Las negaciones de Pedro
Mientras se desarrolla el proceso contra Jesús ante el Sanedrín, tiene lugar la escena más triste de la vida de Pedro.
Él, que lo había dejado todo por seguir a Nuestro Señor, que ha visto tantos prodigios y ha recibido tantas muestras de afecto, ahora le niega rotundamente.
Se siente acorralado, y niega hasta con juramento conocer a Jesús. Con eso niega también el sentido hondo de su existencia: ser Apóstol, testigo de la vida de Cristo.
Su vida honrada, las esperanzas que Dios había depositado en él, su pasado, su futuro: todo se ha venido abajo. ¿Cómo es posible que diga "no conozco a ese hombre"? (Marcos 14, 66-67).
El pecado, la infidelidad en mayor o menor grado, es siempre negación de Cristo y de lo más noble que hay en nosotros mismos, de los mejores ideales que el Señor ha sembrado en nosotros.
Pero nuestros errores no deben desalentarnos jamás, si nos comportamos con humildad. Un sincero arrepentimiento es siempre la ocasión de un encuentro nuevo con el Señor que nos recibe siempre con infinito amor.
Cuando el Señor fue llevado -maltratado, golpeado, humillado- a través de uno de aquellos atrios, se volvió y miró a Pedro (Lucas 22, 61). Pedro siente la mirada indulgente sobre la llaga profunda de su culpa.
Pedro comprendió entonces la gravedad de su pecado, y el cumplimiento de la profecía del Señor respecto a su traición (Lucas 22, 61-62).
"Lloró amargamente porque sabía amar, y bien pronto las dulzuras del amor reemplazaron en él las amarguras del dolor" (Sermón de San Agustín).
Saberse mirado con amor por el Señor impidió que Pedro llegara a la desesperanza. Fue una mirada alentadora en la que Pedro se sintió comprendido y perdonado.
La contrición permite al alma acercarse de nuevo a Dios en un acto de amor más profundo, y atrae la misericordia divina.
Cristo no tuvo inconveniente en edificar su Iglesia sobre un hombre que ha caído. Dios cuenta con los instrumentos débiles para realizar, si se arrepienten, sus empresas grandes: como la salvación de los hombres.
Además de una gran fortaleza, la verdadera contrición da al alma una particular alegría, y dispone para ser eficaces entre los demás. Junto a Cristo el arrepentimiento se transforma en un dolor gozoso, porque se recobra la amistad perdida.
En unos instantes, Pedro se unió al Señor -a través del dolor- mucho más fuertemente de lo que había estado nunca. De sus negaciones arranca una fidelidad que le llevará hasta el martirio.
Despertemos con frecuencia en nuestro corazón el dolor por nuestros pecados, dolor de amor por el Señor. Acudamos a la Virgen ahora que recordamos nuestras faltas y negaciones.
Señor mío, Jesucristo, Dios y hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío; por ser Tú quien eres y porque te amo sobre todas las cosas, me arrepiento de todo corazón de todo lo malo que he hecho y de todo lo bueno que he dejado de hacer, porque pecando te he ofendido a Ti, que eres el sumo bien y digno de ser amado sobre todas las cosas.
Ofrezco mi vida, obras y trabajos en satisfacción de mis pecados.
Propongo firmemente, con la ayuda de tu gracia, hacer penitencia, no volver a pecar y huir de las ocasiones de pecado.
Señor, por los méritos de tu pasión y muerte, apiádate de mí, y dame tu gracia para nunca más volverte a ofender. Amén.