viernes, noviembre 20, 2009

"La Tradición no cierra el acceso a la Escritura, sino que lo abre"

Benedicto XVI y Biblia: método histórico-crítico sí, pero desde el Magisterio


"La Tradición no cierra el acceso a la Escritura, sino que lo abre"

CIUDAD DEL VATICANO, lunes 26 de octubre de 2009 (ZENIT.org).- El método histórico-crítico de investigación de la Escritura es legítimo y necesario, pero debe interpretarse según su clave, que es la fe de la Iglesia, considera Benedicto XVI.
"Si la exégesis quiere ser también teología, debe reconocer que sin la fe de la Iglesia, la Biblia permanece como un libro sellado: la Tradición no cierra el acceso a la Escritura, sino que más bien lo abre".
Así lo explicó este lunes el obispo de Roma a los profesores y alumnos del Pontificio Instituto Bíblico, institución que fue fundada en 1909 por san Pío X, dirigida por la Compañía de Jesús, al recibirles hoy en el Vaticano con motivo de las celebraciones del centenario.
El Papa aludió al largo debate sobre el método histórico-crítico de investigación de la Escritura, que pretende investigar el significado de los textos bíblicos a través del contexto histórico y la mentalidad de la época, aplicando las ciencias modernas.
Benedicto XVI explicó que el Concilio Vaticano II ya aclaró, en la constitución dogmática Dei Verbum, "la legitimidad y la necesidad del método histórico-crítico", al que "reconducía a tres elementos esenciales: la atención a los géneros literarios, el estudio del contexto histórico; el examen de lo que se acostumbra llamar Sitz im Leben".
Al mismo tiempo, "el documento conciliar mantiene firme al mismo tiempo el carácter teológico de la exégesis, indicando los puntos de fuerza del método teológico en la interpretación del texto".
"El fundamento sobre el que reposa la comprensión teológica de la Biblia es la unidad de la Escritura", lo que implica "la comprensión de los textos individuales a partir del conjunto", explicó el Papa .
"Siendo la Escritura una sola cosa a partir del único pueblo de Dios, que ha sido su portador a través de la historia, en consecuencia leer la Escritura como unidad significa leerla a partir de la Iglesia como de su lugar vital, y considerar la fe de la Iglesia como la verdadera clave de interpretación", añadió.
Recordó también que quien tiene "la palabra decisiva" en la interpretación de la Escritura es "a la Iglesia, en sus organismos institucionales".
"Es la Iglesia, de hecho, a quien se le ha confiado el oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios escrita y transmitida, ejerciendo su autoridad en el nombre de Jesucristo", afirmó.
Fidelidad fructífera
El Papa quiso reconocer la importante labor desarrollada durante décadas por la Compañía de Jesús a través de sus facultades en Roma y Jerusalén, ante el Prepósito General de la orden, padre Adolfo Nicolás Pachón, que se hallaba en el encuentro.
"En el transcurso de este siglo, ciertamente ha aumentado el interés por la Biblia y, gracias al Concilio Vaticano II, sobre todo a la Constitución dogmática Dei Verbum - de cuya elaboración fui testigo directo, participando como teólogo en las discusiones que precedieron su aprobación - se ha advertido mucho más la importancia de la Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia", afirmó el Papa.
Recordó al respecto la contribución del Instituto, con "la investigación científica bíblica, con la enseñanza de las disciplinas bíblicas y la publicación de estudios cualificados y revistas especializadas".
La actividad del Pontificio Instituto Bíblico, "aunque ha conocido momentos de dificultad, ha sido llevada en fidelidad constante al Magisterio", añadió el Papa.
"Demos gracias al Señor por esta actividad vuestra que se dedica a interpretar los textos bíblicos en el espíritu en el que fueron escritos, y que se abre al diálogo con las demás disciplinas, con las distintas culturas y religiones".
[Por Inma Álvarez]

miércoles, noviembre 18, 2009

LA DEVOCIÓN A LOS DIFUNTOS en los primeros cristianos

paz
VER VÍDEO SOBRE LAS CATACUMBAS
"Estos que visten estolas blancas, ¿quiénes son y de dónde han venido…? Éstos son los que vienen de la gran tribulación y han lavado sus estolas y las han blanqueado en la sangre del Cordero. Por eso están ante el trono de Dios, y le adoran día y noche en su templo."
(Apocalipsis 7,13-15) 

HONOR Y RESPETO A LOS DIFUNTOS
La Iglesia Católica, ya desde la época de los primeros cristianos, siempre ha rodeado a los muertos de una atmósfera de respeto sagrado. Esto y las honras fúnebres que siempre les ha tributado permiten hablar de un cierto culto a los difuntos: culto no en el sentido teológico estricto, sino entendido como un amplio honor y respeto sagrados hacia los difuntos por parte de quienes tienen fe en la resurrección de la carne y en la vida futura.
El cristianismo en sus primeros siglos no rechazó el culto para con los difuntos de las antiguas civilizaciones, sino que lo consolidó, previa purificación, dándole su verdadero sentido trascendente, a la luz del conocimiento de la inmortalidad del alma y del dogma de la resurrección; puesto que el cuerpo —que durante la vida es "templo del Espíritu Santo" y "miembro de Cristo" (1 Cor 6,15-9) y cuyo destino definitivo es la transformación espiritual en la resurrección— siempre ha sido, a los ojos de los cristianos, tan digno de respeto y veneración como las cosas más santas.
Este respeto  se ha manifestado, en primer lugar, en el modo mismo de enterrar los cadáveres.
Vemos, en efecto, que a imitación de lo que hicieron con el Señor José de Arimatea, Nicodemo y las piadosas mujeres, los cadáveres eran con frecuencia lavados, ungidos, envueltos en vendas impregnadas en aromas, y así colocados cuidadosamente en el sepulcro.
En las actas del martirio de San Pancracio se dice que el santo mártir fue enterrado "después de ser ungido con perfumes y envuelto en riquísimos lienzos"; y el cuerpo de Santa Cecilia apareció en 1599, al ser abierta el arca de ciprés que lo encerraba, vestido con riquísimas ropas.
Pero no sólo esta esmerada preparación del cadáver es un signo de la piedad y culto profesados por los cristianos a los difuntos, también la sepultura material es una expresión elocuente de estos mismos sentimientos. Esto se ve claro especialmente en la veneración que desde la época de los primeros cristianos se profesó hacia los sepulcros: se esparcían flores sobre ellos y se hacían libaciones de perfumes sobre las tumbas de los seres queridos.

LAS CATACUMBAS
En la primera mitad del siglo segundo, después de tener algunas concesiones y donaciones,los cristianos empezaron a enterrar a sus muertos bajo tierra. Y así comenzaron las catacumbas. Muchas de ellas se excavaron y se ampliaron alrededor de los sepulcros de familias cuyos propietarios, recién convertidos, no los reservaron sólo para los suyos, sino que los abrieron a sus hermanos en la fe.
Andando el tiempo, las áreas funerarias se ensancharon, a veces por iniciativa de la misma Iglesia. Es típico el caso de las catacumbas de San Calixto: la Iglesia asumió directamente su administración y organización, con carácter comunitario.
Con el edicto de Milán, promulgado por los emperadores Constantino y Licinio en febrero del año 313, los cristianos dejaron de sufrir persecución.
Podían profesar su fe libremente, construir lugares de culto e iglesias dentro y fuera de las murallas de la ciudad y comprar lotes de tierra sin peligro de que se les confiscasen.
Sin embargo, las catacumbas siguieron funcionando como cementerios regulares hasta el principio del siglo V, cuando la Iglesia volvió a enterrar exclusivamente en la superficie y en las basílicas dedicadas a mártires importantes.
Pero la veneración de los fieles se centró de modo particular en las tumbas de los mártires; en realidad fue en torno a ellas donde nació el culto a los santos. Sin embargo, este culto especialísimo a los mártires no suprimió la veneración profesada a los muertos en general. Más bien podría decirse que, de alguna manera, quedó realzada.
En efecto: en la mente de los primeros cristianos, el mártir, víctima de su fidelidad inquebrantable a Cristo, formaba parte de las filas de los amigos de Dios, de cuya visión beatifica gozaba desde el momento mismo de su muerte: ¿qué mejores protectores que estos amigos de Dios?
Los fieles así lo entendieron y tuvieron siempre como un altísimo honor el reposar después de su muerte cerca del cuerpo de algunos de estos mártires, hecho que recibió el nombre de sepultura ad sanctos.
Por su parte, los vivos estaban también convencidos de que ningún homenaje hacia sus difuntos podía equipararse al de enterrarlos al abrigo de la protección de los mártires.
Consideraban que con ello quedaba asegurada no sólo la inviolabilidad del sepulcro y la garantía del reposo del difunto, sino también una mayor y más eficaz intercesión y ayuda del santo.
Así fue como las basílicas e iglesias, en general, llegaron a constituirse en verdaderos cementerios, lo que pronto obligó a las autoridades eclesiásticas a poner un límite a las sepulturas en las mismas.

FUNERALES Y SEPULTURA
Pero esto en nada afectó al sentimiento de profundo respeto y veneración que la Iglesia profesaba y siguió profesando a sus hijos difuntos.
De ahí que a pesar de las prohibiciones a que se vio obligada para evitar abusos, permaneció firme en su voluntad de honrarlos.
Y así se estableció que, antes de ser enterrado, el cadáver fuese llevado a la Iglesia y, colocado delante del altar, fuese celebrada la Santa Misa en sufragio suyo.
Esta práctica, ya casi común hacia finales del s. IV y de la que San Agustín nos da un testimonio claro al relatar los funerales de su madre Santa Mónica en sus Confesiones, se ha mantenido hasta nuestros días.
San Agustín también explicaba a los cristianos de sus días cómo los honores externos no reportarían ningún beneficio ni honra a los muertos si no iban acompañados de los honores espirituales de la oración: "Sin estas oraciones, inspiradas en la fe y la piedad hacia los difuntos, creo que de nada serviría a sus almas el que sus cuerpos privados de vida fuesen depositados en un lugar santo. Siendo así, convenzámonos de que sólo podemos favorecer a los difuntos si ofrecemos por ellos el sacrificio del altar, de la plegaria o de la limosna" (De cura pro mortuis gerenda, 3 y 4).
Comprendiéndolo así, la Iglesia, que siempre tuvo la preocupación de dar digna sepultura a los cadáveres de sus hijos, brindó para honrarlos lo mejor de sus depósitos espirituales. Depositaria de los méritos redentores de Cristo, quiso aplicárselos a sus difuntos, tomando por práctica ofrecer en determinados días sobre sus tumbas lo que tan hermosamente llamó San Agustín sacrificium pretii nostri, el sacrifico de nuestro rescate.
Ya en tiempos de San Ignacio de Antioquia y de San Policarpo se habla de esto como de algo fundado en la tradición. Pero también aquí el uso degeneró en abuso, y la autoridad eclesiástica hubo de intervenir para atajarlo y reducirlo. Así se determinó que la Misa sólo se celebrase sobre los sepulcros de los mártires.

LOS DIFUNTOS EN LA LITURGIA
Por otra parte, ya desde el s. III es cosa común a todas las liturgias la memoria de los difuntos.
Es decir, que además de algunas Misas especiales que se ofrecían por ellos junto a las tumbas, en todas las demás sinaxis eucarísticas se hacía, como se sigue haciendo todavía, memoria —mementode los difuntos.
Este mismo espíritu de afecto y ternura alienta a todas las oraciones y ceremonias del maravilloso rito de las exequias.
La Iglesia hoy en día recuerda de manera especial a sus hijos difuntos durante el mes de noviembre, en el que destacan la "Conmemoración de todos los Fieles Difuntos", el día 2 de noviembre, especialmente dedicada a su recuerdo y el sufragio por sus almas; y la "Festividad de todos los Santos", el día 1 de ese mes, en que se celebra la llegada al cielo de todos aquellos santos que, sin haber adquirido fama por su santidad en esta vida, alcanzaron el premio eterno, entre los que se encuentran la inmensa mayoría de los primeros cristianos.

Quien apoya el aborto no puede comulgar.

Quien apoya el aborto no puede comulgar…Un Obispo que habla como Católico…no como otros…

Posted: 18 Nov 2009 03:56 AM PST


de † Crux- ε Et – Ω Gladius de cruxetgladiuss@gmail.com (†Crux-εEt-ΩGladius.)
viva-chile.cl
Mons. Juan Antonio Martínez Camino
«Ningún católico puede aprobar ni dar su voto» a leyes que atentan contra la vida. Así lo aseguró ayer el secretario general de la Conferencia Episcopal Española (CEE), el obispo auxiliar de Madrid, Juan Antonio Martínez Camino. El portavoz de los obispos se remitía a la Encíclica de Juan Pablo II «Evangelium vitae», de 1995, que especifica que no es lícito «tomar parte en una campaña a favor de una ley así, ni votar por ella». 
Quienes apoyasen así estas legislaciones, se encontrarían en una «situación objetiva de pecado público», y añadió, en tono didáctico: «Quien está en situación de pecado público no puede ser admitido a la Sagrada Comunión. ¿Está excomulgado? No, no por eso sólo. La excomunión es para los cooperadores directos y necesarios de un aborto efectivamente realizado».
Así, ante una audiencia compuesta de periodistas y personalidades del mundo católico convocadas para inaugurar los «Desayunos Informativos CEU», Martínez Camino explicó la diferencia entre «retirar la comunión» y «excomulgar».
Una herejía, contraria a la fe
Más aún, según declaró, no sólo quedan excomulgados los colaboradores necesarios en un aborto sino también los que proclaman de manera pertinaz que «es lícito quitar la vida a un ser humano inocente», porque enseñan una herejía, «contraria a la fe divina y católica».
El portavoz de la Conferencia Episcopal planteó entonces una pregunta: «¿Quiere la Iglesia que las mujeres vayan a la cárcel?». Y respondió: «No, ni las mujeres ni nadie. Pero la vida del ser humano inocente ha de ser protegida. La mujer ha de ser tratada según sus circunstancias, y para eso está el criterio del juez, los eximentes y los atenuantes. En la inmensa mayoría de los casos la mujer es también una víctima. Pero, ¿y los que se lucran con el aborto? ¿Y los que obligan a las mujeres, con violencia?».
El obispo comparó después las escasas ayudas del Estado español a la familia, comparadas con las de Alemania o Luxemburgo, y recordó que «el respaldo legal del aborto, su aceptación social, esa tragedia, como la describía Julián Marías, empezó el 18 de noviembre de 1920, en la Unión Soviética de Lenin, es decir, en un Estado totalitario, que se creía dueño de la vida». Recordó también que desde 1933, el aborto formó parte de la política racista de la Alemania nazi, que lo impuso para las «razas inferiores», y que Stalin implantó el aborto en Europa del Este. Luego, Occidente aceptó el aborto, «debido a su ambiente, su visión materialista».
Preguntado por la nueva «píldora de los cinco días», explicó que «no está prevista» una valoración por parte de los obispos, «pero eso no excluye que se haga». En opinión de Martínez Camino, sería muy parecida a la «píldora del día después», al ser «un abortivo en su intención, aunque no siempre en su realización».
Criticó el «intento del Estado de imponer una moral a todos», algo que no sería lícito, afirmó, ni siquiera si se tratase de la moral católica.
También condenó que «se imponga a los profesionales de la salud una educación que conducirá a aumentar el aborto». Por el contrario, agradeció a los profesionales de la salud que ejercen la objeción de conciencia, por «su coraje cívico y moral».
A preguntas de los periodistas, explicó que no ha habido ningún contacto entre el Gobierno y la Iglesia con respecto a la futura Ley del Aborto, «que yo sepa», y añadió: «El derecho a la vida no es negociable».
Revolución en los pasillos del congreso
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Las declaraciones de Martínez Camino no dejaron indiferente a ningún partido político. En el grupo socialista en el Congreso, su secretario, Eduardo Madina, dijo no temer que las indicaciones del también obispo auxiliar de Madrid hagan reconsiderar el sentido de su voto a los diputados socialistas católicos porque «saben que el voto es del PSOE». En el grupo popular la valoración de las palabras del secretario de la Conferencia Episcopal se ha hecho desde otro prisma. El vicepresidente tercero del Congreso, Jorge Fernández Díaz, recordó que los católicos tienen sus «normas» y defendió que quienes tienen autoridad para definir qué es ser católico tienen «el derecho y el deber» de decirlo. Para Emilio Olabarría, uno de los siete diputados del PNV, las indicaciones del portavoz de los obispos constituyen «una intromisión impropia de las funciones de la Conferencia Episcopal». Desde CiU, que ha dado en el aborto libertad de voto a sus diputados, Pere Macìas, uno de los parlamentarios que votarán en contra de la reforma de la ley, ha dicho que le incomoda «profundamente» que la Iglesia pretenda ejercer este tipo de presión, que «ni es oportuna ni la mejor para los tiempos que corren».
La Iglesia habla de aborto a los políticos
1. Congregación para la Doctrina de la Fe, 1974
«Un cristiano no puede conformarse a una ley que en sí es inmoral; tal es el caso de una ley que admita la licitud del aborto. Tampoco puede participar en una campaña de propaganda de una ley, ni votar por ella. Más aún, no puede colaborar en su aplicación».
2. Congregación para la Doctrina de la Fe, 2002
Los católicos «tienen la precisa obligación de oponerse a toda ley que atente contra la vida humana» (…) «No pueden participar en campañas de opinión a favor de semejantes leyes, y a ninguno de ellos les está permitido apoyarlas con el propio voto».
3. Congregación para la doctrina de la fe, 2004
A «un político católico», cuya «cooperación formal se hace manifiesta» mediante «campaña consistente y voto por leyes permisivas de aborto y eutanasia» no se le puede dejar comulgar «hasta que acabe con su situación objetiva de pecado».
Nota: Este artículo fue publicado originalmente por La Razón, www.larazon.es
Que la Virgen los acompañe siempre

lunes, noviembre 09, 2009

POSTURAS DEL CUERPO DURANTE LA SANTA MISA

 


 


Las posturas y gestos, así como los ademanes en la oración son manifestaciones y participaciones corporales de la oración interna. La liturgia necesita del uso de signos sensibles y formas externas: palabras, cantos, símbolos, gestos... que excitan y son expresión de la devoción interna y relacionan a la misma oración con los actos internos.


El gesto y la postura corporal, tanto del sacerdote, del diácono y de los ministros, como del pueblo, deben contribuir a que toda la celebración resplandezca por su decoro y noble sencillez, de manera que pueda percibirse el verdadero y pleno significado de sus diversas partes y se favorezca la participación de todos. Y habrá que tomar en consideración, por consiguiente, lo establecido por esta Ordenación general, cuanto proviene de la praxis secular del Rito romano y lo que aproveche al bien común espiritual del pueblo de Dios, más que al gusto o parecer privados. La postura corporal que han de observar todos los que toman parte en la celebración, es un signo de la unidad de los miembros de la comunidad cristiana congregados para celebrar la sagrada Liturgia, ya que expresa y fomenta al mismo tiempo la unanimidad de todos los participantes.



De pie


Es la postura de la oración solemne y también la actitud del que está dispuesto a obedecer enseguida. Significa la libertad de los hijos de Dios, liberados del pecado.


Por eso los fieles están de pie durante gran parte de la Misa, que es una oración solemne a nuestro Padre Dios; y también durante la lectura del Evangelio, expresando que desean poner por obra lo que están escuchando.


Se estará de pie desde el principio del canto de entrada, o mientras el sacerdote se acerca al altar, hasta el final de la oración colecta; al canto del Aleluya que precede al Evangelio; durante la proclamación del mismo Evangelio; durante la profesión de fe y la oración de los fieles; y también desde la invitación Orad hermanos (aquí suele haber confusión y se levantan las personas más tarde cuando el sacerdote dice: "Levantemos el corazón") que precede a la oración sobre las ofrendas hasta el final de la Misa, excepto en los momentos que luego se enumeran.


El estar de pie es el gesto del vencedor. Jesús está de pie en la presencia del Padre, está de pie porque ha vencido a la muerte y al poder del mal. Al final de la batalla es el que permanece erguido, el que permamece en pie.


(...) Al estar de pie nos sabemos unidos a la victoria de Cristo; y cuando escuchamos en pie el Evangelio, lo hacemos con expresión de respeto: delante de esta palabra no podemos permanecer sentados: es una palabra que nos eleva hacia lo alto. Exige respeto y al mismo tiempo valor, la voluntad de ponerse en camino para seguir su llamada, para hacerla penetrar en nuestra vida y en el mundo.



De rodillas


Es actitud de carácter penitencial.Es signo de humildad y arrepentimiento.


En la piedad occidental es signo de adoración.


Se estará de rodillas durante la consagración, a no ser que lo impida la enfermedad o la estrechez del lugar o la aglomeración de los participantes o cualquier otra causa razonable. Y, los que no pueden arrodillarse en la consagración, harán una profunda inclinación mientras el sacerdote hace la genuflexión después de ella.


Allí donde sea costumbre que el pueblo permanezca de rodillas desde que termina la aclamación del Santo hasta el final de la plegaria eucarística y antes de la Comunión cuando el sacerdote dice: Éste es el Cordero de Dios, es loable que dicha costumbre se mantenga.


Tradicionalmente, el arrodillarse está asociado con la penitencia o con nuestra posición más humilde ante el Señor Dios. Sin embargo, hay algo muy íntimo al arrodillarse ante nuestro Dios; la postura de arrodillarse nos ayuda a establecer una comunicación muy personal con Dios.


Existen ambientes, no poco influyentes, que intentan convencernos de que no hay necesidad de arrodillarse.


Dicen que es un gesto que no se adapta a nuestra cultura (pero ¿cuál se adapta?); no es conveniente para el hombre maduro, que va al encuentro de Dios y se presenta erguido. (...)


Puede ser que la cultura moderna no comprenda el gesto de arrodillarse, en la medida en que es una cultura que se ha alejado de la fe, y no conoce ya a aquel ante el que arrodillarse es el gesto adecuado, es más, interiormente necesario.


Quien aprende a creer, aprende también a arrodillarse. Una fe o una liturgia que no conociese el acto de arrodillarse estaría enferma en un punto central.



Sentados


Es la actitud del maestro que enseña o del jefe que preside con autoridad. Eso explica que el obispo tenga una cátedra, desde la que preside y enseña.


Es la actitud también de escucha por parte de los fieles, que están sentados en las lecturas previas al Evangelio, en la homilía y en la ceremonia de las ofrendas.


Se estará sentado durante las lecturas y el salmo responsorial que preceden al Evangelio; durante la homilía, y mientras se hace la preparación de los dones en el ofertorio; también, según la oportunidad, a lo largo del sagrado silencio que se observa después de la Comunión.



Inclinación


Es la actitud del sacerdote al recitar ciertas oraciones y de los fieles al recibir la bendición del sacerdote. Además, quien realiza un ministerio hace reverencia al altar al ir y al volver, ya no al sagrario (al que saludó cuando llegó al templo).


Es signo de veneración, respeto y humildad.


También está la genuflexión. El sacerdote hace una genuflexión al elevar la Sagrada Hostia, después de elevar el Cáliz y antes de comulgar; para la Santa Cruz, en el Viernes Santo; tradicionalmente, ante una reliquia de la Santa Cruz expuesta para la veneración.


Cuando el Sagrario contiene el Santísimo se hace genuflexión cuando se pasa delante de él, tanto el celebrante como el diácono, los ayudantes, los lectores, etc. Es signo de respeto y adoración. Una inclinación de cuerpo o de cabeza no sustituye a esta genuflexión, salvo en el caso de las personas incapacitadas físicamente.


No hacen genuflexión sin embargo, los ayudantes cuando llevan el incensario, la cruz, las velas, etc.; o el diácono cuando lleva el Evangeliario.

No hace genuflexión, cuando ya empezada la Misa, alguien va a llevar a cabo un ministerio como hacer una lectura, hacer peticiones, traer ofrendas, moverse por el presbiterio (monaguillos)




Elaborado por:  David Montenegro

miércoles, noviembre 04, 2009

LAS RAZONES DE SU CONVERSIÓN

Vittorio Messori lanza en España su libro más sorprendente y personal
 
El hombre que entrevistó a dos Papas se sienta ante el vaticanista Andrea Tornielli para responder sin tapujos sobre el cambio que experimentó su vida a los 23 años... y muchas cosas más

Vittorio Messori es hoy probablemente el escritor católico más influyente del mundo. Se encuentra esta semana en España para promocionar su última obra, Por qué creo, que presenta este miércoles en la madrileña parroquia María Virgen Madre, regentada por el padre Santiago Martín.

Se trata de un libro singular en su bibliografía, porque en él se invierten los papeles. Si Messori adquirió celebridad mundial por dos libros-entrevista, uno en 1985 al entonces cardenal Joseph Ratzinger (Informe sobre la Fe) y otro en 1994 a Juan Pablo II (Cruzando el umbral de la esperanza), ahora se convierte en entrevistado para, como dice el subtítulo, "dar razón de su fe". O, para ser más exactos, para mostrar cómo su vida ha girado en torno a esa misión.

Son dos periodistas italianos frente a frente: el protagonista ha sido un habitual de La Stampa y lo es ahora del Corriere della Sera; su interlocutor, Andrea Tornielli, vaticanista de Il Giornale, es también un columnista muy leído en todo el mundo católico. El resultado responde a lo que cabría esperar de dos profesionales del medio: un texto ágil, entretenido, sencillo, plagado de reflexiones entremezcladas con vivencias personales, de referencias a la historia inmediata de Italia y de Europa (sobre todo desde la Segunda Guerra Mundial) y de enfoques sobre la actualidad política, cultural y eclesiástica.

Todo en torno a una cuestión: qué sucedió en la vida de Messori cuando tenía 23 años para que un joven formado en el anticlericalismo y el agnosticismo de ciertos ámbitos del norte de Italia, que trabajaba y estudiaba a la vez, cuyos objetivos en la vida pasaban por desarrollar una carrera académica y disfrutar lo más posible de una variada compañía femenina, se convirtiese de manera repentina en un católico comprometido vocacionalmente en la apologética de la religión y de la Iglesia, hasta acabar siendo un escritor que cuenta sus títulos por bestsellers sin haberse apartado una coma de esos propósitos.

Messori había hablado de este asunto en otras ocasiones, pero nunca con el detalle y la profundidad con que lo hace aquí. No desvelaremos los elementos más específicos de ese hecho que le sorprendió en su vida, aunque sí que guardan cierto paralelismo con los narrados por Manuel García Morente (1886-1942) en El hecho extraordinario. Hechos que le suceden a personas (el periodista italiano y el filósofo español) nada propensas, ni antes ni después de su conversión, a extraños misticismos ni a justificaciones experimentales o vivenciales de su nueva convicción.

Al contrario: Por qué creo es un nuevo monumento de Messori a la argumentación racional como preámbulo de la Fe y garante de la credibilidad de la Iglesia. De hecho, eso es lo que da sentido a toda su obra, y también a esta novedad, aparecida en Italia hace un año. Y que no versa exclusivamente, sobra decirlo, sobre el hecho biográfico singular de su conversión.

Más bien el autor, pinchado por Tornielli, va de digresión en digresión enjuiciando su vida como parte de procesos generales. Para el lector esto es una delicia. En cada página hallamos información interesante y variadísima (por ejemplo, la obra en su conjunto constituye un viaje apasionante a la Italia del último medio siglo), opiniones punzantes sobre lo mal que fue recibida su obra en los ambientes eclesiásticos de los años setenta (poco propensos a justificar la Fe, por un lado, y entregados a causas sociales y políticas más que espirituales, por otro) o críticas nada disimuladas a cierto tipo de religiosidad formal y clericalizada y la grima que producía en algunos de su generación. También hace una defensa cerrada de la Iglesia contra muchas críticas superficiales que se le plantean con base endeble.

Messori tiene un público incondicional, que va a disfrutar con Por qué creo y va a sorprenderse más de una vez ante un Messori inesperado. Para quienes no le hayan leído, es un buen comienzo para entender al autor y el porqué de la unidireccionalidad de su obra, consagrada a la apologética de divulgación, rara avis en nuestros días.
 
En fin, a quien crea y quiera cimentar mejor su fe, y a quien no crea, pero aún quiera concederle una oportunidad a un católico que sabe explicar bien por qué lo es, les aseguramos que en este libro hay mucha tela que cortar. Y de excelente paño

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