martes, marzo 31, 2009

EL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA


Tomado de : http://www.catequesisnavarra.org/

1. Imposible vivir sin perdón La experiencia de vivir no perdonado es una experiencia dura que envuelve a la persona y la margina hasta arrinconarla. Quien no se siente perdonado vive marginado, como en una especie de huida hacia ninguna parte. La vida es camino. Y es camino no sólo hacia un sitio, sino, sobre todo, hacia una persona, hacia un corazón. No vamos a sitios. Vamos hacia alguien. Es importante entender esto para abrirnos al perdón. El niño pequeño que ve los brazos abiertos de su padre o de su madre camina hacia esos brazos. Aprendemos a caminar atraídos por unos brazos que nos acogen, nos levantan, nos marcan camino y etapas. Esos primeros momentos cuando el niño aprende a andar es como una parábola de la vida humana. Todos caminamos en la vida hacia unos brazos que nos abracen. De lo contrario, la vida se convierte en un ir y venir hacia nadie, y por eso mismo, hacia el vacío.

2. No he venido a llamar a los justos sino a los pecadores (Mt 9,13) Los que creemos en Jesús nos encontramos con una gran palabra de confianza. Jesús viene a llamar a los pecadores. Jesús se pone como meta el abrazo y la acogida de los pecadores. Es posible recibir el perdón en la comunidad cristiana. Tenemos alguien a quien ir y a quien pedir perdón con la confianza de que nunca defrauda.

3. El malestar del sacramento de la penitencia Hace unos años se hizo una encuesta en Italia sobre el sacramento de la penitencia: . 41% declaraban que era un sacramento no necesario. . 35% tenían dudas de su necesidad. . 20% era favorable al sacramento "por motivos psicológicos". Estos datos indican que, en general, los cristianos no entienden el sacramento. Existe, además, miedo y desconocimiento a descender a la profundidad del la persona. Son muchos los que viven a ras de tierra. Desconocen su corazón. Celebrar la penitencia es alegría y es paz cuando uno entra en el laberinto del misterio personal donde nos jugamos nuestras opciones, esperanzas, cambios, dificultades, incoherencias.

4. Cinco impedimentos para entender el sacramento de la penitencia Juan Pablo II ha enunciado cinco impedimentos que obstaculizan la comprensión del sacramento:

• Letargo de la conciencia. Hay una ignorancia religiosa supina. Basta preguntar qué libros religiosos compra la gente. El sentido de lo divino se esfuma en magia (cartas, adivinos, más allá que se pueda dominar o comprar). El Dios personal no es comprensible. De Dios y de los divino es mejor no hablar, no sacar el tema. Vivir como si no existiera. Además, si tratas esos temas eres "pasado de moda". El núcleo sagrado del hombres, la conciencia, está olvidada.

• Pérdida del sentido del pecado. El pecado es una realidad más grande que nosotros mismos. Vivimos situaciones de pecado organizadas: injusticias. Hay grupos que saben muy bien que es bueno excluir a Dios de la circulación ordinaria porque así sus negocios irán mejor... Hay una manera de envolver al pecado que hace que no parezca pecado. Son los pecados sociales que atentan contra los más pobres de la tierra y sólo se preocupan de los poderosos. Hay pecados y situaciones de atentado contra los hermanos que claman al cielo, pero están ahí y o no se atacan o no se conocen. Esto hace perder el sentido de pecado: "las cosas son así" y no hay profetas en contra de esas cosas que son así... Es preciso buscar la raíz de por qué las cosas funcionan así... para sacudir al pérdida de sentido del pecado.

• Pérdida del sentido de arrepentimiento. Reconocer el error personal no está de moda. Siempre la culpa la tienen otros. Por eso es difícil pedir perdón. La escena del traspaso de responsabilidades que vemos descrito en el relato de la caída del Génesis 3 es una gran realidad hoy que se extiende por todas partes. Y si no hay arrepentimiento no tiene sentido el sacramento de la penitencia. Arrepentirse es desear un cambio íntimo y radical. Arrepentirse no es pensar: es sentir y hacer, cambiar.

• Falsa comprensión del sentido del perdón: como si éste fuera recibido directamente de Dios sin necesidad del sacramento. "¡Yo me las apaño –mes las entiendo- con Dios!". "Yo hablo a Dios y le pedio perdón y ya está". Es cierto que Dios escucha la súplica y la oración que brota del corazón y que perdona y acoge. Pero es cierto que la Iglesia fundada por Jesús siempre entendió y realizó como camino de perdón el sacramento de la penitencia. Jesús dejo a su Iglesia un instrumento de salvación, de reconciliación y de perdón. NO es algo que la Iglesia se inventó, sino que le dejó el Señor. Nadie tiene derecho a prescindir de este camino sacramental.

• Celebración rutinaria del sacramento tanto por parte del presidente de la celebración como del penitente. Hay que reconocer que la celebración práctica de este sacramento ha llevado a abusos y al desuso. Un sacramento realizado como simple desahogo, como simple decir, sin sentir, como rutina... Un sacramento en el que el sacerdote es poco celebrante... La renovación litúrgica no ha llegado a este sacramento que tiene tres modalidades celebrativas, según las ocasiones. En no pocos sitios se deja a los sacerdotes más ancianos, que ya no pueden presidir la celebración de otros sacramentos, la celebración del sacramento de perdón. No es que no haya sacerdotes santos mayores. Pero hay una renovación que no siempre ha sido asimilada; por otra parte hay que reconocer que muchos de estos sacerdotes mayores son los que más paternidad y acogida paterna reparten en el sacramento.

5. Reflexión pastoral

La llamada de Jesús a la conversión, la llamada de los profetas a la conversión y a la penitencia no mira a las obras exteriores, sino a la conversión del corazón, a la penitencia interior. Sin penitencia interior todo es estéril y engañoso. Penitencia interior es una reorientación de la vida, un retorno, una conversión a Dios con todo nuestro corazón, un ruptura con el pecado. La ruptura va acompañada de dolor, de sentimiento, de arrepentimiento. Es Dios el que nos da un corazón nuevo y arrepentido. La conversión es, en primer lugar, obra de Dios que hace volver a él nuestro corazón. Ayuda a reconocer que la conversión es obra de Dios el que los responsables de la celebración del perdón en la comunidad se "parezcan" y "obren" como Dios: acogida, comprensión, ayuda, palabras de aliento... La gente, sobre todo los jóvenes y adultos, ya saben lo que está bien y lo que está mal. Necesitan palabras de apoyo y de animación para caminar.

martes, marzo 17, 2009

El Papa pide a los sacerdotes mayor dedicación a la Penitencia y la dirección espiritual

 

Formar la conciencia de los fieles rectamente, "prioridad pastoral"

CIUDAD DEL VATICANO, lunes 16 de marzo de 2009 (ZENIT.org).- El Papa ha exhorta a los sacerdotes a cuidar especialmente la formación de una recta conciencia en los fieles, a través sobre todo del Sacramento de la Penitencia y la dirección espiritual.

En un mensaje a los participantes en un curso sobre el "Fuero Interno" organizado por el tribunal de la Penitenciaría Apostólica, y que la Santa Sede hizo público el pasado sábado 14 de marzo, el Papa afirma que esta cuestión es "prioritaria".

"En este nuestro tiempo, constituye sin duda una de nuestras prioridades pastorales el formar rectamente la conciencia de los creyentes", explicó el Papa, "estimulándolas a percibir cada vez mejor el sentido del pecado".

Este sentido del pecado, añadió, "hoy en parte está perdido o, peor, oscurecido por un modo de pensar y de vivir etsi Deus non daretur, según la conocida expresión de Grocio, que está ahora de gran actualidad, y que denota un relativismo cerrado al verdadero sentido de la vida".

Sin embargo, este oscurecimiento del sentido del pecado ha provocado un aumento de "los sentimientos de culpa, que se quisieran eliminar con remedios paliativos insuficientes", añade.

Ante esto, plantea la necesidad de una mayor dedicación de los sacerdotes a este campo, especialmente a través de la catequesis, la homilía y la dirección de las almas en la confesión.

Hoy más que nunca, afirma, se necesitan "maestros de espíritu sabios y santos: un importante servicio eclesial, para el que es necesaria sin duda una vitalidad interior que debe implorarse como don del Espíritu Santo mediante la oración prolongada e intensa y una preparación específica que adquirir con cuidado".

"En los diversos contextos en que se encontrarán viviendo y trabajando, procuren mantener siempre vivos en sí mismos la conciencia de deber ser dignos ministros de la misericordia divina y educadores responsables de las conciencias".

Al respecto propuso como modelo al Cura de Ars, san Juan María Vianney, justo ahora en el 150 aniversario de su muerte.

De él se ha escrito que "en la catequesis que impartía cada día a niños y a adultos, en la reconciliación que administraba a los penitentes y en las obras impregnadas de esa caridad ardiente, que él obtenía de la santa Eucaristía como de una fuente, avanzó hasta tal punto que difundió en todo lugar su consejo y acercó sabiamente a muchos a Dios", recuerda el Papa.

Por otro lado, afirma que en este campo la predicación, y más concretamente las homilías, son un vehículo muy importante de formación de los fieles.

"La homilía, que con la reforma querida por el Concilio Vaticano II ha vuelto a adquirir su papel sacramental dentro del único acto de culto constituido por la liturgia de la Palabra por la de la Eucaristía, es sin duda la forma de predicación más difundida, con la que cada domingo se educa la conciencia de millones de fieles", afirma.

Es necesario, advierte, adaptar la predicación a la mentalidad contemporánea. También aconseja, en el campo de la catequesis, no dejar de utilizar los medios telemáticos necesarios, pues "ofrecen oportunidades providenciales para anunciar de forma nueva y más cercana a las sensibilidades contemporáneas la perenne e inmutable Palabra de verdad que el Divino maestro ha confiado a su Iglesia".

[Por Inma Álvarez]

 

lunes, marzo 16, 2009

CARTA DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI
A LOS OBISPOS DE LA IGLESIA CATÓLICA
SOBRE LA REMISIÓN DE LA EXCOMUNIÓN DE LOS CUATRO OBISPOS
CONSAGRADOS POR EL ARZOBISPO LEFEBVRE



Queridos Hermanos en el ministerio episcopal

La remisión de la excomunión a los cuatro Obispos consagrados en el año 1988 por el Arzobispo Lefebvre sin mandato de la Santa Sede, ha suscitado por múltiples razones dentro y fuera de la Iglesia católica una discusión de una vehemencia como no se había visto desde hace mucho tiempo. Muchos Obispos se han sentido perplejos ante un acontecimiento sucedido inesperadamente y difícil de encuadrar positivamente en las cuestiones y tareas de la Iglesia de hoy. A pesar de que muchos Obispos y fieles estaban dispuestos en principio a considerar favorablemente la disposición del Papa a la reconciliación, a ello se contraponía sin embargo la cuestión sobre la conveniencia de dicho gesto ante las verdaderas urgencias de una vida de fe en nuestro tiempo. Algunos grupos, en cambio, acusaban abiertamente al Papa de querer volver atrás, hasta antes del Concilio. Se desencadenó así una avalancha de protestas, cuya amargura mostraba heridas que se remontaban más allá de este momento. Por eso, me siento impulsado a dirigiros a vosotros, queridos Hermanos, una palabra clarificadora, que debe ayudar a comprender las intenciones que me han guiado en esta iniciativa, a mí y a los organismos competentes de la Santa Sede. Espero contribuir de este modo a la paz en la Iglesia.

Una contrariedad para mí imprevisible fue el hecho de que el caso Williamson se sobrepusiera a la remisión de la excomunión. El gesto discreto de misericordia hacia los cuatro Obispos, ordenados válidamente pero no legítimamente, apareció de manera inesperada como algo totalmente diverso: como la negación de la reconciliación entre cristianos y judíos y, por tanto, como la revocación de lo que en esta materia el Concilio había aclarado para el camino de la Iglesia. Una invitación a la reconciliación con un grupo eclesial implicado en un proceso de separación, se transformó así en su contrario: un aparente volver atrás respecto a todos los pasos de reconciliación entre los cristianos y judíos que se han dado a partir del Concilio, pasos compartidos y promovidos desde el inicio como un objetivo de mi trabajo personal teológico. Que esta superposición de dos procesos contrapuestos haya sucedido y, durante un tiempo haya enturbiado la paz entre cristianos y judíos, así como también la paz dentro de la Iglesia, es algo que sólo puedo lamentar profundamente. Me han dicho que seguir con atención las noticias accesibles por Internet habría dado la posibilidad de conocer tempestivamente el problema. De ello saco la lección de que, en el futuro, en la Santa Sede deberemos prestar más atención a esta fuente de noticias. Me ha entristecido el hecho de que también los católicos, que en el fondo hubieran podido saber mejor cómo están las cosas, hayan pensado deberme herir con una hostilidad dispuesta al ataque. Justamente por esto doy gracias a los amigos judíos que han ayudado a deshacer rápidamente el malentendido y a restablecer la atmósfera de amistad y confianza que, como en el tiempo del Papa Juan Pablo II, también ha habido durante todo el período de mi Pontificado y, gracias a Dios, sigue habiendo.

Otro desacierto, del cual me lamento sinceramente, consiste en el hecho de que el alcance y los límites de la iniciativa del 21 de enero de 2009 no se hayan ilustrado de modo suficientemente claro en el momento de su publicación. La excomunión afecta a las personas, no a las instituciones. Una ordenación episcopal sin el mandato pontificio significa el peligro de un cisma, porque cuestiona la unidad del colegio episcopal con el Papa. Por esto, la Iglesia debe reaccionar con la sanción más dura, la excomunión, con el fin de llamar a las personas sancionadas de este modo al arrepentimiento y a la vuelta a la unidad. Por desgracia, veinte años después de la ordenación, este objetivo no se ha alcanzado todavía. La remisión de la excomunión tiende al mismo fin al que sirve la sanción: invitar una vez más a los cuatro Obispos al retorno. Este gesto era posible después de que los interesados reconocieran en línea de principio al Papa y su potestad de Pastor, a pesar de las reservas sobre la obediencia a su autoridad doctrinal y a la del Concilio. Con esto vuelvo a la distinción entre persona e institución. La remisión de la excomunión ha sido un procedimiento en el ámbito de la disciplina eclesiástica: las personas venían liberadas del peso de conciencia provocado por la sanción eclesiástica más grave. Hay que distinguir este ámbito disciplinar del ámbito doctrinal. El hecho de que la Fraternidad San Pío X no posea una posición canónica en la Iglesia, no se basa al fin y al cabo en razones disciplinares sino doctrinales. Hasta que la Fraternidad non tenga una posición canónica en la Iglesia, tampoco sus ministros ejercen ministerios legítimos en la Iglesia. Por tanto, es preciso distinguir entre el plano disciplinar, que concierne a las personas en cuanto tales, y el plano doctrinal, en el que entran en juego el ministerio y la institución. Para precisarlo una vez más: hasta que las cuestiones relativas a la doctrina no se aclaren, la Fraternidad no tiene ningún estado canónico en la Iglesia, y sus ministros, no obstante hayan sido liberados de la sanción eclesiástica, no ejercen legítimamente ministerio alguno en la Iglesia.

A la luz de esta situación, tengo la intención de asociar próximamente la Pontificia Comisión "Ecclesia Dei", institución competente desde 1988 para esas comunidades y personas que, proviniendo de la Fraternidad San Pío X o de agrupaciones similares, quieren regresar a la plena comunión con el Papa, con la Congregación para la Doctrina de la Fe. Con esto se aclara que los problemas que deben ser tratados ahora son de naturaleza esencialmente doctrinal, y se refieren sobre todo a la aceptación del Concilio Vaticano II y del magisterio postconciliar de los Papas. Los organismos colegiales con los cuales la Congregación estudia las cuestiones que se presentan (especialmente la habitual reunión de los Cardenales el miércoles y la Plenaria anual o bienal) garantizan la implicación de los Prefectos de varias Congregaciones romanas y de los representantes del Episcopado mundial en las decisiones que se hayan de tomar. No se puede congelar la autoridad magisterial de la Iglesia al año 1962, lo cual debe quedar bien claro a la Fraternidad. Pero a algunos de los que se muestran como grandes defensores del Concilio se les debe recordar también que el Vaticano II lleva consigo toda la historia doctrinal de la Iglesia. Quien quiere ser obediente al Concilio, debe aceptar la fe profesada en el curso de los siglos y no puede cortar las raíces de las que el árbol vive.

Espero, queridos Hermanos, que con esto quede claro el significado positivo, como también sus límites, de la iniciativa del 21 de enero de 2009. Sin embargo, queda ahora la cuestión: ¿Era necesaria tal iniciativa? ¿Constituía realmente una prioridad? ¿No hay cosas mucho más importantes? Ciertamente hay cosas más importantes y urgentes. Creo haber señalado las prioridades de mi Pontificado en los discursos que pronuncié en sus comienzos. Lo que dije entonces sigue siendo de manera inalterable mi línea directiva. La primera prioridad para el Sucesor de Pedro fue fijada por el Señor en el Cenáculo de manera inequívoca: "Tú… confirma a tus hermanos" (Lc 22,32). El mismo Pedro formuló de modo nuevo esta prioridad en su primera Carta: "Estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere" (1 Pe 3,15). En nuestro tiempo, en el que en amplias zonas de la tierra la fe está en peligro de apagarse como una llama que no encuentra ya su alimento, la prioridad que está por encima de todas es hacer presente a Dios en este mundo y abrir a los hombres el acceso a Dios. No a un dios cualquiera, sino al Dios que habló en el Sinaí; al Dios cuyo rostro reconocemos en el amor llevado hasta el extremo (cf. Jn 13,1), en Jesucristo crucificado y resucitado. El auténtico problema en este momento actual de la historia es que Dios desaparece del horizonte de los hombres y, con el apagarse de la luz que proviene de Dios, la humanidad se ve afectada por la falta de orientación, cuyos efectos destructivos se ponen cada vez más de manifiesto.

Conducir a los hombres hacia Dios, hacia el Dios que habla en la Biblia: Ésta es la prioridad suprema y fundamental de la Iglesia y del Sucesor de Pedro en este tiempo. De esto se deriva, como consecuencia lógica, que debemos tener muy presente la unidad de los creyentes. En efecto, su discordia, su contraposición interna, pone en duda la credibilidad de su hablar de Dios. Por eso, el esfuerzo con miras al testimonio común de fe de los cristianos –al ecumenismo– está incluido en la prioridad suprema. A esto se añade la necesidad de que todos los que creen en Dios busquen juntos la paz, intenten acercarse unos a otros, para caminar juntos, incluso en la diversidad de su imagen de Dios, hacia la fuente de la Luz. En esto consiste el diálogo interreligioso. Quien anuncia a Dios como Amor "hasta el extremo" debe dar testimonio del amor. Dedicarse con amor a los que sufren, rechazar el odio y la enemistad, es la dimensión social de la fe cristiana, de la que hablé en la Encíclica Deus caritas est.

Por tanto, si el compromiso laborioso por la fe, por la esperanza y el amor en el mundo es en estos momentos (y, de modos diversos, siempre) la auténtica prioridad para la Iglesia, entonces también forman parte de ella las reconciliaciones pequeñas y medianas. Que el humilde gesto de una mano tendida haya dado lugar a un revuelo tan grande, convirtiéndose precisamente así en lo contrario de una reconciliación, es un hecho del que debemos tomar nota. Pero ahora me pregunto: ¿Era y es realmente una equivocación, también en este caso, salir al encuentro del hermano que "tiene quejas contra ti" (cf. Mt 5,23s) y buscar la reconciliación? ¿Acaso la sociedad civil no debe intentar también prevenir las radicalizaciones y reintegrar a sus eventuales partidarios –en la medida de lo posible- en las grandes fuerzas que plasman la vida social, para evitar su segregación con todas sus consecuencias? ¿Puede ser totalmente desacertado el comprometerse en la disolución de las rigideces y restricciones, para dar espacio a lo que haya de positivo y recuperable para el conjunto? Yo mismo he visto en los años posteriores a 1988 cómo, mediante el regreso de comunidades separadas anteriormente de Roma, ha cambiado su clima interior; cómo el regreso a la gran y amplia Iglesia común ha hecho superar posiciones unilaterales y ablandado rigideces, de modo que luego han surgido fuerzas positivas para el conjunto. ¿Puede dejarnos totalmente indiferentes una comunidad en la cual hay 491 sacerdotes, 215 seminaristas, 6 seminarios, 88 escuelas, 2 institutos universitarios, 117 hermanos, 164 hermanas y millares de fieles? ¿Debemos realmente dejarlos tranquilamente ir a la deriva lejos de la Iglesia? Pienso por ejemplo en los 491 sacerdotes. No podemos conocer la trama de sus motivaciones. Sin embargo, creo que no se hubieran decidido por el sacerdocio si, junto a varios elementos distorsionados y enfermos, no existiera el amor por Cristo y la voluntad de anunciarlo y, con Él, al Dios vivo. ¿Podemos simplemente excluirlos, como representantes de un grupo marginal radical, de la búsqueda de la reconciliación y de la unidad? ¿Qué será de ellos luego?

Ciertamente, desde hace mucho tiempo y después una y otra vez, en esta ocasión concreta hemos escuchado de representantes de esa comunidad muchas cosas fuera de tono: soberbia y presunción, obcecaciones sobre unilateralismos, etc. Por amor a la verdad, debo añadir que he recibido también una serie de impresionantes testimonios de gratitud, en los cuales se percibía una apertura de los corazones. ¿Acaso no debe la gran Iglesia permitirse ser también generosa, siendo consciente de la envergadura que posee; en la certeza de la promesa que le ha sido confiada? ¿No debemos como buenos educadores ser capaces también de dejar de fijarnos en diversas cosas no buenas y apresurarnos a salir fuera de las estrecheces? ¿Y acaso no debemos admitir que también en el ámbito eclesial se ha dado alguna salida de tono? A veces se tiene la impresión de que nuestra sociedad tenga necesidad de un grupo al menos con el cual no tener tolerancia alguna; contra el cual pueda tranquilamente arremeter con odio. Y si alguno intenta acercársele –en este caso el Papa– también él pierde el derecho a la tolerancia y puede también ser tratado con odio, sin temor ni reservas.

Queridos Hermanos, por circunstancias fortuitas, en los días en que me vino a la mente escribir esta carta, tuve que interpretar y comentar en el Seminario Romano el texto de Ga 5,13-15. Percibí con sorpresa la inmediatez con que estas frases nos hablan del momento actual: «No una libertad para que se aproveche el egoísmo; al contrario, sed esclavos unos de otros por amor. Porque toda la ley se concentra en esta frase: "Amarás al prójimo como a ti mismo". Pero, atención: que si os mordéis y devoráis unos a otros, terminaréis por destruiros mutuamente». Siempre fui propenso a considerar esta frase como una de las exageraciones retóricas que a menudo se encuentran en San Pablo. Bajo ciertos aspectos puede ser también así. Pero desgraciadamente este "morder y devorar" existe también hoy en la Iglesia como expresión de una libertad mal interpretada. ¿Sorprende acaso que tampoco nosotros seamos mejores que los Gálatas? Que ¿quizás estemos amenazados por las mismas tentaciones? ¿Que debamos aprender nuevamente el justo uso de la libertad? ¿Y que una y otra vez debamos aprender la prioridad suprema: el amor? En el día en que hablé de esto en el Seminario Mayor, en Roma se celebraba la fiesta de la Virgen de la Confianza. En efecto, María nos enseña la confianza. Ella nos conduce al Hijo, del cual todos nosotros podemos fiarnos. Él nos guiará, incluso en tiempos turbulentos. De este modo, quisiera dar las gracias de corazón a todos los numerosos Obispos que en este tiempo me han dado pruebas conmovedoras de confianza y de afecto y, sobre todo, me han asegurado sus oraciones. Este agradecimiento sirve también para todos los fieles que en este tiempo me han dado prueba de su fidelidad intacta al Sucesor de San Pedro. El Señor nos proteja a todos nosotros y nos conduzca por la vía de la paz. Es un deseo que me brota espontáneo del corazón al comienzo de esta Cuaresma, que es un tiempo litúrgico particularmente favorable a la purificación interior y que nos invita a todos a mirar con esperanza renovada al horizonte luminoso de la Pascua.

Con una especial Bendición Apostólica me confirmo

Vuestro en el Señor

Benedictus PP. XVI


Vaticano, 10 de marzo de 2009.

jueves, marzo 05, 2009

Decálogo Cuaresmal

1. Romperás de una vez por todas con lo que tú bien sabes que Dios no quiere, aunque te agrade mucho, aunque te cueste "horrores" dejarlo. Lo arrancarás sin compasión como un cáncer que te está matando. "¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si arruina su vida? (Mc 8, 36)

2. Compartirás tu pan con el hambriento, tus ropas con el desnudo, tus palabras con el que vive en soledad, tu tiempo y consuelo con el que sufre en el cuerpo o en el alma, tu sonrisa con el triste, tu caridad con TODOS. Examinarás esto con cuidado cada noche. "En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis." (Mt 25, 40)

3. Dedicarás un buen tiempo todos los días para estar a solas con Dios, para hablar con Él de corazón a Corazón. Será un tiempo de agradecer, de pedir perdón, de alabarle y adorarle, de suplicar por la salvación de TODOS. Este tiempo no es negociable. "Sucedió que por aquellos días se fue él al monte a orar, y se pasó la noche en la oración de Dios." (Lc 6, 12)

4. Confiarás en Dios a pesar de tus pecados y miserias. Creerás que Dios es más fuerte que todo el mal del mundo. No permitirás que ni dolor, ni pesar alguno, ni "tu negra suerte", ni las injusticias y traiciones sufridas te hagan dudar ni por un momento del amor infinito que Dios te tiene. Él ha muerto en cruz para salvarte de tus pecados. "Aunque pase por valle tenebroso, ningún mal temeré, porque tú vas conmigo; tu vara y tu cayado, ellos me sosiegan." (Sal 23, 4)

5. Mirarás sólo a Dios y a tus hermanos. Mirarte tanto te hace daño, porque te envaneces viendo los dones que nos son tuyos o te desalientas viendo sin humildad tus miserias. Mira a Jesús y habrá paz en tu corazón. Mira las necesidades de tus hermanos y ya no tendrás tiempo de pensar en ti; te harás más humana, más cristiana. "Así pues, si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Aspirad a las cosas de arriba, no a las de la tierra." (Col 3, 1-2)

6. Ayunarás de palabras vanas: serás benedicente. Ayunarás de malos pensamientos: serás pura de corazón. Ayunarás de acciones egoístas: serás una mujer para los demás. Ayunarás de toda hipocresía: serás veraz. Ayunarás de lo superfluo: serás pobre de espíritu. "¿No será más bien este otro el ayuno que yo quiero: desatar los lazos de maldad, deshacer las coyundas del yugo, dar la libertad a los quebrantados, y arrancar todo yugo?" (Is 58, 6)

7. Perdonarás una y mil veces a quien te ha herido, con causa o sin ella, justa o injustamente, esté arrepentido o no. Un perdón que no será sólo tolerar o soportar sino que ha de brotar del amor sincero y sobrenatural. Los perdonarás uno por uno, primero en tu corazón y luego, si te es posible, también con tus palabras. No permitirás que el rencor ni el resentimiento envenenen tu corazón. "Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen" (Lc 23, 34)

8. Ofrecerás sacrificios agradables al Señor. Los harás en silencio, sin que nadie se dé cuenta. Buscarás con ello reparar por tus pecados y los de TODOS los hombres. Querrás con ello desprenderte de las cosas materiales, que tanto te agradan, para poder hacerte más libre y ser una mujer para Dios. Pero sobre todo ejercerás el sacrificio de vivir con perfección la caridad en todo momento con TODOS tus hermanos. "No os olvidéis de hacer el bien y de ayudaros mutuamente; ésos son los sacrificios que agradan a Dios." (Heb 13, 16)

9. Amarás la humildad y procurarás vivirla de la siguiente manera: reconocerás tus pecados; considerarás a los demás mejores que tú; agradecerás las humillaciones sin dejarte arrastrar por el amor propio; no buscarás los honores, ni los puestos, ni el poder, ni la fama, que todo eso es de Dios; te harás servidora de todos. "el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos". (Mc 10, 43-44)

10. Anunciarás a los hombres la verdad del Evangelio. Les dirás sin temor que Dios los ama, que se ha hecho hombre por ellos y ha muerto en la cruz para salvarlos. Les mostrarás que sólo Él los puede hacer plenamente felices. Les harás ver que la vida que tiene su origen en Dios, es muy corta, se pasa rápido y que Dios es su destino final; vivir por Dios, con Dios y en Dios es lo sensato y seguro. "Y les dijo: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación» " (Mc 16, 15)
 
Fuente: Catholic.net
Autor: Pedro Castañera, L.C.


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