miércoles, enero 20, 2010

"Mira que he puesto mis palabras en tu boca"


 Para una pastoral de pastores, desde la Palabra, en nuestra Iglesia. AÑO SACERDOTAL
Pbro. William G. Segura Sánchez CEBIPAL - CELAM

La vocación, esa Palabra que orienta a una meta y un servicio

Retomemos hoy Hch 20,24: pero yo no considero mi vida digna de estima, con tal que lleve a término mi carrera y el ministerio que he recibido del Señor Jesús. Meditemos ahora la segunda parte de la frase. Ya decíamos la semana pasada que Pablo no considera de estima su vida si no es al servicio del Evangelio. Analicemos lo que eso significa a la luz del texto. No considerar la propia vida como digna de estima se justifica si tiene como fin llevar a término alguna cosa muy valiosa. Eso es, completar, plenificar, finalizar, perfeccionar algo. En Pablo se trata de dos cosas: su carrera y su ministerio. Llevar a término la carrera, es decir, entregar su vida al estar próxima su muerte (cf. Hch 13,25; Flp 1,20-21; 3,14; 2Tim 4,7). La metáfora de la carrera explica que la vida cristiana requiere perseverancia, constancia y esperanza de alcanzar el objetivo a pesar de las tribulaciones continuas. En realidad consiste en poner en juego todas las posibilidades, fuerzas y energía de que se dispone, sabiendo que de todos modos todo es obra de la misericordia entrañable de Dios, y no de nuestras fuerzas.

Al cristiano le sucede lo mismo que quien participa en una carrera, una competición deportiva, deberá probar ciertamente momentos de agotamiento y de desilusión, conocerá la tentación de abandonar la carrera, el cansancio le puede hacer perder de vista el objetivo y no estar ya en condiciones de ver la meta. Pero precisamente en esos momentos debe perseverar y resistir con todas sus fuerzas, recordando la corona que le aguarda, la que Cristo ha conseguido para él. Así Pablo ha invertido toda su vida al servicio de algo muy digno. Sin embargo la carrera no lo es todo, sino el motivo de ella: servicio (ministerio) al evangelio recibido de Jesucristo. Este servicio o diaconía Pablo lo entiende como en Hch 6,4: ministerio de la palabra (cf. 2Cor 11,8; Ef 4,12; Hb 1,14; Ap 2,19).

Del texto que nos ocupa podemos deducir que la vida de Pablo está referida a alcanzar a Cristo y a su servicio. Esa es a la vez tarea y misión del pastor, ser fundamentalmente un seguidor y servidor del Señor, en dependencia de Él y en referencia a Él en la vida concreta de la comunidad de los creyentes. La vida como una carrera y como un ministerio-servivio no es algo optativo en nuestro ministro ordenado, sino una forma de ser que constituye el ministerio en la Iglesia. Es tener una meta concreta hacia la cual se corre (Cristo) y una función que no es otra que la diaconía (Iglesia). Y todo brota de algo que se recibe del Señor. Es una vida envuelta en la acción santificante del Señor que solicita y capacita para la misión. Esto es, sin duda, generador de felicidad, de alegría, de gozo y de paz. La felicidad tiene esa fuente en la claridad de su derrotero, de su dirección definida, de esa maravillosa capacidad de orientación de la persona hacia un punto determinado: Cristo, y con un motivo igualmente determinado: servicio, ministerio. Se vive de alguna manera una especie de advenimiento del ser envuelto en plenitud (llevar a término) y una especie de conquista en la que el rostro (muerte y resurrección) se experimentan como preñados de luz.

Precisamente eso da sentido a toda la vida, y la de Pablo estaba llena de sentido, hace o vuelve significativo ese ejercicio deportivo que es la carrera con todos sus obstáculos, esa capacidad de vencerlos y con la mirada fija en la meta avanzar a paso firme. Así la meta final se vive como presencia adelantada en la esperanza cierta de una vida dichosa, una vida con sentido. Por lo mismo se vive en una actitud que inaugura un modo de ser activo y que contagia a quienes acompañan el camino y siguen conmigo en la carrera hacia la meta propuesta. Se logra crear en los demás esa nostalgia de algo más, algo que supera y plenifica nuestras aspiraciones no solo humanas sino divinas. La vida se vive como una gran apertura que ni siquiera la muerte logra apagar, ella no es más que un paso a la vida por la que se ha vivido, servido y amado en el ministerio: la vida de la eternidad que plenifica todo cuanto fue motivo para correr y servir amando al que nos ha amado primero.

Para tu reflexión: ¿mi vida y sacerdocio los vivo en perspectiva de carrera y de diaconía que plenifican?

Recuerda y haz tuyo: he peleado la buena batalla, he consumado la carrera, he conservado la fe. (2Tim 4,7).

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