El primero o el Ultimo????
Cuando los seglares o laicos caemos en la manía del protagonismo |
Escrito por Redacción | |
sábado, 22 de marzo de 2008 Orden Franciscana Seglar | |
Los laicos en muchas ocasiones, cuando nos dedicamos al servicio del altar, al servicio de la Iglesia, a la catequesis o a la evangelizació Los humanos de este siglo, desde niños hemos puesto nuestros sentidos en la observación de películas cinematográficas y en las historias novelescas de la televisión. Vivencias en las que se narra la vida de personajes famosos. Historias que son interpretadas por actores que protagonizan el papel de los principales personajes. Así, sin percatarnos, desde niños empezamos a desear ser los protagonistas que imitan a esos personajes principales de las historias que se relatan en los filmes y las telenovelas. Inconscientemente venimos desarrollando dentro de nosotros mismos actitudes desatinadas de afectación histriónica para simular ser lo que no se es. Esta suma de actitudes desatinadas es lo que conocemos como Protagonismo. El protagonismo es esa manía de sentirse el centro de la atención social. Es esa obsesión de ser reconocido como la persona más calificada y necesaria en determinada actividad, independientemente de que se posean o no méritos que lo justifiquen. La ilusión por ser reconocidos como el personaje principal de su entorno social, mueve a la ficción de simular ser lo que no se es, hasta llenar ficticiamente sus vacíos vivenciales. Los vacíos vivenciales inducen a jactarse de grandeza, de popularidad o de ensoberbecimiento, en la enajenante esperanza de un mañana en el que pudiera protagonizar el papel de ser el héroe o la heroína de las películas y telenovelas preferidas. Siempre se habla de los peligros éticos, morales y psicológicos del cine y de la televisión, pero no se advierte de las perturbaciones psíquicas que el protagonismo desencadena en la conducta de los espectadores. Analizando y recordando esas vivencias que son comunes a todos los seres humanos, no debemos olvidar que el ser humano no solamente es consecuencia de su herencia genética, sino que también es el resultado de la programación psicológica del medio ambiente social y cultural en el que se desarrolla. No hay quien no haya soñado en su niñez -y algunos lo conservan en el subconsciente- la esperanza de protagonizar una de esas fabulosas historias que siempre deseo realizar. En la conciencia de toda persona subyacen esos sentimientos de personificar y realizar todo lo que sus héroes y heroínas sembraron en sus mentes sin tomar conciencia del desarrollo subliminal de los yoes que hacen que el ser humano se comporte de manera extraña y extravagante. Y es que no hay quien -de una u otra manera- no quiera ser el centro de atención de quienes lo rodean. No hay quien no quisiera ser como los protagonistas principales de las películas y las telenovelas. Que los actores simulen los personajes que han elegido representar, es un talento histriónico que merece el reconocimiento de sus admiradores; pero quienes tienen la manía de simular protagonismos sin ser de la profesión de los actores, definitivamente están pretendiendo sorprender y engañar a sus semejantes con alguna vil intención o, lo más triste, distraer la atención del único centro de atención que debe ser Cristo, para encaminar esa misma atención en nuestras personas. Aquellos que recurren a urdir protagonismos, sea cuales fueren sus propósitos y argumentos justificativos, actúan con deshonestidad y perversidad de intenciones. El deseo de ser iguales a otros, induce a fantasear preciándose de ser indispensables. Los personajes piensan que sin ellos las cosas no podrán funcionar. Que son lo mejor, sin darse cuenta que el rol que quieren protagonizar ni siquiera es compatible con sus personalidades. Cuando la desinteligencia impide comprender que en la vida cotidiana no siempre se puede realizar el protagonismo que se desea, el porfiado subconsciente motivará oportunidades inusitadas, que al parecer ofrece nuevas alternativas para protagonizar. Analizando cada una de nuestras vidas es casi seguro que descubriremos muchísimas actitudes en las que tratamos de ser los protagonistas del grupo en el que estamos, o de alguna experiencia que tratamos de mostrar a quienes nos rodean, en el afán de ser distintos y mejores que los demás. El protagonismo se ha constituido en un síndrome psíquico que nos impulsa a ser extravagantes, que nos hace creer que son aquello que no somos realmente. Cuando descubrimos algún conocimiento especial o cuando nos enteramos de ciertas circunstancias de la vida de los demás, no vacilamos en tratar de penetrar en esos ambientes y ganar esos espectadores que nos concedan la admiración y el reconocimiento que aspiramos. Es cierto que todo ser humano se siente fortalecido con el afecto, el amor, el respeto y la admiración de sus semejantes; pero, cuando caemos en el protagonismo, ¿estamos conquistando aquellas cosas que tanto deseamos?,o ¿no será más bien, que -sin darse cuenta- estamos haciendo el ridículo de aparentar ser lo que realmente no somos? Hombres y mujeres de todas las esferas sociales, insensatamente compiten en una carrera por tratar de ser protagonistas de paradigmas ajenos y extrañas a la historia de sus vidas, cayendo en el auténtico protagonismo de las enajenaciones conocidas. Meditemos, porque el protagonismo -sin habernos propuesto- ha logrado arrastrar a la conciencia social de nuestro mundo creando personajes de ficción que confunden nuestras relaciones con quienes nos rodean. ¿Cómo nos enseña Cristo a no caer en el protagonismo? A través de su Palabra, Cristo nos responda a aquellos que quieren estar delante de los demás, encabezando el escenario, en la búsqueda de controlar a los demás. La petición de Santiago y Juan (Mt. 20. 20-23) Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, se acercaron a Jesús y le dijeron: "Maestro, queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir". Él les respondió: "¿Qué quieren que haga por ustedes?". Ellos le dijeron: "Concédenos sentarnos uno a tu derecha y el otro a tu izquierda, cuando estés en tu gloria". Jesús les dijo: "No saben lo que piden. ¿Pueden beber el cáliz que yo beberé y recibir el bautismo que yo recibiré?". "Podemos", le respondieron. Entonces Jesús agregó: "Ustedes beberán el cáliz que yo beberé y recibirán el mismo bautismo que yo. En cuanto a sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo, sino que esos puestos son para quienes han sido destinados". El carácter servicial de la autoridad. (Mt. 20. 24-28 Lc. 22. 24-27) Los otros diez, que habían oído a Santiago y a Juan, se indignaron contra ellos. Jesús los llamó y les dijo: "Ustedes saben que aquellos a quienes se considera gobernantes, dominan a las naciones como si fueran sus dueños, y los poderosos les hacen sentir su autoridad. Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero, que se haga servidor de todos. Porque el mismo Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud". Quien quiera ser grande, que empiece por ser pequeño Hemos de ser esclavos de todos si queremos hacer la voluntad de Cristo. Pero eso no es fácil. Incluso, nos parece intolerable. ¿Cómo es que Jesús nos dice cosas así? Pues Él se hizo esclavo de todos nosotros, siendo Dios, murió, con una muerte terrible y afrentosa. Y por ello nos salvó. La realidad es que servir es mejor que ser servido, porque sirviendo no hay ambición, ni gusto por el poder, ni por el dinero. Así lo hacen miles de misioneros y misioneras que lo dejan todo por llevar un poco de felicidad a los pobres más pobres de la tierra. Ellos se convierten en servidores de esos pobres tan pobres. El evangelio nos alerta: quien quiera ser grande, que empiece por ser pequeño. A ir contracorriente. A no pretender aquello que no le corresponde. A no vivir sumido en sueños inalcanzables. A no estar acomodado o bien situado. Donde explota la pobreza, los que son misioneros, plantan la esperanza; donde existe riqueza, los misioneros alientan la caridad; donde aflora la injusticia, los misioneros propugnan un equitativo reparto de los bienes. Donde no aparece Dios, los misioneros ( y esa es la novedad que llevan consigo) pregonan y son testigos de un Jesucristo que sigue vivo, operativo en su iglesia y salvación de todos los hombres. Pretender reducir, la vida de nuestros misioneros, a una simple labor humanitaria sería traicionar al sentido evangélico, la vocación a la cual se sintieron llamados. Oración y trabajo, anuncio y servicio, justicia y evangelio, Dios y hombre, paz y pan, son entre otros, vías paralelas que son irrenunciables, complementarias y que constituyen la grandeza y el rostro mejor, de aquellos que son felices anunciando a Jesucristo muerto y resucitado. Ellos, los misioneros, son así. Disfrutan (no tanto soñando con un puesto junto a Dios) sino cumpliendo la voluntad de Dios y anunciándolo de balde allá donde la iglesia los ha enviado. Como, los Zebedeos, también nosotros estamos llenos de defectos y de aspiraciones. Lo malo, no es tenerlas, sino la falta de conciencia de lo que supone seguir a Jesús: beber el trago amargo de su cáliz (persecución, incomprensión, hostilidades o sacrificios) Ojala, ante el Señor, digamos: concédenos ser los primeros en generosidad; los primeros en sensibilidad misionera; los primeros en dar a conocer tu nombre; los primeros en valorar la labor impresionante de nuestros misioneros, etc. No estará de más, por lo menos, pedirlo con sinceridad. Entre otras cosas porque, podemos correr el riesgo de olvidar que, también desde aquí, como San Francisco Javier podemos ser testigos y maestros de la misión: anunciado a Jesucristo y facilitando medios para las misiones católicas. ¿Quiero ser el primero y el último? ¿El primero en exigir y el último en ofrecer? ¿Pretendo ser el primero y el último? ¿El primero en cerrar la mano, y el último en abrirla? ¿Soy el primero y el último? ¿Soy el primero en ser recomendado, y el último en recomendar? Oración Dios todopoderoso y eterno, te pedimos entregarnos a ti con fidelidad y servirte con sincero corazón. Por Jesucristo, nuestro Señor |