea, Salvador; nombre que el ángel comunicó de antemano no sólo a su Madre, sino también a José, que habría de ser el padre de creación" 12 .

Así concluye la anunciación del ángel a José, con la revelación de la misión de Jesús de "salvar a su pueblo de los pecados". Podemos exclamar, con la liturgia de la Iglesia "¡O mágnum misterium!" sobre este sublime misterio, así revelado, comenta san Bernardo: "El Señor encontró a José según Su corazón y le confió con entera seguridad el más misterioso y más sagrado secreto de Su corazón. Él le reveló las oscuridades y los secretos de Su sabiduría habilitándole para conocer el misterio desconocido desde los orígenes del mundo. Aquello que numerosos reyes y profetas desearon ver y no vieron, le fue concedido a él, José, el cual no sólo vio, sino también comprendió, cargó, guió los pasos, abrazó, besó, alimentó y protegió" 13 .

Cuando despertó, José hizo como el ángel del Señor le había mandando y asumió para sí a su esposa.

Hay que señalar aquí la obediencia de san José a la voz del ángel. Esa misma docilidad se mostrará patente también cuando reciba la orden de ir a Egipto, huyendo de Herodes y, más tarde, cuando el mensajero celeste lo mande volver, por haber muerto el tirano.

Su sumisión es paralela a la de María, que exclamó, al recibir la inefable noticia de que sería la madre de Dios: "He aquí la esclava del Señor. Hágase en Mi según tu palabra" (Lc 1, 38).

II – Otros episodios narrados en los evangelios

Visita a santa Isabel

En todas las obligaciones que,
como padre, le competían, José
practicó de forma excelsa la virtud
de la fortaleza.

Los evangelios no mencionan la presencia de José en el viaje de María a Ain-Karim, para visitar a su prima Isabel. Pero es obvio que él no la dejaría hacer sola un viaje tan largo.

Era preciso recorrer más de cien kilómetros, que requerían cerca de tres días de penosa caminata, por tortuosas sendas no exentas de todo tipo de incertidumbres. Era preciso no sólo contar con los peligros de la naturaleza, sino también con la inseguridad de los caminos, tantas veces infestados de salteadores.

Además, para la mentalidad y las costumbres de la época, era incomprensible que una joven anduviese a solas, y menos todavía emprendiese un viaje de ese porte sin ir acompañada de un familiar muy próximo o, si ya estuviese casada, del propio esposo.

El hecho de haber llevado José consigo a María a Belén, también confirma esa hipótesis. Ciertamente, así procedió para no dejar a su esposa sola en casa, una vez que la presencia de ella no era necesaria para el censo.

Huida a Egipto

Los evangelistas narran, después de la primera manifestación del ángel, todavía otra, ordenando la huida a Egipto. Allí, san José muestra su entera obediencia a la inspiración divina.

¡Cuántos desvelos, cuántas precauciones, cuántas noches expuesto a las inclemencias del tiempo a lo largo de las agrestes rutas de la época, para ejercer su función de esposo y custodio de María, de padre y celoso guardián del Redentor! Pues, una vez más, el silencio sublime del evangelio cubre los detalles de esa probación para la Sagrada Familia.

Jesús, María y José permanecieron en Egipto "hasta la muerte de Herodes" (Mt 2, 15). Sin embargo el Santo Patriarca no se aventuró a volver a Judea, al saber que allá reinaba Arquelao, hijo de Herodes. "Avisado divinamente en sueños" (Mt 2, 22), se retiró a Galilea y se instaló con Jesús y María en la ciudad de Nazaret.

En todas esas obligaciones que, como padre, le competían, José practicó de forma excelsa la virtud de la fortaleza, ¡qué no haría para cuidar de Jesús y María, sustentarlos y defenderlos como Ellos merecían, en las dificultades de la vida de aquellos tiempos…! ¡Todavía más en el exilio de Egipto —tierra extraña y pagana— cuáles no habrán sido los obstáculos y peligros!

Pérdida y encuentro de Jesús en el Templo

La pérdida de Jesús en el Templo nos la relata el evangelio de Lucas (cf. Lc 2, 41-51). Tenía Jesús "12 años", cuando sus padres subieron, como "todos los años", a Jerusalén con ocasión de la Pascua, para cumplir la ley. Al regreso, pensaron que su Hijo estaba entre la comitiva del viaje, pero al no encontrarlo, volvieron a Jerusalén en Su búsqueda.

Tres días después, lo encontraron enseñando en el templo, entre los doctores.

Para María y José, fue una tremenda prueba cuya magnitud se entreve en el corto diálogo con Jesús y, sobre todo, en el comentario final del evangelista: Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto? Tu padre y yo te hemos buscado angustiados. Él les contestó: "¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?" Pero ellos no comprendieron lo que les decía. Una vez más, José se encuentra con una prueba de perplejidad ante los designios divinos, tantas veces incomprensibles para la inteligencia humana.

Jesús, descendió con Ellos a Nazaret y les era sumiso. Y ahí el Niño "crecía en sabiduría, estatura y en gracia, delante de Dios y de los hombres" (Lc 2, 52).

La pasión de san José

Sobre estos episodios, narrados tan sucintamente por el autor sagrado, el inspirado comentario del padre Llameras lanza una luz: "La infancia y la vida oculta de Jesús constituyen la pasión de san José" 14. Maravilloso periodo de la vida del Salvador, en que el misterio envuelve con destellos dorados la virtud de Jesús, María y José.

También el padre Eugenio Cantera, renombrado teólogo español, comenta sobre el mismo periodo: " En todas las escenas de la infancia del Salvador, advertimos no sólo la presencia de José, sino también su intervención directa, su acción inmediata. Acción, si se quiere, oculta y silenciosa, pero eficaz y constante. Contemplemos durante algunos momentos esos pasos de Jesús Niño y lo veremos siempre acompañados de José" 15 .

Todo ese tiempo junto a Jesús y María significó para José un incremento, en cada instante, de las virtudes infusas con que la Providencia le había dotado.

III – "Vir justus", escogido desde toda la eternidad

¿Pero será que nos podemos limitar a considerar solamente las gracias de José a partir de sus castas nupcias? ¿No es él, como vimos, el vir justus, escogido desde toda la eternidad para ser el padre adoptivo de Jesús?

En ese sentido, afirma el padre Reginaldo Garrigou-Lagrange: "Considerada su misión totalmente divina, el Dios providente le concedió todas las gracias ya desde la infancia piedad, virginidad, prudencia, perfecta fidelidad…" 16.

También san Jerónimo afirmaba que José era llamado justo por la posesión perfecta de todas las virtudes.

Y el docto padre Juan de Maldonado, S.J., lo confirma: "san José es llamado justo, no porque poseyera no sólo la justicia, una de las cuatro virtudes morales, sino porque estuvo lleno de todo género de virtudes, como señaló Crisóstomo" 17 .

¡San José cooperó para la constitución del orden hipostático!

El conceptuado teólogo dominico, padre Bonifacio Llamera, en su citada obra Teología de san José 18, dedica treinta y seis páginas en demostrar, basado en renombrados autores, cómo san José "coopera en la constitución del orden hipostático, de un modo verdadero y singular, extrínseco, moral y mediato" 19. Y concluye: "San José [ está ] comprendido en el decreto divino de la Encarnación".

La misma opinión defiende el biblista padre Jose María Bover, S.J., el cual discurriendo sobre la paternidad de san José en una de sus obras, llega a afirmar: "Respecto al Hijo de Dios, en cuanto hombre, era verdadera autoridad o poder paterno: Jesucristo, en cuanto hombre, estaba sujeto a José, al cual debía obediencia. En lo que respecta a la madre de Dios, la paternidad de José era como el complemento connatural de la divina maternidad de María, a cuya categoría estaba elevada. En lo referente a Dios Padre, era una misteriosa participación, comunicación o extensión de su divina paternidad.

En virtud de esa triple relación, la inefable paternidad de José se entroncaba al orden de la unión hipostática.

Y a este orden supremo pertenecía, consecuentemente, la gracia de José: no de orden ministerial —como la de san Juan Bautista o la de los apóstoles— sino gracia de orden y carácter hipostático, como era la gracia de la madre de Dios, si bien que en un grado inferior a ella" 20 .

Podemos, pues, concluir con el padre Garrigou-Lagrange: " A este orden superior pertenece "terminative" la misión especial de María, esto es, la maternidad divina y, en cierto sentido, o sea, extrínseca, moral y mediatamente, la oculta misión del bienaventurado José" 21.

Para María y José, la pérdida de Jesús en el templo fue una tremenda probación, cuya magnitud se entrevé en el corto diálogo narrado por San Lucas.

Muerte de san José

Por haber fallecido en los brazos de Jesús y María, san José es el patrón de la buena muerte. Pues se juzga, y con razón, que nadie fue tan bien asistido como él en sus últimos momentos. Casi se podría decir que por eso el término de su vida fue tan suave y consolador que de él estuvo ausente cualquier sufrimiento o angustia.

Mientras tanto, no podemos olvidar que para José ésta fue la suprema perplejidad de su existencia terrena. Pues, al fallecer, se separaba de la convivencia inefable con su virginal esposa y con Jesús, el Hijo de Dios. José partía para la Eternidad, dejando en la tierra su Cielo… Que la consideración del ejemplo y de los preciosos dones concedidos por Dios al padre adoptivo de Jesús nos lleve a confiar en la poderosa intercesión de aquél a quien el propio Hijo de Dios obedeció: "Y Él les era sumiso" (Lc 2, 51).

"El ejemplo de san José — afirmó el Papa Benedicto XVI en la conmemoración de su fiesta litúrgica— es una fuerte invitación para todos nosotros a realizar con fidelidad, sencillez y modestia la tarea que la Providencia nos ha asignado. Pienso, ante todo, en los padres y en las madres de familia, y ruego para que aprecien siempre la belleza de una vida sencilla y laboriosa, cultivando con solicitud la relación conyugal y cumpliendo con entusiasmo la grande y difícil misión educativa. Que san José obtenga a los sacerdotes, que ejercen la paternidad con respecto a las comunidades eclesiales, amar a la Iglesia con afecto y entrega plena, y sostenga a las personas consagradas en su observancia gozosa y fiel de los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia.

Que proteja a los trabajadores de todo el mundo, para que contribuyan con sus diferentes profesiones al progreso de toda la humanidad, y ayude a todos los cristianos a hacer con confianza y amor la voluntad de Dios, colaborando así al cumplimiento de la obra de salvación" 22 .

1) Mt 1-2; Lc 1-2; 3, 23; 4,22. Además de eso, es mencionado como padre de Jesús en Jn 1, 45; 6, 42.
2) San JUSTINO, Dial. cum Tryph., LXXXVIII, in P.G., VI, 688.
3) Mariale, q. 51. Apud LLAMERA, Bonifacio. Teología de San José; BAC, Madrid, 1953, p. 160.
4) LEÓN XIII Encíclica Quamquam pluries, 18 de agosto de 1889, n. 3.
5) G. RICCIOTTI, Vita di Gesù. n. 232. Società Grafica Romana, 3a. ed., Turim-Roma (1947).
6) SANTO ALBERTO MAGNO. Mariale, q. 22. Apud Llamera, Teología de San José. Bac Madrid, 1953, p. 462.
7) SANTO TOMÁS. Commentarium in Math. 1, 19, apud LLAMERA, B., ibidem, p. 209.
8) SAN BERNARDO, Homilia II Super Missus est n. 14.
9) Cf. JUAN PABLO II, Exhortación Apostólica Redemptoris Custos de 15-8-1989 nn. 4 e 12.
10) Idem , ibidem , n.12.
11) Idem , ibid . n. 3.
12) SANTO TOMÁS. Suma Teológica , III, 37, Ad. 2 Resp.
13) SAN BERNARDO. Homilia II super "Missus est" 2; 16.
14) LLAMERA, Bonifacio, ibidem , p. 166.
15) CANTERA, E. San José en el plan divino. Apud Llamera, ibidem , p. 236.
16) GARRIGOU-LAGRANGE: De Praesentia S. Ioseph. "Angelicum" abril-junho 1928, apud Llamera, ibidem ,
17) In Mt. 1, 19. Apud LLAMERA, ibidem , , p. 198.
18) Biblioteca de Autores Cristianos, n. 108, Madrid, 1953. De este libro dice el P. Antonio Royo Marín, O.P.: "Esta obra es, de lejos, la mejor que se haya escrito sobre San José en todo el mundo" ( La Virgen y Dios , BAC, Madrid, p. 406).
19) ibidem , p. 115.
20) BOVER S.I. , José Maria: Vida de Nuestro Señor Jesucristo (Barcelona, 1955), en P. Francisco de P. Solà, S.J . Mt 1-2 y las relaciones que establecen entre San José y el misterio de Cristo , en e-aquinas, Revista electrónica mensual del Instituto Santo Tomás (Fundación Balmesiana), marzo 2006.
21) De Praesentia S. Ioseph . "Angelicum" abril-junio 1928, p. 202, apud LLAMERA, ibidem , p. 131.
22) Ángelus, 19 de marzo de 2006

viernes, marzo 07, 2008

10 PASOS PARA LLEGAR A LA PASCUA

Ya estamos en la cuarta semana de cuaresma

 

todavía es tiempo de sacarle provecho...

 

 

 

 

Javier Leoz

 

1.     El paso de la oración. Con él nos acercamos a Dios. Sin él, nos aislamos y vivimos sin comunicación con el Padre. Sin la oración, la desorientación acosa nuestra vida espiritual. En lo secreto, siempre Dios, recompensa cuando se está con El.

 

2.     El paso de la caridad. Con ella nos convertimos en la mano de un Cristo que da, que ofrece. Sin ella, nuestra fe, se puede transformar en una gran mentira. En este paso, la caridad, se condensa toda la vida de Jesús.

 

3.     El paso del ayuno. Con él adelgazamos todo aquello que nos impide entrar en contacto con Dios. Moldeamos, con este paso, nuestro cuerpo espiritual. El ayuno, por si lo hemos olvidado, nos ayuda a tomar conciencia de nosotros y de nuestra propia voluntad.

 

4.     El paso del silencio. En un entorno colapsado por miles de ruidos, el silencio, es algo necesario: útil para escuchar a los demás, urgente para oxigenarnos e imprescindible para intuir a Dios.

 

5.     El paso de la Eucaristía. Con ella, el camino se hace más fácil y más lleno de vitalidad. Con ella no nos falta lo preciso para batallar contra aquello que dificulta y distorsiona nuestra vida cristiana.

 

6.     El paso de la contemplación. En una realidad envuelta por la imagen parece que sólo existe lo que nuestros ojos ven. La cuaresma nos invita a contemplar, a llenar de sensaciones nuestro interior. A no dejarnos seducir por lo puramente externo.

 

7.     El paso de la conversión. Todos somos limitados y, por lo tanto, susceptibles de algún fallo o carencia. Volver de posturas equivocadas, de cerrazones o orgullos personales nos harán vivir la Pascua con más autenticidad

 

8.     El paso de la sobriedad. No es más rico quien tiene, sino aquel que sabe vivir con lo que posee. Jesús nos invita a poner el acento en el "ser" de la persona. Quien pone sus objetivos en el "tener" puede llegar a vivir sin ser feliz.

 

9.     El paso del perdón. La convivencia diaria lleva a momentos de distanciamiento o tensión. Sólo mirando a la cruz hay motivos, más que suficientes, para olvidar, perdonar y comenzar de nuevo.

 

10. El paso del arrepentimiento. Como personas tenemos mil virtudes y, como humanos, erramos con diversas actitudes, silencios o actitudes. La Pascua, además , nos exige algo tan elemental como un corazón limpio y un interior bien dispuesto.

 

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