miércoles, diciembre 23, 2009
lunes, diciembre 21, 2009
EL FIAT DE MARIA
-Sin duda es el momento más hermoso de toda la historia de la humanidad, el momento en el que Dios espera el Sí de un ser humano para poder venir al mundo en carne y hueso, para salvarnos a todos, es por eso este tema da entrada a la Navidad y entendiendo bien este tema lograremos vivir de una forma muy santa y muy cristiana el recuerdo del Nacimiento de Nuestro Salvador y Señor , Jesucristo.
-El FIAT de Maria es el momento clave en la historia, es un acontecimiento único e irrepetible, en el que ella se entrega totalmente a Dios, para ser participe de la Salvación humana, siendo así la nueva madre de todos los hombres y a su vez, la madre de Dios, pues con el FIAT el Espíritu Santo, la lleno con su sombra y gracias a esto dio a luz al Verbo encarnado, el Verbo Dios, Cristo Nuestro Señor.
-En este artículo deseo tocar básicamente 3 puntos que creo pueden definir con claridad este pasaje bíblico que a día de hoy recordamos y tan importante para todos nosotros.
Estos son:
1.-EL FIAT DE MARIA Y SU IMPORTANCIA .
2.-¿MARIA PODIA HABER DICHO QUE NO?
3.-EL FIAT DE MARIA Y SU RELACCIÓN CON LA REDENCIÓN.
1.-EL FIAT DE MARIA Y SU IMPORTANCIA:
-Recordemos el pasaje del evangelio de San Lucas:
26 Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret,
27 a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María.
28 Y entrando, le dijo: "Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo."
29 Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo.
30 El ángel le dijo: "No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios;
31 vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús.
32 El será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre;
33 reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin."
34 María respondió al ángel: "¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?"
35 El ángel le respondió: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios.
36 Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril,
37 = porque ninguna cosa es imposible para Dios." =
38 Dijo María: "He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra." Y el ángel dejándola se fue.
Lucas 1:26-38
Lucas sitúa el evento claramente en el tiempo y el lugar: "Al sexto mes, el Angel Gabriel fue enviado por Dios a la ciudad de Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José
El nombre de la virgen era María" (1:26-27). Pero con el objeto de comprender qué aconteció en Nazaret hace dos mil años, debemos volver a la lectura de la Carta a los Hebreos. Ese texto nos permite escuchar la conversación entre el Padre y el Hijo respecto del propósito de Dios por toda la eternidad "Tú que no quisiste sacrificios ni ofrendas, me has preparado un cuerpo. No te agradaban ni holocaustos ni sacrificios por los pecados. Entonces yo dije
'Dios, ¡Aquí estoy! He venido para cumplir tu voluntad'" (10:5-7). La Carta a los Hebreos nos está diciendo que, en obediencia a la voluntad del Padre, la Palabra Eterna viene entre nosotros a ofrecer el sacrificio que sobrepasa todo sacrificio ofrecidos bajo la antigua Alianza. El suyo es el eterno y perfecto sacrificio que redime el mundo.
El divino plan es revelado gradualmente en el Antiguo Testamento, particularmente en las palabras del Profeta Isaías a quien acabamos de escuchar: "El Señor mismo te dará una señal . Y es ésta: la virgen concebirá a un niño a quien llamara Emanuel" (7:14). Emanuel - Dios con nosotros. En estas palabras, el inigualable evento que tendría lugar en Nazaret en la plenitud del tiempo es profetizado, y es este evento el que estamos celebrando aquí con intensa alegría y felicidad.
3. nuestra peregrinación jubilar ha sido una jornada del espíritu, que comenzó en las huellas de Abraham, "nuestro padre en la fe" (Canon Romano; cf. Rom 4:11-12). Esa jornada nos ha traído hoy a Nazaret, donde nos encontramos con María, la más auténtica hija de Abraham. Es María por sobre todos los demás quien puede enseñarnos lo que significa vivir la fe de "nuestro padre". En muchos sentidos, María es claramente diferente de Abraham; pero de forma más profunda "el amigo de Dios" (cf. Is 41:8) y la joven mujer de Nazaret son muy parecidos.
Ambos reciben una maravillosa promesa de Dios. Abraham sería padre de un hijo, de quien descendería una gran nación. María es será la Madre de un Hijo que será el Mesías, el Ungido. "¡Escucha!", dice Gabriel, "Darás a luz un hijo
El Señor Dios le dará el trono de David su padre
y su reino no tendrá fin" (Lc 1:31-33).
Como Abraham, a María se le pide decir sí a algo que nunca antes había ocurrido. Sara es la primera en la lista de las mujeres estériles de la Biblia que concibe por el poder de Dios, así como Isabel sería la última. Gabriel habla de Isabel para asegurar a María: "Conoce esto también: tu prima Isabel, a su edad avanzada, ha concebido un hijo". (Lc 1:36).
Como Abraham, María debe caminar a través de una oscuridad, en la que sólo deberá confiar en Quien la llamó. Aún su pregunta, "¿Cómo será esto?", sugiere que María está lista para decir sí, a pesar de sus temores e incertidumbres. María no pregunta si la promesa será posible, sino sólo cómo será cumplida. No sorprende, además, cuando finalmente pronuncia su fiat: "He aquí la sierva del Señor. Hágase en mí según tu palabra" (Lc 1:38). Con estas palabras, María se muestra como la auténtica hija de Abraham, y se convierte en la Madre de Cristo y la Madre de todos los creyentes.
Fiat. Hágase. Con esta palabra Dios creó el mundo, con todas sus maravillas. La tierra y el cielo, los astros, las aguas, las plantas, los animales, el hombre. "Y vio que era bueno" (cf. Gn 1). El hombre canta con el salmista al contemplar la creación: ¡Grandes y admirables son tus obras Señor! Esta primera creación, Dios la realizó sin depender de nadie. Por amor lo quiso así y creó con su libre voluntad.
Al hombre lo creó "a su imagen y semejanza" (Gn 1, 26), y le dio el don de la libertad. Lo hizo capaz de responder 'sí ' o 'no' a su voz. Y el hombre pecó, se dejó engañar por la serpiente y le volvió la espalda a su Dios. Entonces, de nuevo movido por el amor, Dios emprendió la obra de una nueva creación, una segunda creación: decidió salvar al hombre del pecado. "Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo único" (Jn 3, 16).
El fiat de María fue la segunda la segunda creación, la obra redentora del hombre, provoca en nosotros un asombro aún mayor que la primera. Porque ahora Dios no quiso actuar por sí solo, aunque podía hacerlo así. Prefirió contar con la colaboración de sus creaturas. Y entre ellas, la primera de la que quiso necesitar fue María. ¡Atrevimiento sublime de Dios que quiso depender de la voluntad de una creatura! El Omnipotente pidió ayuda a su humilde sierva. Al 'sí' de Dios, siguió el 'sí' de María. Nuestra salvación dependió en este sentido de la respuesta de María.
San Lucas, en el capítulo 1 de su Evangelio, traza algunas características del asentimiento de la Virgen. Un fiat progresivo, en el que el primer paso es la escucha de la palabra. El ángel encontró a María en la disposición necesaria para comunicar su mensaje. En la casa de Nazaret reinaban la paz, el silencio, el trabajo, el amor, en medio de las ocupaciones cotidianas. Después la palabra es acogida: María la interioriza, la hace suya, la guarda en su corazón. Esa palabra, aceptada en lo profundo, se hace vida. Es una donación constante, que no se limita al momento de la Anunciación. Todas las páginas de su vida, las claras y las oscuras, las conocidas y las ocultas, serán un homenaje de amor a Dios: un 'sí' pronunciado en Nazaret y sostenido hasta el Calvario. El fiat de María es generoso. No sólo porque lo sostuvo durante toda su vida, sino también por la intensidad de cada momento, por la disponibilidad para hacer lo que Dios le pedía a cada instante.
Como Dios quiso necesitar de María, ha querido contar con la ayuda que nosotros podemos prestarle. Como Dios anhelaba escuchar de sus labios purísimos "Hágase en mí según tu palabra" (Lc 1, 38), Dios quiere que de nuestra boca y de nuestro corazón brote también un 'sí' generoso. Del fiat de María dependía la salvación de todos los hombres. Del nuestro, ciertamente no. Pero es verdad que la salvación de muchas almas, la felicidad de muchos hombres está íntimamente ligada a nuestra generosidad.
Cada día es una oportunidad para que nosotros también pronunciemos un fiat lleno de amor a Dios, en las pequeñas y grandes cosas. Siempre decirle que sí, siempre agradarle. El ejemplo de María nos ilumina y nos guía. Nos da la certeza de que aunque a veces sea difícil aceptar la voluntad de Dios, nos llena de felicidad y de paz.
Cuando Dios nos pida algo, no pensemos si nos cuesta o no. Consideremos la dicha de que el Señor nos visita y nos habla. Recordemos que con esta sencilla palabra: fiat, sí, dicha con amor, Dios puede hacer maravillas a través de nosotros, como lo hizo en María.
La escena de la anunciación ocupa de manera casi constante el pensamiento de la Iglesia durante el adviento. Aparece con toda claridad la incomparable importancia de María en el plan de la Salvación. Según la tradición católica, el fiat de María, su "sí" rotundo al papel que Dios pensó para ella, tuvo importancia decisiva a la hora de realizarse el plan de Dios para salvar a la humanidad.
"Al abrazar con todo el corazón y sin entorpecimiento de pecado alguno la voluntad salvífica de Dios, se consagró totalmente como esclava del Señor a la persona y a la obra de su Hijo, sirviendo con diligencia al misterio de la redención con él y bajo él, con la gracia de Dios Omnipotente" (LG 53 y 56).
En la liturgia revivimos la escena de la anunciación, escuchamos el diálogo entre el ángel y la Virgen, vivimos el suspenso de aquel momento que precede a la palabra de consentimiento. Fue un momento de decisión que llamamos a veces el "momento de la verdad".
Se hace una opción, y a partir de ese momento la vida toma un curso nuevo. Ponemos en marcha una serie de acontecimientos que afectan no sólo a nuestro destino, sino también al de otros.
La Virgen María no dudó. Simplemente pidió una explicación: "¿Cómo puede suceder eso?". No había tiempo para pensar las cosas con profundidad. No era posible prever todas las consecuencias de su decisión. En realidad, la perspectiva debió de haber sido pavorosa, e hizo lo único que podía en aquellas circunstancias: hizo un acto de fe y dijo sí a la propuesta de Dios.
Su respuesta no solo fue pronta y sin reservas, sino gozosa. Ella respondió con gozo a la buena nueva que le llevó el ángel. Ella aceptó el don divino a favor de todos nosotros; y la humanidad asintió en ella a su salvación.
María está presente a lo largo de todo el adviento. Ella posee el secreto de este tiempo. Adviento es el tiempo de la esperanza, y nosotros invocamos a Nuestra Señora como Mater Spei, o Spes Nostra Salve. Ella es la esperanza de la Iglesia y de cada uno de sus miembros. En su estado actual de gloria, unida perfectamente en cuerpo y alma con el Señor, vemos a qué alturas estamos llamados también nosotros.
"En ella la Iglesia admira y ensalza el fruto más espléndido de la redención y la contempla gozosamente como una purísima imagen de los que ella misma, toda entra, ansía y espera" SC 103.
Siguiendo el modelo de María, "Mujer de esperanza que supo acoger, como Abraham, la voluntad de Dios, esperando contra toda esperanza" (TMA 48), se invita a los fieles a prepararse a salir al encuentro del Salvador que viene.
"Los fieles que viven con la liturgia el espíritu del Adviento, al considerar el inefable amor con que la Virgen Madre esperó al Hijo, se sentirán animados a tomarla como modelo y a prepararse, "velando en oración y cantando en alabanza para salir al encuentro del Salvador que viene" (Pablo VI, Marialis Cultus, 3-4).
2.-¿MARIA PODIA HABER DICHO QUE NO?
La respuesta de María al mensaje divino del Ángel requería toda la fuerza de una libertad purísima, abierta al don más grande que pueda imaginarse y también a la cruz más pesada que jamás se haya puesto sobre el corazón de madre alguna (la "espada" de que le habló Simeón en el Templo) . Aceptar la Voluntad de Dios conllevaba para la Virgen cargar con un dolor inmenso en su alma llena del más exquisito amor. Saber, como hubo de saber María - al menos por la instrucción que recibió de la Sagrada Escritura, como todos los israelitas y su singular agudeza intelectual - que Dios le proponía ser madre de quien estaba escrito: «No hay en él parecer, no hay hermosura que atraiga las miradas, ni belleza que agrade.Despreciado, desecho de los hombres, varón de dolores, conocedor de todos los quebrantos, ante quien se vuelve el rostro, menospreciado, estimado en nada» . Era muy duro aceptar tal suerte para quien había de querer mucho más que a Ella misma. La Virgen María necesitó toda la fuerza de su voluntad humana, las virtudes infusas y los dones del Espíritu Santo en plenitud para poder decir - con toda consciencia y libertad - su fiat al designio divino.
Esta enorme riqueza espiritual no rebaja un punto su mérito: sencilla y grandiosamente hace posible lo que sería humanamente imposible: da a María la capacidad del sí rotundo. Ella puso su entera y libérrima voluntad. Para entendernos: Dios me ha dado a mí la gracia de responder afirmativamente a mi vocación divina. Sin esa gracia no habría podido decir que sí; pero con ella no quedé forzado a decirlo. Podía haber dicho que no sin ofenderle, pues, en principio, la vocación divina no es un mandato inesquivable, sino una invitación: "si quieres, ven y sígueme" .
La Virgen María fue libérrima en todo momento. La libertad no consiste en la posibilidad de hacer el mal (esa posibilidad es en nosotros un signo, pero también una imperfección de la libertad y, si caemos en ella, un detrimento de nuestra capacidad de elegir el bien). Lo que define a la libertad humana es propiamente la autodeterminación, la capacidad de dirigir los propios actos moviéndose por sí misma al bien que conviene a su naturaleza. La Virgen eligió siempre, no ya "cosas buenas", sino, con amor indecible, aquellas cosas buenas que Dios le proponía. Podía, a veces, haber dicho que no sin ofenderle. Pero su fiat radicado en un amor sin sombra de egoísmo, fue entero y constante a los requerimientos divinos. «Con razón piensan los Santos Padres que María no fue un instrumento puramente pasivo en las manos de Dios, sino que cooperó a la salvación de los hombres con fe y obediencia libres»
Ante la voluntad de Dios, María no tenía más que una respuesta: aceptarla. Y proclamándose "esclava del Señor," frase usual en el ambiente oriental para hablar con un superior, acepta sus designios, que es una muestra de confianza (fe) en la Palabra de Dios y de sus efectos: humildad y obediencia. En la antigüedad, en época de esclavos, es donde hay que valorar esta expresión. El esclavo no tenía voluntad propia ni querer fuera del de su amo. Así María, ante Dios, no tenía otro querer que el suyo.
3.-EL FIAT DE MARIA Y SU RELACCIÓN CON LA REDENCIÓN.
La joven María expresa su "fiat", da su sí incondicional y acoge alegre y decidida su misión: He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra (Lc 1,38). Con esta sencilla aceptación, la Virgen afirma su vocación solemne, sobreviene el sublime milagro, se produce el acontecimiento más extraordinario, en sí contradictorio: Una virgen que concibe y es madre; Dios que se hace hombre y que convive con el hombre y nosotros vimos, en su divinidad, su gloria, su gracia y su verdad; Dios, hijo Unigénito de Dios y Dios, hijo de María de Nazaret:
Y el Verbo se hizo carne,
y habitó entre nosotros
y nosotros vimos su gloria,
gloria cual de Unigénito, del Padre,
lleno de gracia y de verdad (Jn 1,14).
María no duda de la posibilidad del hecho propuesto, no pide una señal como hizo Zacarías, sólo indaga el modo de su realización y, cuando sabe cómo ha de realizarse, se pone a total servicio ante la voluntad de Dios, porque Ella es su esclava. Ella se siente y se proclama esclava de Dios. Está dispuesta a hacer todo lo que el Señor le mande.
Y como su esclava, se entrega por entero y así el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra (Lc 1, 35): La nube como manifestación de Yahvé, cubría a veces el Templo; Ella es el nuevo Templo y el Espíritu Santo la cubre con su sombra de fecundación. Con lo cual, María hace carne de su carne al Verbo, la Palabra de Dios, que existiendo desde el principio, pues vive y es en la eternidad, viene al mundo en la temporalidad a iluminarlo con la verdad del amor, no por deseo de hombre, sino por Dios:
Existía la luz verdadera,
que, con su venida a este mundo,
ilumina a todo hombre (Jn 1,9).
Así María, hija de Adán, al aceptar el mensaje divino, se convirtió en Madre de Jesús, y al abrazar de todo corazón y sin entorpecimiento de pecado alguno la voluntad salvífica de Dios, se consagró totalmente como esclava del Señor a la persona y a la obra de su Hijo, sirviendo con diligencia al misterio de la redención con El y bajo El, con la gracia de Dios Omnipotente. Con razón, pues, piensan los Santos Padres que María no fue un instrumento puramente pasivo en las manos de Dios, sino que cooperó a la salvación de los hombres con fe y obediencia libres. Como dice San Ireneo, «obedeciendo, se convirtió en causa de salvación para sí misma y para todo el género humano». Por eso no pocos Padres antiguos afirman gustosamente con él en su predicación que «el nudo de la desobediencia de Eva fue desatado por la obediencia de María; que lo atado por la virgen Eva con su incredulidad, fue desatado por la virgen María mediante su fe»; y comparándola con Eva, llaman a María «Madre de los vivientes», afirmando aún con mayor frecuencia que «la muerte vino por Eva, la vida por María» (LG 56).
Los Libros Sagrados y la Tradición Respetable destacan con claridad el cometido de la madre de Jesús en la historia de la salvación. En la Antigua Escritura, hay páginas que anuncian la venida de Cristo a este mundo y ponen de manifiesto, como se ha interpretado por la revelación posterior, la figura de una mujer madre del Salvador. Así lo indica de modo profético la promesa de victoria sobre la serpiente que Dios dirige al hombre y a la mujer, tras cometer su desobediencia (Gn 3,15). Una mujer joven y virgen dará a luz un hijo, Emmanuel (Is 7, 14; Mq 5, 2; Mt 1,23). En María, se cumple, luego de la larga espera de los tiempos, aquella promesa en su culminación: de su carne se hace carne el Unigénito del Padre y habitó entre nosotros (Jn 1,14).
La Lumen gentium precisa: "Esta unión de la Madre con el Hijo en la obra de la salvación se manifiesta desde el momento de la concepción virginal de Cristo hasta su muerte. En primer lugar, cuando María, poniéndose con presteza en camino para visitar a Isabel, fue proclamada por ésta bienaventurada a causa de su fe en la salvación prometida, a la vez que el Precursor saltó de gozo en el seno de su madre (cf. Lc 1,41-4s); y en el nacimiento, cuando la Madre de Dios, llena de gozo, presentó a los pastores y a los Magos a su Hijo primogénito, que, lejos de menoscabar, consagró su integridad virginal. Y cuando hecha la ofrenda propia de los pobres lo presentó al Señor en el templo y oyó profetizar a Simeón que el Hijo sería signo de contradicción y que una espada atravesaría el alma de la Madre, para que se descubran los pensamientos de muchos corazones (cf. Lc 2,34-3 s). Después de haber perdido al Niño Jesús y haberlo buscado con angustia, sus padres lo encontraron en el templo, ocupado en las cosas de su Padre, y no entendieron la respuesta del Hijo. Pero su Madre conservaba todo esto en su corazón para meditarlo (cf. Lc 2,41-51)" (LG, 57).
-María por ser Madre del Redentor, tuvo íntima participación en la obra redentora de su Hijo, así lo detallan las Sagradas Escrituras:
Pero, al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley"", Gálatas 4:4
María participo en la Corredención dando a luz a Cristo, tal y como el ángel se lo anunció:
31 vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús.
32 El será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre;
33 reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin." Lucas 1:31-33
Sabemos que Dios es todo poder, e ilimitado y que podía haber venido al mundo por si mismo sin necesidad de encarnarse en el vientre de María y sin embargo el Creador del mundo prefirió nacer como niño y tener una Madre, es pues esto una prueba de su corredención pues participo en ella al dar a luz al Salvador y Redentor del Mundo.
Recordemos dos cosas, que la Biblia señala y que son muy importantes respecto a este punto, el ser corredentora por ser su Madre:
"Hemos sido santificados merced a la oblación de una vez para siempre del cuerpo de Jesucristo" (Hb 10:10)
El cuerpo de Jesucristo le es dado a través de la libre, activa y única cooperación de la Virgen María. Gracias a María Cristo se encarno y tomo cuerpo, esa colaboración de María es parte de su corredención.
"Pero si caminamos en la luz, como él mismo está en la luz, estamos en comunión unos con otros, y la sangre de su Hijo Jesús nos purifica de todo pecado." 1 Juan 1:7
Las sangre del Redentor nos redimió, y nos purifico de los pecados, y recordemos que la sangre y el cuerpo los heredo de Maria. Todo el que nace de una mujer tiene sangre y cuerpo similares.Es por eso que Maria al darle la sangre y el cuerpo participio más que nadie en la redención.
¿Acaso la sangre de Cristo no era la sangre de María?
María dio al mundo al Salvador con plena conciencia y deliberación. Ilustrada por el ángel sobre la persona y misión de su Hijo, otorgó libremente su consentimiento para ser Madre de Dios, Lucas 1:38. De su consentimiento dependía la encarnación del Hijo de Dios y la redención de la Humanidad por la satisfacción vicaria de Cristo. María en este instante de la salvación, representaba a toda la humanidad. Dice Santo Tomás:
"En la anunciación se esperaba el consentimiento de la Virgen como representante de toda la naturaleza humana" S.th III 30,1.
-El título Corredentora, que viene aplicándose a la Virgen desde el siglo XV y que aparece también durante el pontificado de Pio X en algunos documentos de la Iglesia no debe entenderse en el sentido de una equiparación de la acción de María con la labor salvadora de Cristo que es el único redentor de la humanidad( 1Tim 2:5). La Virgen misma necesitaba la redención y fue redimida por Cristo. La cooperación de María en la redención es indirecta y mediata, por cuanto ella puso voluntariamente toda su vida en servicio del Redentor, tanto en la anunciación como luego padeciendo e inmolándose con Él al pie de la cruz.
¡Dios les Bendiga!
Fuentes:
http://www.mercaba.org/
http://www.foroexegesis.com.ar/
COMENTARIO DE ALBERTO COLUNGA SOBRE EVANGELIO DE SAN LUCAS.
MADRE DE DIOS Y MADRE NUESTRA. INICIACIÓN A LA MARIOLOGÍA" (Ediciones Rialp. Madrid) de Antonio Orozco)
MANUAL DE TEOLOGIA DOGMATICA. Ludwing Ott
Publicado por Ernesto William en 1:07 p.m.
domingo, diciembre 13, 2009
Por qué el Protestantismo Nunca Sobrevivirá?
Génesis 3:1-6
Publicado por Ernesto William en 12:38 p.m.
Labels: Apologetica, Catolica, Iglesia, verdad
viernes, noviembre 20, 2009
"La Tradición no cierra el acceso a la Escritura, sino que lo abre"
Benedicto XVI y Biblia: método histórico-crítico sí, pero desde el Magisterio
"La Tradición no cierra el acceso a la Escritura, sino que lo abre"
"Si la exégesis quiere ser también teología, debe reconocer que sin la fe de la Iglesia, la Biblia permanece como un libro sellado: la Tradición no cierra el acceso a la Escritura, sino que más bien lo abre".
Así lo explicó este lunes el obispo de Roma a los profesores y alumnos del Pontificio Instituto Bíblico, institución que fue fundada en 1909 por san Pío X, dirigida por la Compañía de Jesús, al recibirles hoy en el Vaticano con motivo de las celebraciones del centenario.
El Papa aludió al largo debate sobre el método histórico-crítico de investigación de la Escritura, que pretende investigar el significado de los textos bíblicos a través del contexto histórico y la mentalidad de la época, aplicando las ciencias modernas.
Benedicto XVI explicó que el Concilio Vaticano II ya aclaró, en la constitución dogmática Dei Verbum, "la legitimidad y la necesidad del método histórico-crítico", al que "reconducía a tres elementos esenciales: la atención a los géneros literarios, el estudio del contexto histórico; el examen de lo que se acostumbra llamar Sitz im Leben".
Al mismo tiempo, "el documento conciliar mantiene firme al mismo tiempo el carácter teológico de la exégesis, indicando los puntos de fuerza del método teológico en la interpretación del texto".
"El fundamento sobre el que reposa la comprensión teológica de la Biblia es la unidad de la Escritura", lo que implica "la comprensión de los textos individuales a partir del conjunto", explicó el Papa .
"Siendo la Escritura una sola cosa a partir del único pueblo de Dios, que ha sido su portador a través de la historia, en consecuencia leer la Escritura como unidad significa leerla a partir de la Iglesia como de su lugar vital, y considerar la fe de la Iglesia como la verdadera clave de interpretación", añadió.
Recordó también que quien tiene "la palabra decisiva" en la interpretación de la Escritura es "a la Iglesia, en sus organismos institucionales".
"Es la Iglesia, de hecho, a quien se le ha confiado el oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios escrita y transmitida, ejerciendo su autoridad en el nombre de Jesucristo", afirmó.
Fidelidad fructífera
El Papa quiso reconocer la importante labor desarrollada durante décadas por la Compañía de Jesús a través de sus facultades en Roma y Jerusalén, ante el Prepósito General de la orden, padre Adolfo Nicolás Pachón, que se hallaba en el encuentro.
"En el transcurso de este siglo, ciertamente ha aumentado el interés por la Biblia y, gracias al Concilio Vaticano II, sobre todo a la Constitución dogmática Dei Verbum - de cuya elaboración fui testigo directo, participando como teólogo en las discusiones que precedieron su aprobación - se ha advertido mucho más la importancia de la Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia", afirmó el Papa.
Recordó al respecto la contribución del Instituto, con "la investigación científica bíblica, con la enseñanza de las disciplinas bíblicas y la publicación de estudios cualificados y revistas especializadas".
La actividad del Pontificio Instituto Bíblico, "aunque ha conocido momentos de dificultad, ha sido llevada en fidelidad constante al Magisterio", añadió el Papa.
"Demos gracias al Señor por esta actividad vuestra que se dedica a interpretar los textos bíblicos en el espíritu en el que fueron escritos, y que se abre al diálogo con las demás disciplinas, con las distintas culturas y religiones".
[Por Inma Álvarez]
Publicado por Ernesto William en 8:23 a.m.
Labels: Apologetica, Sagrada escritura
miércoles, noviembre 18, 2009
LA DEVOCIÓN A LOS DIFUNTOS en los primeros cristianos
VER VÍDEO SOBRE LAS CATACUMBAS |
(Apocalipsis 7,13-15)
El cristianismo en sus primeros siglos no rechazó el culto para con los difuntos de las antiguas civilizaciones, sino que lo consolidó, previa purificación, dándole su verdadero sentido trascendente, a la luz del conocimiento de la inmortalidad del alma y del dogma de la resurrección; puesto que el cuerpo —que durante la vida es "templo del Espíritu Santo" y "miembro de Cristo" (1 Cor 6,15-9) y cuyo destino definitivo es la transformación espiritual en la resurrección— siempre ha sido, a los ojos de los cristianos, tan digno de respeto y veneración como las cosas más santas.
Vemos, en efecto, que a imitación de lo que hicieron con el Señor José de Arimatea, Nicodemo y las piadosas mujeres, los cadáveres eran con frecuencia lavados, ungidos, envueltos en vendas impregnadas en aromas, y así colocados cuidadosamente en el sepulcro.
En las actas del martirio de San Pancracio se dice que el santo mártir fue enterrado "después de ser ungido con perfumes y envuelto en riquísimos lienzos"; y el cuerpo de Santa Cecilia apareció en 1599, al ser abierta el arca de ciprés que lo encerraba, vestido con riquísimas ropas.
Pero no sólo esta esmerada preparación del cadáver es un signo de la piedad y culto profesados por los cristianos a los difuntos, también la sepultura material es una expresión elocuente de estos mismos sentimientos. Esto se ve claro especialmente en la veneración que desde la época de los primeros cristianos se profesó hacia los sepulcros: se esparcían flores sobre ellos y se hacían libaciones de perfumes sobre las tumbas de los seres queridos.
Andando el tiempo, las áreas funerarias se ensancharon, a veces por iniciativa de la misma Iglesia. Es típico el caso de las catacumbas de San Calixto: la Iglesia asumió directamente su administración y organización, con carácter comunitario.
Podían profesar su fe libremente, construir lugares de culto e iglesias dentro y fuera de las murallas de la ciudad y comprar lotes de tierra sin peligro de que se les confiscasen.
Sin embargo, las catacumbas siguieron funcionando como cementerios regulares hasta el principio del siglo V, cuando la Iglesia volvió a enterrar exclusivamente en la superficie y en las basílicas dedicadas a mártires importantes.
Pero la veneración de los fieles se centró de modo particular en las tumbas de los mártires; en realidad fue en torno a ellas donde nació el culto a los santos. Sin embargo, este culto especialísimo a los mártires no suprimió la veneración profesada a los muertos en general. Más bien podría decirse que, de alguna manera, quedó realzada.
En efecto: en la mente de los primeros cristianos, el mártir, víctima de su fidelidad inquebrantable a Cristo, formaba parte de las filas de los amigos de Dios, de cuya visión beatifica gozaba desde el momento mismo de su muerte: ¿qué mejores protectores que estos amigos de Dios?
Los fieles así lo entendieron y tuvieron siempre como un altísimo honor el reposar después de su muerte cerca del cuerpo de algunos de estos mártires, hecho que recibió el nombre de sepultura ad sanctos.
Por su parte, los vivos estaban también convencidos de que ningún homenaje hacia sus difuntos podía equipararse al de enterrarlos al abrigo de la protección de los mártires.
Consideraban que con ello quedaba asegurada no sólo la inviolabilidad del sepulcro y la garantía del reposo del difunto, sino también una mayor y más eficaz intercesión y ayuda del santo.
Así fue como las basílicas e iglesias, en general, llegaron a constituirse en verdaderos cementerios, lo que pronto obligó a las autoridades eclesiásticas a poner un límite a las sepulturas en las mismas.
De ahí que a pesar de las prohibiciones a que se vio obligada para evitar abusos, permaneció firme en su voluntad de honrarlos.
Y así se estableció que, antes de ser enterrado, el cadáver fuese llevado a la Iglesia y, colocado delante del altar, fuese celebrada la Santa Misa en sufragio suyo.
Esta práctica, ya casi común hacia finales del s. IV y de la que San Agustín nos da un testimonio claro al relatar los funerales de su madre Santa Mónica en sus Confesiones, se ha mantenido hasta nuestros días.
San Agustín también explicaba a los cristianos de sus días cómo los honores externos no reportarían ningún beneficio ni honra a los muertos si no iban acompañados de los honores espirituales de la oración: "Sin estas oraciones, inspiradas en la fe y la piedad hacia los difuntos, creo que de nada serviría a sus almas el que sus cuerpos privados de vida fuesen depositados en un lugar santo. Siendo así, convenzámonos de que sólo podemos favorecer a los difuntos si ofrecemos por ellos el sacrificio del altar, de la plegaria o de la limosna" (De cura pro mortuis gerenda, 3 y 4).
Comprendiéndolo así, la Iglesia, que siempre tuvo la preocupación de dar digna sepultura a los cadáveres de sus hijos, brindó para honrarlos lo mejor de sus depósitos espirituales. Depositaria de los méritos redentores de Cristo, quiso aplicárselos a sus difuntos, tomando por práctica ofrecer en determinados días sobre sus tumbas lo que tan hermosamente llamó San Agustín sacrificium pretii nostri, el sacrifico de nuestro rescate.
Ya en tiempos de San Ignacio de Antioquia y de San Policarpo se habla de esto como de algo fundado en la tradición. Pero también aquí el uso degeneró en abuso, y la autoridad eclesiástica hubo de intervenir para atajarlo y reducirlo. Así se determinó que la Misa sólo se celebrase sobre los sepulcros de los mártires.
Es decir, que además de algunas Misas especiales que se ofrecían por ellos junto a las tumbas, en todas las demás sinaxis eucarísticas se hacía, como se sigue haciendo todavía, memoria —memento— de los difuntos.
Este mismo espíritu de afecto y ternura alienta a todas las oraciones y ceremonias del maravilloso rito de las exequias.
La Iglesia hoy en día recuerda de manera especial a sus hijos difuntos durante el mes de noviembre, en el que destacan la "Conmemoración de todos los Fieles Difuntos", el día 2 de noviembre, especialmente dedicada a su recuerdo y el sufragio por sus almas; y la "Festividad de todos los Santos", el día 1 de ese mes, en que se celebra la llegada al cielo de todos aquellos santos que, sin haber adquirido fama por su santidad en esta vida, alcanzaron el premio eterno, entre los que se encuentran la inmensa mayoría de los primeros cristianos.
Publicado por Ernesto William en 11:48 a.m.
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