lunes, agosto 29, 2011

El sufrimiento, Una gran empresa ?

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Recientemente la Iglesia Universal del Reino de Dios (IURD), la cual tiene un filial en Gualeguaychú, puso un cartel que dice: “El cáncer tiene cura, tráigame enfermos para que sean sanados”.
La Iglesia Universal está contiguo al Teatro Gualeguaychú, y su pastor no se escandalizó por la frase más bien justificó que “mi trabajo en Gualeguaychú es ayudar a las personas por medio de la fe; los médicos hacen un excelente trabajo, pero hay un momento que tiene un límite y Dios es el Dios de lo imposible; porque hay personas desahuciadas que no consiguen ser sanadas”.
La Iglesia Universal, es una de las más observadas dentro de las iglesias pentecostales. En el 2009, los diarios La Nación (Argentina); O Globo (Brasil); El Tiempo (Colombia); La Nación (Costa Rica); El Comercio (Ecuador); El Universal (México); El Nuevo Día (Puerto Rico); El País (Uruguay); y El Nacional (Venezuela), elaboraron un informe conjunto que se llamó: “El negocio de la fe”, basado en el desarrollo exponencial de la IURD.
Desde estudio se concluyó que para la salida de los males, la iglesia ofrece a los fieles la Teología de la Prosperidad, surgida en Estados Unidos, un discurso que predica que la pobreza es obra de Satanás y les promete ascensión social a las clases pobres.
Otros resultados que encontraron fueron que en Brasil debieron vérselas con una denuncia en su contra por lavado de dinero; en México fueron sancionados por no inscribir en el área de Cultos a sus pastores; en Costa Rica adquirieron en 2 millones de dólares una sinagoga que transformaron en templo propio; y en la Argentina lograron quedarse con algunas emisoras radiales de Capital Federal.
El médico Higinio Álvarez, que representa a Entre Ríos en el Instituto Nacional de Cáncer, fue crítico respecto de esa promesa de campaña hecha por la IURD para atraer fieles. “Creo que a este tema hay que tomarlo con respeto. No entiendo cómo ponen un cartel con esa promesa. Decir eso es arriesgarse demasiado. No creo que la gente necesite ese mensaje. Salvo que esté demostrado científicamente que curan el cáncer. En ese caso, no habría problemas. Pero que primero lo demuestren”, señaló.
Álvarez replicó ese eslogan, y planteó la necesidad de que la gente no interrumpa ningún tipo de tratamiento oncológico frente a ese tipo de promesas. “La gente que está en tratamiento tiene que seguirlo, independientemente de lo que le digan –explicó a EL DIARIO de Argentina.
Es origen de la Iglesia Universal del Reino de Dios, nació en Brasil en 1977 y fue fundada por el pastor Edir Macedo, también se le conoce en otros países como Iglesia Pare de Sufrir.  

sábado, agosto 27, 2011

Politica, FE hecha vida

Helder Camara, el obispo brasileño que fue un héroe para unos y un villano para otros, dijo en cierta ocasión: “Cuando hablo de Dios me dicen que soy un santo. Cuando hablo de justicia, me llaman comunista”. Con mucha frecuencia sucede algo parecido, aunque los temas sean dispares. Si el Papa o un obispo critican una ley aprobada por un Parlamento por la que se permite un atentado contra la vida humana (el aborto, por ejemplo), enseguida se alzan voces diciendo que la Iglesia se mete en política. Unos y otros, la izquierda y la derecha, parecen convenir en una cosa: la Iglesia sólo debería hablar de temas espirituales, temas relacionados con la liturgia o con los dogmas, pero sin aplicar dichas verdades de fe a la vida concreta y real, pues eso es política. ¿Es eso posible?
Enseñanza del Catecismo:
 
“La iniciativa de los cristianos laicos es particularmente necesaria cuando se trata de descubrir o de idear los medios para que las exigencias de la doctrina y de la vida cristianas impregnen las realidades sociales, políticas y económicas. Esta iniciativa es un elemento normal de la vida de la Iglesia” (nº 899).
 
“La diversidad de los regímenes políticos es moralmente admisible con tal que promuevan el bien legítimo de la comunidad que los adopta. Los regímenes cuya naturaleza es contraria a la ley natural, al orden público y a los derechos fundamentales de las personas, no pueden realizar el bien común de las naciones en las que se han impuesto” (nº 1901).
 
“La autoridad no saca de sí misma su autoridad moral. No debe comportarse de manera despótica, sino actuar para el bien común como una fuerza moral, que se basa en la libertad y en la conciencia de la tarea y obligaciones que ha recibido. ‘La legislación humana sólo posee carácter de ley cuando se conforma a la justa razón; lo cual significa que su obligatoriedad procede de la ley eterna. En la medida en que ella se apartase de la razón, sería preciso declararla injusta, pues no verificaría la noción de ley; sería más bien una forma de violencia’ (S. Tomás de Aquino, S. Th. 1-2, 93, 3 ad 2)” (nº 1902).
 
“La autoridad sólo se ejerce legítimamente si busca el bien común del grupo en cuestión y si, para alcanzarlo, emplea medios moralmente líticos. Si los dirigentes proclamasen leyes injustas o tomasen medidas contrarias al orden moral, estas disposiciones no pueden obligar en conciencia. En semejante situación, la propia autoridad se desmorona por completo y se origina una iniquidad espantosa” (nº 1903).
 
“Es preferible que un poder esté equilibrado por otros poderes y otras esferas de competencia que lo mantengan en su justo límite. Es este el principio del ‘Estado de derecho’ en el cual es soberana la ley y no la voluntad arbitraria de los hombres” (nº 1904).
 
“El derecho a la libertad religiosa no es ni la permisión moral de adherirse al error, ni un supuesto derecho al error, sino un derecho natural de la persona humana a la libertad civil, es decir, a la inmunidad de coacción exterior, en los justos límites, en materia religiosa por parte del poder político. Este derecho natural debe ser reconocido en el ordenamiento jurídico de la sociedad de manera que constituya un derecho civil” (nº 2108).
 
“El poder político está obligado a respetar los derechos fundamentales de la persona humana. Y a administrar humanamente justicia en el respeto al derecho de cada uno, especialmente el de las familias y de los desheredados. Los derechos políticos inherentes a la ciudadanía pueden y deben ser concedidos según las exigencias del bien común. No pueden ser suspendidos por la autoridad sin motivo legítimo y proporcionado. El ejercicio de los derechos políticos está destinado al bien común de la nación y de toda la comunidad humana” (nº 2237).
 
“El ciudadano tiene obligación en conciencia de no seguir las prescripciones de las autoridades civiles cuando estos preceptos son contrarios a las exigencias del orden moral, a los derechos fundamentales de las personas o a las enseñanzas del Evangelio. El rechazo de la obediencia a las autoridades civiles, cuando sus exigencias son contrarias a las de la recta conciencia, tiene su justificación en la distinción entre el servicio de Dios y el servicio de la comunidad política. ‘Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios’ (Mt 22, 21). ‘Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres’ (Hch 5, 29)” (nº 2242).
 
“La Iglesia, que por razón de su misión y de su competencia, no se confunde en modo alguno con la comunidad política, es a la vez signo y salvaguardia del carácter trascendente de la persona humana. La Iglesia respeta y promueve también la libertad y la responsabilidad política de los ciudadanos” (nº 2245).
 
“Pertenece a la misión de la Iglesia emitir un juicio moral incluso sobre cosas que afectan al orden político cuando lo exijan los derechos fundamentales de la persona o la salvación de las almas, aplicando todos y sólo aquellos medios que sean conformes al Evangelio y al bien de todos según la diversidad de tiempos y condiciones” (nº 2246).
 
Argumentación:
 
El último texto citado (nº 2246 del Catecismo) es clave para entender la conciencia que tiene la Iglesia de su derecho y de su deber de opinar en cuestiones que, directa o indirectamente, tienen una dimensión política. La Iglesia se ve a sí misma –porque así la instituyó Cristo- como la luz del mundo. Por eso, cuando detecta oscuridades graves que afectan a los hombres –y no sólo a los hombres católicos-, se siente empujada por el Espíritu Santo a intervenir públicamente para denunciar esas situaciones y, si es posible, para anunciar la forma de remediarlas. Los ejemplos son muchísimos: el aborto, la eutanasia, la manipulación de embriones humanos, la pena de muerte, el divorcio, la equiparación de matrimonios gays con las familias, el uso de la violencia, el uso de la tortura, la dictadura política, la injusticia social, el terrorismo y un larguísimo etc.
 
Pero ¿por qué hace eso la Iglesia? ¿Se sale de su misión al hacerlo? ¿Debería dejar de hacerlo?
 
Ante todo hay que fijarse en su fundador, Jesucristo. Él, que vino a dar un mensaje espiritual, también se metió en política. Lo hizo cuando puso la ley del descanso sabático al servicio del hombre. Lo hizo cuando defendió los derechos de la mujer. Lo hizo cuando aceptó entrar en casa del centurión romano –que era el representante militar del pueblo opresor de los judíos- o cuando aceptó como apóstol a un colaboracionista de los romanos como era San Mateo. Lo hizo cuando expulsó a los mercaderes del Templo. Lo hizo cuando obligó a San Pedro a enfundar su espada y le prohibió que usara la violencia. De hecho, a nadie le cabe duda de que entre los motivos que condujeron a Cristo a la Cruz estaban los ataques que había reiterado contra los políticos judíos de su tiempo –a los sacerdotes y a los fariseos les llamó una y otra vez ‘raza de víboras’ y ‘sepulcros blanqueados’-; Pilato, el representante político del dominador romano, intentó salvarle quizá porque le convenía que el pueblo judío estuviera dividido, pero al final ordenó su muerte porque el precio político a pagar era demasiado caro –la amenaza de que sería denunciado a Roma por no oponerse con firmeza a un supuesto pretendiente al trono judío-. De hecho, el letrero que estaba sobre la cabeza de Cristo en la Cruz explicaba en clave política el motivo de su muerte: “Aquí está el Rey de los judíos”.
 
Cristo, por lo tanto, se metió en política. Ahora bien, lo hizo –como lo hace la Iglesia hoy- para defender los derechos de dios y los derechos humanos. Lo hizo sin utilizar la violencia –incluso en la expulsión de los mercaderes del Templo, el Señor no golpea a los hombres ni a los animales sino que se limita a derribar las mesas y esparcir el dinero por el suelo-. Llegó incluso a condenar el uso de la violencia explícitamente, en un momento tan delicado para él como el de su apresamiento en el huerto de los olivos.
 
La Iglesia católica, por su parte, ha sido siempre fiel a la enseñanza de su fundador en este punto. Porque se metió en política fue perseguida por los emperadores romanos –lo hacía cuando se negaba a adorar a los emperadores, que era una forma de fortalecer el poder político. Se metió en política cuando se atrevió a criticar públicamente a los emperadores cristianos –como hizo San Ambrosio con Teodosio, al que obligó a hacer penitencia pública por haber ordenado la muerte de 7000 inocentes en la ciudad griega de Tesalónica-. Se metió en política durante la larguísima y decisiva “lucha de las investiduras”, en la que defendió sus derechos a nombrar a los obispos, oponiéndose a los distintos reyes que querían nombrarlos ellos. Se metió en política cuando exigió a los Reyes Católicos que fueran respetados los derechos de los indígenas americanos o cuando defendió los derechos de los esclavos negros (San Pedro Claver). Se metió en política cuando se opuso a Hitler lo mismo que cuando se opuso a Stalin. Se metió en política cuando se opuso a la invasión de Irak, alegando que provocaría males mayores.
 
Es verdad que no siempre la actuación de la jerarquía de la Iglesia –sobre todo en ámbitos locales- ha sido la ideal en este punto. A veces ha cometido errores, como reconoció Juan Pablo II al pedir perdón en los albores del tercer milenio. Pero, en su conjunto, la Iglesia, desde sus inicios, ha intervenido para defender su libertad ante la pretensión de los políticos de querer dominarla y amordazarla. Y para defender los derechos de los débiles, de los inocentes, de aquellos que con frecuencia no han encontrado otra voz más que la de la Iglesia que hablara por ellos.
 
Por eso hay que concluir que la Iglesia está siendo fiel a su misión cuando proclama la verdad moral, aunque al hacerlo tenga una dimensión política, disguste a los políticos o sea acusada de salirse de su ámbito de actuación. La moral forma parte de la enseñanza evangélica tanto como el dogma o la liturgia. Afirmar que la Iglesia no puede pronunciarse sobre temas éticos porque si lo hace se mete en política es ignorar lo que hizo y enseñó Jesucristo y lo que la Iglesia ha hecho desde sus orígenes. Además, los que acusan de eso a la Iglesia suelen estar interesados en silenciarla porque se ven descubiertos en su corrupción por la luz que emana de la Palabra de Dios y la Iglesia proclama. Para colmo de cinismo, los acusadores de la Iglesia no dudan en utilizarla cuando les conviene; un ejemplo es lo sucedido en España en los últimos años: en los meses previos a las elecciones generales de 2004, Juan Pablo II se opuso abiertamente a la guerra de Irak y los obispos españoles se solidarizaron con el Papa, aunque eso perjudicaba al Partido Popular –en ese momento en el poder y que daba un apoyo más moral que efectivo a la contienda-; el PP, sin embargo, no criticó a los obispos y al Papa por desautorizar públicamente su actuación, y eso que la crítica de la jerarquía afectaba a muchos de sus votantes; más aún, los socialistas y los comunistas llevaban al Parlamento los argumentos del Papa e incluso le citaban textualmente, para erosionar al Gobierno del PP; cuatro años después, ante las elecciones del 2008, los obispos españoles publicaron una nota orientando a los fieles católicos de cara a las elecciones, en la que pedían que se votara pensando en defender la familia, la vida, el derecho de los padres a educar moralmente a sus hijos y que se rechazara la negociación política con los terroristas; la reacción del PSOE fue virulenta y muy agresiva, con insultos de grueso calibre; los mismos que habían usado las palabras del Papa y de los obispos cuatro años antes y no se habían quejado de que la Iglesia “se metiera en política”, pretendieron amordazarla y reducirla al silencio cuando lo que la Iglesia decía no les convenía.
 
La acusación, por lo tanto, de que la Iglesia hace política no se sostiene, al menos habitualmente. Cuando defiende los valores contenidos en el Evangelio o los derechos humanos, la Iglesia no hace otra cosa más que cumplir con su misión. Habría que preguntarse más bien si no están siendo los Gobiernos los que legislan en contra de esos derechos humanos, violando los límites que nunca deberían traspasar, y entrando en la intimidad de las conciencias de los ciudadanos. Por otro lado, al menos en una sociedad democrática, todas las personas y todas las instituciones tienen derecho a expresar libremente sus opiniones. ¿No serán precisamente los más antidemocráticos, los más tiranos y dictadores, aquellos que niegan a la Iglesia el derecho a hablar y que quieren reducirla al silencio?


martes, agosto 23, 2011

El origen de la Iglesia.

Con frecuencia se dice que la Iglesia no fue fundada por Jesucristo o que, en todo caso, éste no quería fundar este tipo de Iglesia, sino una más humilde, sin estructuras, sin poder. Se dice que la Iglesia en realidad la fundó San Pablo, con un concepto más judío que cristiano, o que la fundaron después de las persecuciones romanas, como un instrumento al servicio del poder imperial para controlar a la nueva religión. La Iglesia católica, tal y como la vemos ahora, no tendría nada que ver con la Iglesia de Cristo y sería, más que una estructura al servicio del Evangelio, una estructura de opresión que actuaría contra aquellos que están al servicio de los pobres y que quieren ser libres.

Enseñanza del Catecismo:
 
“El Señor Jesús comenzó su Iglesia con el anuncio de la Buena Noticia” (nº 763)
 
“El Señor Jesús dotó a su comunidad de una estructura que permanecerá hasta la plena consumación del Reino. Ante todo está la elección de los Doce con Pedro como su Cabeza (cf Mc 3, 14-15); puesto que representan a las doce tribus de Israel (cf Mt 19, 28; Lc 22,30), ellos son los cimientos de la nueva Jerusalén (cf Ap 21, 12-14). Los Doce (cf Mc 6,7) y los otros discípulos (cf Lc 10, 1-2) participan en la misión de Cristo, en su poder y también en su suerte (cf Mt 10, 25; Jn 15, 20). Con todos estos actos, Cristo prepara y edifica su Iglesia” (nº 765)
 
“Cuando el Hijo terminó la obra que el Padre le encargó realizar en la tierra, fue enviado el Espíritu Santo el día de Pentecostés para que santificara continuamente a la Iglesia. Es entonces cuando la Iglesia se manifestó públicamente ante la multitud; se inició la difusión del Evangelio entre los pueblos mediante la predicación” (nº 767)
 
“Para realizar su misión, el Espíritu Santo construye y dirige a la Iglesia con diversos dones jerárquicos y carismáticos” (nº 768)
 
“Desde el comienzo, Jesús asoció a sus discípulos a su vida (cf Mc 1, 16-20; 3, 13-19); les reveló el Misterio del Reino (cf Mt 13, 10-17); les dio parte en su misión, en su alegría (cf Lc 10, 17-20) y en sus sufrimientos (cf Lc 22, 28-30)” (nº 787)
 
“Nuestro Salvador, después de su resurrección, entregó la única Iglesia de Cristo a Pedro para que la pastoreara. Le encargó a él y a los demás apóstoles que la extendieran y la gobernaran. Esta Iglesia, constituida y ordenada en este mundo como una sociedad, subsiste en la Iglesia católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los obispos en comunión con él” (nº 816)
 
“Jesús es el enviado del Padre. Desde el comienzo de su ministerio, ‘llamó a los que él quiso y vinieron donde él. Instituyó Doce para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar” (Mc 3, 13-14). Desde entonces, serán sus ‘enviados’ (es lo que significa la palabra griega ‘apostoloi’). En ellos continúa su propia misión: ‘Como el Padre me envió, también yo os envío’ (Jn 20, 21; cf 13, 20; 17, 18). Por tanto, su ministerio es la continuación de la misión de Cristo: ‘Quien a vosotros recibe, a mí me recibe’, dice a los Doce (Mt 10, 40; cf Lc 10, 16)” (nº 858)
 
“Los apóstoles, para que continuase después de su muerte la misión a ellos confiada, encargaron mediante una especie de testamento a sus colaboradores más inmediatos que terminaran y consolidaran la obra que ellos empezaron. Les encomendaron que cuidaran de todo el rebaño en el que el Espíritu Santo les había puesto para ser los pastores de la Iglesia de Dios. Nombraron, por tanto, de esta manera a algunos varones y luego dispusieron que, después de su muerte, otros hombres probados les sucedieran en el ministerio” (nº 861)
 
Argumentación:
 
Nadie funda algo para que no dure después de su muerte, para que muera con él. Sobre todo, si lo fundado tiene una misión que no puede desarrollarse totalmente durante la vida del fundador. Todo el mundo quiere que su obra le sobreviva y muy especialmente si esa obra, por sus propias características, tiene un objetivo que va más allá del momento histórico en el que vive el que la ha fundado.
 
Esto, que vale para tantas cosas, vale, evidentemente, para la obra fundada por Cristo. Son abundantes los textos evangélicos en los que se pone de manifiesto la voluntad de Jesús no sólo de fundar una Iglesia sino también de organizarla mediante un sistema jerárquico, puesto que sin esa estructura no habría podido ni funcionar ni sobrevivir. Se puede objetar que esos textos fueron añadidos posteriormente precisamente por aquellos que querían justificar la existencia de la jerarquía de la Iglesia porque formaban parte de ella, pero, primero, esa objeción hay que demostrarla y, segundo, va contra el sentido común: si Cristo quería que, a su muerte, se siguiera predicando su mensaje, tenía necesariamente que organizar una estructura que le sobreviviera y esa estructura debía tener la suficiente autoridad como para poder hacer frente a los inevitables problemas con que se iba a encontrar la comunidad de sus discípulos. Además, los textos que hacen referencia a la elección de los discípulos y a cómo quería el Señor que éstos estuvieran organizados, son tantos y tan importantes que no cabe pensar en que fueran añadidos posteriormente a su muerte; como prueba de la fidelidad con que los evangelistas transmitieron lo que Cristo había dicho y hecho, basta con un ejemplo: no dudan en hablar de la triple negación de Pedro en la noche del Jueves Santo; puestos a inventar un relato que justificara la autoridad de Pedro sobre el grupo, tendrían que haber suprimido ese momento, que dejaba a Pedro muy mal parado.
 
Es verdad que San Pablo aportó a la Iglesia importantes conceptos estructurales y teológicos, pero esos conceptos no eran extraños a la fe que tenían los apóstoles y que ya estaban predicando antes de que Pablo se convirtiera, yendo precisamente a Damasco para “cazar” cristianos. Además, la Iglesia nunca ocultó que sus raíces se hundían en la religión judía, pues el Antiguo testamento forma parte de su patrimonio espiritual y dogmático; pero Cristo, y así lo entendieron los primeros cristianos y también San Pablo, vino a llevar a su plenitud el mensaje contenido en el Antiguo Testamento, purificándolo a la vez de todas las adherencias que se le habían añadido y que no tenían su origen en Dios (por ejemplo, el excesivo respeto al sábado, la prohibición de ciertos alimentos o la situación de inferioridad de la mujer ).
 
La Iglesia, pues, es hoy la misma que ayer y que siempre: la obra de Cristo. Los que dicen que no es verdad, lo hacen porque no les interesa escuchar lo que la Iglesia dice. Por ejemplo, cuando los seguidores de la teología de la liberación afirman que es una estructura de poder, opresora y corrupta, lo hacen porque la Iglesia no ha permitido que se justificara el uso de la violencia y ha rechazado que se uniera la fe católica con el marxismo. Otros dicen lo mismo contra la Iglesia, pero por motivos diferentes: porque la Iglesia defiende la vida y está contra el aborto o porque no acepta que el hombre quede sometido a los instintos como si fuera sólo un animal. En español decimos: “Dime con quién andas y te diré quién eres”. Ese viejo refrán podríamos rescribirlo al revés, para aplicarlo a este caso: “Dime con quién no andas y te diré quién eres”. La Iglesia no anda con los violentos, con los poderosos, con los hedonistas, con los relativistas; es normal, pues, que éstos la ataquen; pero el hecho de que lo hagan, es la mejor garantía de que está siendo fiel a Jesucristo, que también murió crucificado por los que no estaban contentos con su mensaje.

Tomado de http://libros-catolicos.over-blog.es/

jueves, agosto 04, 2011

LA MUJER JUDÍA EN TIEMPOS DE JESÚS. ¿Cómo vivía la Virgen María?

Las mujeres judías en tiempos de Jesús

¿Cómo eran las mujeres judías de entonces? ¿Qué costumbres tenían?  La Virgen María se comportaría como una más entre ellas.


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Las mujeres judías hablaban solamente en arameo, porque estaba mal visto que tuviesen relaciones con personas de otra raza. Sin embargo María hablaría otras lenguas por su estancia en Egipto y, además, hablaría también el griego, por sus visitas a la ciudad cercana de Sépphoris, que estaba muy helenizada.
Desde niñas se las educaba en la religión judía. Esta instrucción era inculcada en el seno familiar por las costumbres que observaban y también en la escuela de la sinagoga, donde les enseñaban a leer y aprenderse de memoria las escrituras. Debían cumplir con la ley de Moisés.
Antes de la puesta del sol de los viernes se preparaban para celebrar el Shabbat. Para ello barrían y limpiaban la casa, mudaban la ropa de la cama y de la mesa. Se purificaban lavándose en una tinaja en casa. Se ponían el mejor vestido. Por la noche celebraban el Shabbat en una cena familiar con todos sus hijos y familiares próximos. Al día siguiente, como les estaba prohibido trabajar, comían de lo que les sobraba la noche anterior. Así se ha hecho siempre. Esta fiesta servía para reunir a los familiares periódicamente y trasmitir la tradición judaica.https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj9lrRd2jH7AF80w0B8OIKqBtWjFKcKaIw4qmgL3qXk5KAEBuj-7sy0WtUKLjn32pRg2x7PkDvQPS10cN1x6AbLRJjsBNP1gu69UzLBqKSQ-pGGVTYNo06PSWr4EpYd0rP7Lm1-zw/s400/nazareth_village_children-t.jpg
Respecto a sus costumbres religiosas viajaban a Jerusalén tres veces al año con motivo de las fiestas de Pascua, Pentecostés y Tabernáculos, y permanecían una semana allí. Rezaban mañana y tarde largas oraciones. Las más fervorosas ayunaban a pan y agua dos veces a la semana, los días 2º y 5º. También lo hacían los fariseos, como dice el evangelio, pero estos solo lo hacían para que se les viese, no actuaban con sinceridad. Jesús les atacó mucho por este motivo.
Otras costumbres que tenían las mujeres es que podían estar un tanto obsesionadas con cualquier cosa que rompiese la pureza legal. Por ejemplo tenían que hacer abluciones antes de comer (lavarse las manos). No podían tocar sangre humana, comer carne de cerdo, la carne debía de ser exangüe…
Eran las encargadas de lavar a conciencia a sus difuntos, además de cortarles las uñas y de afeitarles el pelo. Se explica por qué la Virgen María estaría dentro del sepulcro arreglando la cabeza martirizada de su Hijo. Las demás mujeres que la acompañaban, Salomé, María de Cleofás y María Magdalena quedaron fuera simplemente porque no cabían dentro del sepulcro.
https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgjXC9Ht2RyxPhHRYkwaFTN2lJG5H8BSDkGKIRzn9y2g9XqjW85j9bymhEFNPaNV1qsI0qDtdZOIDcckwWRh92USW6fIqUb4UCg6DX-jrccfybW41qM-uZMqBq3DirfI4r_3dyNCg/s400/Pozo+agua.jpgEl trabajo manual era prácticamente obligatorio. No podían estar ociosas en sus casas, tenían que hacer trabajos de hilandería o de costura. El fruto de su trabajo era para el marido.
Lo más apropiado para una mujer era permanecer en casa. Por esto estaba muy mal visto que una mujer judía estuviese sola en la calle. Si salía de casa, debía cubrirse la cabeza con un velo.
Una mujer en casa debía madrugar para preparar en el fuego el pan cada día para que su esposo lo encontrase listo y caliente para comer cuando éste se levantaba. Tenía que ir a la fuente del pueblo a por agua en un cántaro. Debía dar de comer a las bestias que tuviese. Era la responsable de todo lo concerniente al hogar, la comida, el huerto del jardín, comprar en el mercado, la educación de los hijos. Tenían una hospitalidad proverbial, por fraternidad, con sus hermanos judíos y por cuestiones religiosas.

Escrito por Carlos Llorente. http://www.unsacerdoteentierrasanta.blogspot.com/ muy interesante.


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