miércoles, diciembre 23, 2009

Clarísimo retorno al paganismo: adiós a la Navidad, hoy la moda es celebrar el solsticio de invierno

Por Diana R. García B.
 
Hace algunos años, cuando era muy común enviar tarjetas postales de felicitación en el mes de diciembre, algunas de ellas eran claramente navideñas, es decir, tenían alguna imagen alusiva al nacimiento de Jesucristo; muchas otras, si bien ostentaban el letrero de «feliz Navidad», se olvidaban pictóricamente del acontecimiento de Belén pues mostraban paisajes nevados, muñecos de nieve, escarcha, etc. Pero había un tercer grupo de tarjetas, muy reducido, que eran enviadas por los masones a sus amigos y conocidos; ellas llevaban esta leyenda: «Feliz solsticio de invierno».
 
La celebración  de los masones
 
La religión masónica, inventada durante la Edad Media, incompatible con el cristianismo y descrita por la beata Ana Catalina Emerich como «comunión de los incrédulos», «falsa iglesia sin Redentor, en la que el misterio es no tener misterio», tuvo que echar mano de la naturaleza para tener algo que celebrar. Dice el masón mexicano Luis Alejandro Yáñez-Arancibia: «Los masones también festejamos la 'navidad', pero a diferencia de otras filosofías festejamos el 'culto a la naturaleza', celebrada en cuatro ocasiones: los dos equinoccios y en las dos etapas del solsticio de verano e invierno». Más aún, «las fiestas solsticiales... son el momento simbólico donde los masones nos recogemos hacia el interior de nuestro microcosmos y advertimos nuevas verdades morales y  nuevas realidades espirituales para continuar con la obra suprema, en  un nuevo comienzo».
 
Para justificar la celebración actual del solsticio de invierno, el señor Yáñez-Arancibia describe cómo numerosos pueblos paganos europeos, americanos, asiáticos y africanos lo celebraron hasta el grado de llegar a creer que el sol era un dios y, por tanto, digno de ser adorado.
 
El paganismo es mundial
 
Pero el retorno abierto al paganismo relacionado con la naturaleza hoy ya no es sólo patrimonio de la masonería. Hay toda una promoción para que las culturas aborígenes de cualquier parte del planeta retornen a las antiguas prácticas pagano-religiosas. Y para quien no pertenezca a una cultura ancestral politeísta, siempre está la opción de adherirse a las modernas corrientes new age adoradoras de la naturaleza.
 
En 2007 —y seguramente en 2008 también—, en la explanada que está entre la Catedral y el prehispánico Templo Mayor (zócalo) de la ciudad de México, y con el apoyo del gobierno socialista de Marcelo Ebrard, se realizó la mañana del 22 de diciembre un rito religioso del «nacimiento del nuevo sol, la muerte y resurrección del dios  Huitzilopochtli». La ceremonia incluyó la «petición de permiso a los cuatro Rumbos [¿?] y a los tres Corazones [¿?] para tender el Tlalmanall Conjunto [¿?] y encender los 13 fuegos [¿?] de Quetzalcóatl» —¿qué no era una fiesta de Huitzilopochtli?—, así como danzas y ofrecimiento de flores «para compartir la vida del sol nuevo».
 
En diciembre de ese mismo año, pero en Sevilla, España, la alcaldía —también socialista— anunció que ya no pondría alumbrado navideño: «pondremos alumbrado de solsticio de invierno».
 
Una mujer de nombre Olga Calduch, miembro de un grupo español promotor de la «energía de los mayas galácticos», invitaba por internet en diciembre de 2008 a celebrar el solsticio de invierno a través de un ritual New Age que, entre otras cosas, incluía la preparación de un plato con tierra, un vaso con agua, una vela e incienso; luego había que darle gracias a «los dioses de la tierra, del agua, del aire y del fuego» por todo lo recibido durante el año, confiando en que «sus elfos y hadas» se encargarían de «mimar» el siguiente año a sus adoradores.
 
Entre los adherentes de la Nueva Era no todos profesan lo mismo; pero parece que una de las creencias qué más se extiende a nivel mundial es la de que el 21 de diciembre desciende «el espíritu de la navidad», aunque sólo ellos saben a qué se refieren con las palabras  «espíritu» y «navidad».
 
Paganismo involuntario
 
Mas no hace falta andar en esas movidas para dejarse imbuir por la «navidad» pagana. De hecho, millones de familias que jamás le bailan a los dioses ni le rinden pleitesía a los cuatro elementos, y que incluso en los censos de sus respectivos países dicen profesar algún tipo de religiosidad cristiana — «somos católicos», asegura la mayoría en México—, en realidad no celebran la Navidad (con mayúscula) sino el invierno (aunque el masón Yáñez-Arancibia tenga el descaro de llamarlo «navidad», lo mismo que algunos new agers, pero siempre con minúscula).
 
Navidad es...
 
Porque la palabra Navidad, que es contracción de Natividad, proveniente a su vez del latín nativitas que significa «nacimiento» o «natalicio», fue acuñada para referirse al nacimiento de Jesucristo, no para la muerte y renacimiento del dios azteca Huitzilopochtli, ni para adorar al romano dios de la agricultura Saturno, ni para la fiesta de año nuevo inca, ni la del dios sol de los celtas, ni para el parto de la diosa egipcia Isis, o el nacimiento del dios Mitra de los persas. Todas esas festividades paganas —y muchas otras más relacionadas con el solsticio de invierno— tienen sus nombres propios: Panquetzaliztli, Saturnalia, Capac-Raymi, etc. No se llaman Navidad y nunca, nunca serán Navidad.
 
Santacloses, aldeas nevadas, renos, trineos, bosques invernales: fiesta del invierno.
Misa de Gallo, Nacimiento,  Sagrada Familia, María Madre de Dios, Magos de Oriente: fiesta de la Natividad de Cristo, el Señor.
 
Simplemente, sin Jesús no hay Navidad.

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