martes, septiembre 07, 2010

Formación Espiritual mensual - Misioneros del agradecimiento

 

(Mes de Septiembre 1a. semana)

Por tercer año consecutivo vamos a meditar sobre la Virgen María, como modelo de vida y en especial como modelo de agradecimiento. En el primer año nos detuvimos en ver qué decía el Magisterio de la Iglesia sobre ella (los dogmas marianos), que decía el pueblo de Dios (las letanías) y que decía ella misma (las apariciones). Al año siguiente –el curso pasado- hemos meditado sobre algunas virtudes que fueron especialmente practicadas por la Santísima Virgen, aunque ella es modelo de todas las virtudes. Este curso –y los dos siguientes, si Dios quiere- vamos a intentar adentrarnos en el misterio de su vida, para verla como un ejemplo a seguir cuando a nosotros nos toque, de algún modo, pasar por las pruebas que ella tuvo que pasar. Este año lo dedicaremos a la primera etapa de su vida, la que va desde su nacimiento hasta el inicio de la vida pública de Jesús. Como siempre, mes a mes iremos desgranando algunos puntos de esa vida para tomarlos como referencia en nuestra meditación y en nuestro comportamiento

Primera semana

 María, criatura de Dios.

La plenitud de la Revelación que representa el Nuevo Testamento ha hecho olvidar a algunos, especialmente en nuestros días, todo lo anterior. Es como si se pretendiera volver a la antigua herejía que consideraba despreciable y caduco el trabajo llevado a cabo por Dios durante cientos de años en el pueblo de Israel. Para éstos, subyugados por el maravilloso rostro de Dios que Cristo nos muestra, ya no tendría sentido hablar de otra característica de la divinidad que no fuera la de Padre. Dios, vienen a decir, es Padre y con eso basta. De un plumazo suprimen los tesoros de luz con que el propio Dios iluminó la realidad divina, con tanta paciencia como esfuerzo a través de los patriarcas y los profetas.

Una de esas características divinas proscritas es la de Creador. Hay muchas más, pero conviene empezar por rescatar del olvido precisamente ésta. Y conviene hacerlo porque fue con ella con lo que empezó todo. Lo primero que un creyente cristiano –y no sólo cristiano sino también judío y musulmán- debe decir de Dios es que es el Creador. No es un artesano caprichoso que ensaya nuevas formas jugando con el barro dócil que le ofrece la evolución de las especies. Es alguien que ama al ser creado –la naturaleza entera y no sólo el hombre- antes de crearlo, lo mismo que un pintor ama su obra cuando la tiene en la cabeza y aún no ha logrado plasmarla en el lienzo, lo mismo que un escritor ama su libro antes de ponerse a escribirlo. Dios es, por lo tanto y antes que ninguna otra cosa, Creador. De ahí nacerán sus derechos sobre lo que ha creado y también, digámoslo, sus obligaciones. Suprimir, o minusvalorar, el concepto de Dios-Creador, deja demasiado a solas el concepto de Dios-Padre. Tan a solas que, forzosamente y casi sin pensarlo, se empieza a decir que todos los seres creados, especialmente los hombres, son "hijos de Dios". La consecuencia inmediata es que se devalúa el sacramento del bautismo y la consiguiente pertenencia a la Iglesia. Vemos así como, de una omisión aparentemente insignificante y bienintencionada, se derivan consecuencias perniciosas y enseñanzas equivocadas.

Dios es Creador de todos, pero no es Padre de todos. Es Jesús, su único Hijo, quien nos da la oportunidad de ser "hijos en el Hijo", de ser "hijos adoptivos del Padre". La oportunidad se la brinda a todos, pero sólo la aceptan los que creen en su divinidad, en su mensaje, y como consecuencia se bautizan y empiezan a llamarse y a ser cristianos.

Sin embargo, todos los hombres, al margen de sus creencias o increencias, tienen a Dios como creador y son, por consiguiente, "criaturas de Dios". En español, la palabra "criatura" tiene, entre otras acepciones, una habla de ternura, de una ternura procedente de aquel con quien la "criatura" tiene dependencia. Ser "criatura de Dios" es, por lo tanto, un hermoso título que nos asegura la protección por parte del "Dios de las criaturas".

¿Qué puede tener esto que ver con la Virgen María?. Mucho, muchísimo. El hecho de que ella, aún no estando bautizada, hubiera recibido el fruto de la redención desde su misma concepción, no la exime de ser "criatura" de Dios, como cualquier otro ser humano. Como tal, María se supo siempre "dependiente" del Dios-Creador en el que creía, al que amaba y al que, no lo olvidemos, respetaba y obedecía. María, criatura de Dios, se sabía protegida por Dios, pero también se sabía obligada a obedecer a ese Dios y a aceptar que no todo lo que ocurriera en su vida podía entenderlo. Es decir, se sabía inmersa necesariamente en el misterio de Dios. Eso le permitía conciliar su fe en la intervención de Dios en la historia humana –típica del judaísmo- con la realidad dolorosa que, como a todo ser humano, le afectaba personalmente o veía a su alrededor.

Pero hay algo más en este concepto de criatura aplicado a María que una simple reflexión acerca de la necesidad de aceptar los misterios de la vida y de obedecer al Creador. Si Dios ha hecho al hombre, tal y como enseña la Biblia, la obra de Dios ha de ser, forzosamente, una obra buena. Claro que el pecado la corrompió, produciéndose así tantos desequilibrios y sufrimientos. Pero eso no afectaba a María, en la cual el pecado no había introducido nunca ni mancha ni desorden. María, criatura de Dios, era hermosa por ser obra del Creador y por ser una obra no contaminada por el pecado. La más hermosa desde Eva, la nueva Eva incluso.

¿Y qué tiene que ver eso con nosotros, que sí conocemos las consecuencias del pecado, tanto del original como del personal?. A imitación de María podemos reflexionar sobre, al menos, cuatro aspectos ligados a este primer título con que designamos a Nuestra Señora: Aceptación del hecho de que no todos los planes de Dios podemos entenderlos, debido a que Él es el Creador y nosotros las criaturas; obediencia al que nos ha sacado de la nada, dándonos todo lo que somos; respeto a la obra creada por Dios, tanto a la representada por la naturaleza como a los seres humanos incluidos los enfermos y débiles; aceptación de la propia realidad, como obra de Dios, al menos en aquello que no procede de la intervención dañina del hombre. Estos cuatro puntos son esenciales para establecer los principios de una correcta relación con Dios. De todos ellos, quizá el cuarto sea el más urgente. Hoy, debido a la publicidad que exalta unos modelos físicos y morales que la mayoría no pueden o no quieren imitar, muchos se consideran desgraciados porque no pueden ser altos, guapos, rubios, delgados y ricos. Habría que enseñarles a quererse a sí mismos, a querer la obra que Dios ha hecho en ellos, a comprender que Dios les ama y que les ama como son. Creer en ese amor de Dios es el punto de partida para vivir en paz e incluso para poder cambiar. Creer en el amor de Dios es poseer el punto de apoyo necesario para poder mover el mundo, empezando por el propio mundo.

 Propósito: Agradecer a Dios que nos haya creado, aunque nos parezca que lo que somos o lo que tenemos no es perfecto. Si nos fijamos sólo en lo que nos falta nunca podremos ser felices.

 

 Segunda semana

 Inmaculada.

Decir de María que fue concebida sin pecado original, llamarla Inmaculada, es hoy algo normal. Lo extraño, lo pecaminoso incluso, sería decir lo contrario. Sin embargo, en la historia de la Iglesia, hasta la proclamación del dogma relacionado con este asunto, no sólo eran los clásicos enemigos de la Virgen los que negaban este atributo mariano, sino que lo rechazaban también fervorosos devotos de María e incluso santos.

¿Por qué?. ¿Cómo es posible que un defensor de la Virgen como San Bernardo negara que ésta había sido concebida sin pecado original? ¿O que un sabio como Santo Tomás dijera que había sido después de la concepción, aunque antes del nacimiento de Jesús, que Dios había redimido a la futura madre de su Hijo?.

La explicación a estas aparentes contradicciones está en una frase de San Pablo, con la cual el apóstol de los gentiles quiere insistir en el carácter redentor de Cristo para toda la Humanidad. "Todos pecaron", dice el apóstol, lo cual significa que no hubo excepciones en la comisión de pecados, bien sean éstos de carácter personal, bien sea el que a todos nos mancha como descendientes de Adán. Si Cristo era redentor de todos, nadie podía quedar a salvo de esa redención: Nadie, ni siquiera María. Por ello, también la Madre de Dios debería haber sufrido el pecado original, para así poder ser salvada y redimida por la sangre de su Hijo.

En contra de estas deducciones se elevaba el grito del corazón de la mayoría de los fieles. No entendían mucho de teología, pero amaban a la Virgen e intuían que la bondad de María era tan grande que no era posible que ningún pecado hubiera podido contaminar su hermosura. Además, otros teólogos, singularmente los de la escuela franciscana, argüían a favor del dogma de la Inmaculada diciendo que Cristo no había podido tomar carne de una carne contaminada, por lo cual aquella en la cual se encarnó el Señor debería estar totalmente exenta de pecado.

La solución vino gracias a los argumentos del franciscano Duns Scoto. Este aportó luz al problema utilizando un silogismo típicamente escolástico: Dios podía hacer el milagro de preservar a María del pecado original, pues para Dios nada hay imposible. Dios quería hacer ese milagro, por amor a María y por amor a su propio Hijo, para que él naciera en un seno incontaminado. Por lo tanto, Dios hizo el milagro y llevó a cabo una excepción con María preservándola del pecado original.

Duns Scoto fue más allá en su argumentación a favor del privilegio mariano. Recordó que hay dos formas de curar a alguien de una enfermedad. Una de ellas consiste en darle las medicinas que le salven, una vez que ya está enfermo. La otra, más eficaz, consiste en evitar que el posible enfermo la contraiga. El teólogo franciscano deshacía las objeciones de los que veían en María la huella del primer pecado diciendo que, efectivamente, también para ella su divino Hijo había sido redentor y salvador. La diferencia entre María y los demás es que a ella la salvó con una medicina "preventiva", mientras que a los demás nos salvó después de estar manchados no sólo con el pecado original sino también con nuestros pecados personales.

Así, resuelto el aspecto teológico del problema, se llegó a la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción de María, en 1854, acogido con gran alegría por la práctica totalidad del pueblo fiel. Pero, ¿por qué esa alegría, semejante, por otro lado, a la que embargó a los cristianos del siglo IV cuando María fue proclamada Madre de Dios?. La gente estaba contenta, ante todo, porque de su Madre amada se decía algo bueno, porque se ensalzaba a aquella a la que tantos favores le debían. Pero estaban contentos, también, porque intuían que si María era Inmaculada, "Purísima" como dice el argot popular, a ellos les iba a tocar algo de ese ensalzamiento por ser hijos de semejante Madre. Recuerdo una meditación de Chiara Lubich a este respecto. En ella, la fundadora de los focolarinos narra una conversación mantenida por ella con la Virgen. Chiara veía a María tan alta, tan excelsa, que se sentía incapaz de imitar a quien era proclamada Inmaculada y Madre de Dios. La Virgen venía en su ayuda y le prometía una especie de "inmaculatización" que se podía conseguir mediante el amor a ella y la práctica de los sacramentos. Así lo ha sentido el pueblo siempre, sin necesidad de grandes disquisiciones teológicas: si María es Inmaculada, Purísima, amarla, tenerla por modelo, nos hace más fácil el camino de la pureza, la lucha contra el pecado. La bondad del modelo repercute favorablemente sobre los que intentan imitarle.

Ama a María, por lo tanto. Venérala como Inmaculada, como limpia de todo pecado. Pero no te limites a proclamar dogmas y a ensalzar sus virtudes. Intenta ser como ella. Que el amor de ella por ti y tu amor por ella te "inmaculatice", te proteja como un impermeable de la lluvia de pecados que caen sobre ti o que están dentro de ti. Si la amas querrás ser como ella. Si quieres ser como ella, lucharás contra el pecado, el que tú cometas y el que cometen los demás.

 Propósito: Agradecer a Dios por haber dado a la Humanidad una nueva oportunidad con la concepción inmaculada de María y pedirle que nos haga parecernos lo más posible a ella.

 

 Tercera semana

 Natividad de María.

Santa Ana, nueve meses después de quedar embarazada, dio a luz a una niña a la que pusieron el nombre judío de Miriam –María-, en recuerdo de la hermana de Moisés. Según la tradición, Joaquín y su esposa vivían en Jerusalén en ese momento y allí es donde tuvo lugar el parto, en la actual Basílica de Santa Ana.

Son muchos los pintores que se han dedicado a reflejar ese momento y no faltan, por eso, magníficas obras de arte dedicadas a la Natividad de María, lo cual es prueba del interés del pueblo por el acontecimiento y de la devoción que suscita. No han faltado tampoco los escritores que dedicaron prosas y poesías a recordar este momento. Valga, como ejemplo, este soneto de Salvador Rueda:

    "Todas las primaveras se juntaron

para hacer el rocío de su lloro,

y dieron a su voz timbre sonoro

las arpas de los cielos que cantaron.

    Su tez de oscuras rosas aclamaron

todos los mares en inmenso coro,

y en dos huecos de cálices de oro

sus dos senos de luz se modelaron.

    Para encender sus ojos brotó el día;

hebras dio el sol para tramar su cuna,

y su pelo tejió noche sombría.

    Se alzó su imagen blanca cual ninguna:

y creando el anda, la poesía,

surgió la sombra de su ser, la luna.

 La Iglesia tiene una fiesta litúrgica para conmemorar el evento, el 8 de septiembre, y son muchos los pueblos que han elegido ese día para celebrar la advocación con que en ese lugar se festeja a María. Todo esto no debe parecernos extraño, pues esta fecha es, en realidad, la del nacimiento de la Santísima Virgen, la del día en que, naciendo ella, empezó a asomar por el horizonte el panorama espléndido de nuestra liberación. Por eso los amigos de María, sus devotos, entonan en esta ocasión una especie de "cumpleaños feliz" dirigido a aquella a la que tanto quieren.

Se trata, por lo tanto, de felicitarse por el nacimiento de la Madre de nuestro Salvador, pero también de felicitarla a ella. Y de hacerlo como se suelen hacer estas cosas entre los hombres: con un bonito regalo. Conviene preparar su fiesta con la misma delicadeza y cuidado con que se preparan las de los cumpleaños de nuestros más queridos amigos. Con tiempo suficiente se va pensando en qué regalo le gustaría más, qué es lo que necesita o qué le causaría una sorpresa mayor. Claro que a la Virgen no le vamos a ofrecer chocolates o prendas de vestir, pero sí podemos llevar unas flores ante su altar, por ejemplo. Sin embargo, los regalos más apreciados por María, aquellos que de verdad le hacen ilusión, son los regalos que contribuyen a la misión histórica de la Virgen: pisar la cabeza de la serpiente, vencer el mal a fuerza de bien. ¿Quiéres hacerle un regalo a María?: Haz una obra buena, da una limosna a una persona necesitada, perdona una injuria, defiende a alguien tratado injustamente, pon paz donde hay discordia, acompaña a un solitario, consuela a quien llora. ¿Quieres felicitar a María en su cumpleaños, quieres, de verdad, que ella tenga en ese día un recuerdo grato procedente de ti?: Reza el Rosario, haz un rato de oración ante el Santísimo, háblale de Dios a alguien que no le conoce.

Hay, por lo tanto, dos tipos de obras de caridad que agradan a Nuestra Madre y que, en un día como el de su nacimiento, podemos practicar especialmente: las obras de caridad materiales y las espirituales. Si las practicas, descubrirás que la Virgen usa con sus amigos siempre la misma táctica: todo lo que se haga por ella, redunda en beneficio de quien lo hace. Y es que ella no se deja vencer en generosidad. Las limosnas hechas en su nombre se convierten en ganancias incluso materiales para el que las da, lo mismo que se sale con una profunda alegría en el alma cuando se ha estado visitando a un enfermo o consolando a una persona triste.

 Propósito: Agradecerle a Dios por la existencia de María. Gracias a ella, pudo nacer Jesús y pudo dar comienzo la obra de la redención del hombre.

 

 Cuarta semana

 María, niña.

El siguiente paso en la vida de María debió de ser el de su educación, a cargo, principalmente, de sus padres, pero en la que intervinieron también otras personas.

El pueblo judío era –y es- un pueblo muy culto. Hoy eso quizá llame menos la atención, pero en aquella época esa característica suya les hacía sobresalir extraordinariamente sobre el entorno. No es que en las demás culturas no hubiera escuelas, sino que entre los judíos la formación era obligatoria para todos, al menos para todos los varones.

La educación empezaba en el hogar y era eminentemente religiosa. Niños y niñas tenían que aprender la historia de las relaciones de Yahvé con el pueblo de Israel. Los padres y los abuelos educaban a los niños desde muy pequeños en la necesidad de observar las leyes divinas. Esa observancia estaba basada en el concepto de alianza y en el concepto de imitación y representatividad. Por el primer concepto, el pueblo debía cumplir los mandamientos dados por Yahvé a Moisés en el Sinaí si quería que el Todopoderoso les protegiera de las tribus vecinas, de las enfermedades o les diera buenas cosechas. El concepto de imitación y el de representatividad, invitaba al pueblo a ser consciente de que, dado que él era "el pueblo elegido" debía comportarse como tal si no quería dejar en mal lugar a Dios. Como Dios es santo, su pueblo también debe ser santo.

Cuando llegaban a cierta edad, los niños –generalmente no las niñas- acudían a la escuela que mantenía abierta cada sinagoga, a la que llamaban "la casa del libro". Después se pasaba a otra escuela superior, también dependiente de la sinagoga, "la casa del estudio". La mayor parte de la instrucción se daba oralmente y había muchas reglas nemotécnicas para que los niños aprendieran de memoria lo más importante de la Palabra de Dios y de los mandamientos.

Gracias a este sistema, escrupulosamente observado por todos, era raro el niño judío que no sabía leer y escribir. De hecho, su mayoría de edad –que ocurría en torno a los doce años- consistía en una fiesta que se celebraba en parte en la sinagoga y en la que el jovencito debía leer un texto de las Escrituras. Por desgracia, las niñas no recibían la misma formación y entre ellas sí que abundaban las analfabetas.

En el caso de María, debido a que era hija única y que sus padres eran gente de cultura, lo más probable es que supiera, ella también, leer y escribir, aunque eso se lo hubieran tenido que enseñar en su propio hogar. Lo que, con toda seguridad, no le faltó fue la debida instrucción religiosa. Su madre, Ana, y su padre, Joaquín, se esmeraron en educar a su hija en los preceptos judíos, tanto como en todas aquellas artes que una muchacha judía debía dominar: tejer con la rueca, cocinar, saber utilizar las plantas para extraer de ellas desde productos para lavar o teñir la ropa hasta medicinas caseras. Si de Jesús se dijo que iba creciendo "en edad, sabiduría y gracia", lo mismo se pudo decir de la niña María. Y eso gracias a la dedicación de sus padres.

Contemplar esta etapa, relativamente larga y tranquila, de la vida de la Virgen nos debe llevar a meditar acerca de la educación que reciben los niños y los jóvenes actualmente. El trabajo de los padres, necesario para sacar a la familia adelante tanto como para la realización personal de ambos, trae consigo, con frecuencia, una menor dedicación a los hijos. Cuando se llega a casa, después de una jornada agotadora y de, cada vez con más frecuencia, largos atascos de tráfico, resulta árduo despojarte de tu cansancio para tomar la lección a uno o interesarte por las notas del otro. Quizá por eso muchos padres se desentienden de este asunto y lo delegan en los colegios y en la televisión. Ésta última se está convirtiendo, cada vez más, en una "tutora" de los niños, pues los pequeños son "enchufados" a ella con el fin de que estén distraídos y no den guerra. Y si eso lo podemos decir de la educación en conocimientos técnicos, mucho más se puede afirmar de la formación en valores y en sentimientos religiosos. En este campo hay una gran despreocupación por parte de una mayoría abrumadora de padres. Todavía el inglés, la informática o las matemáticas les motivan algo, pero les resulta indiferentes si el niño está incorporando principios éticos a medida que va creciendo. Cuando lleguen las consecuencias –los suspensos en comportamiento- será demasiado tarde para querer enderezar un árbol al que se dejó crecer a su aire, frecuentemente torcido.

Ver a María niña, educada religiosamente en su casa por sus padres, nos debe llevar a preocuparnos por la educación de los nuestros, especialmente de aquellos que dependen directamente de nosotros. Es una responsabilidad tan grande que podemos estar seguros de que Dios nos pedirá cuenta de ella de forma muy especial  cuando nos presentemos ante él al final de la vida. Aunque, por lo general, no habrá que esperar tanto para ser juzgados sobre este asunto, pues la vida misma se convertirá en un juez temible y poco misericordioso. Los padres serán juzgados sin piedad por la realidad, que les pasará factura en forma de malas contestaciones por sus hijos adolescentes que no han sido educados en la obediencia y el respeto debido a los mayores, o en falta de cuidados cuando lleguen a ancianos por hijos a los que no educaron en el espíritu de sacrificio.

  Propósito: Agradecerle a Dios por la educación que hemos recibido de nuestros padres e intentar educar correctamente a nuestros hijos.

Tomado de:FRANCISCANOS DE MARIA- MISIONEROS DEL AGRADECIMIENTO

 
 

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