viernes, noviembre 25, 2016

Reflexion: TU SELLO REAL


 

"...hacia el Siglo XII el maestro Agbahar era reconocido por todos en Medina por su sabiduría.

A él concurrían muchos en busca de consejo y aliento.

Yuzzef hizo un largo viaje para llegar a la casa del Maestro y al llegar su turno le dijo:

 

- "Maestro Agbahar, siento que la vida me da menos de lo que merezco...se que debería estar mejor, ser más feliz, poseer más riquezas y sin embargo mi vida es mediocre y en el fondo poco placentera..."

 

- "Bien, bien..." -contestó el maestro- "Mira... en estos momentos tengo un problema yo, así que te pido tu ayuda para resolverlo y luego podremos seguir con lo tuyo".

Yuzzef se sintió sorprendido de que el maestro no tomase en cuenta su pregunta y le saliese con esta respuesta, pero no pudo menos que decir:

- "¿Qué necesita maestro ?"

 

- "Tengo que vender urgente este anillo por no menos de UNA moneda de oro... te pido que tomes tu caballo, vayas al mercado y lo vendas...pero NO ACEPTES MENOS de una moneda de oro !!"

Dicho esto, tomó el anillo de su dedo y se lo entregó a Yuzzef quién -bastante molesto, para que negarlo- subió a su caballo y se dirigió al mercado a cumplir el encargo.

Una vez en el mercado Yuzzef ofreció a la gente que pasaba el anillo pidiendo el precio que el maestro le había indicado.

No consiguió más que burlas de la gente...

- "Una moneda de oro por ese anillo !!!, Muchacho, tú sí que estás loco...te ofrezco tres de cobre y esta daga..."

La mejor oferta que recibió la obtuvo de una dama de buen aspecto quién envió su criado para que ofreciese una moneda de plata.

 

Horas después y ya cuando el mercado empezaba a cerrar, Yuzzef agotado por el esfuerzo y totalmente decepcionado de tan ridículo encargo optó por regresar a la casa del Maestro.

En el viaje de regreso incluso pensó para sus adentros:

- "Será realmente Agbahar tan buen maestro y sabio como se dice ?... o sólo un viejo ñoño y ambicioso que pretende una moneda de oro por este pedazo de lata si valor ?"

 

Al llegar dijo -con cierto tono de molestia en su voz-

- "Agbahar...me desgañité en el mercado ofreciendo este anillo a todos los que pasaron, pero lo máximo que obtuve fue la oferta de UNA moneda de plata..."

 

- "Aha ?..." -dijo el maestro casi sin mirarlo a Yuzzef- "...entonces hazme otro favor. Ve a la casa de Joyero Real que está frente a la Mezquita y dile a él que te indique el valor del anillo...pero NO SE LO VENDAS te ofrezca lo que te ofrezca...has entendido?

Allí partió Yuzzef a cumplir el nuevo encargo, decepcionado y con la sensación de que el viejo lo tomaba como un sirviente y para peor, no había prestado aún ninguna atención a su consulta.

Al llegar al sitio indicado encontró al Joyero Real casi a punto de cerrar su negocio, con algunos ruegos consiguió que entrase nuevamente y analizase el anillo.

 

- "¿Y cuánto cree que puede valer esto?" -preguntó Yuzzef convencido de antemano del escaso valor de la pretendida joya.

- "Bueno...la verdad es que...yo diría..." -titubeaba el Joyero Real mientras miraba el anillo desde todos sus ángulos- "...digamos que podría llegar a valer unas setenta monedas de oro...pero bueno, dado tu apuro yo podría pagarte YA alrededor de cincuenta...cincuenta y tres máximo..."

 

La mandíbula de Yuzzef cayó dando a su rostro una estúpida imagen e impidiéndole artícular palabra alguna. Esto sin duda fue tomado por el Joyero como una hábil estrategia de regateo, ya que sin darle tiempo a recuperarse le dijo.

- "Esta bien, está bien...veo que eres un duro negociante, pero no tengo forma de conseguir más de sesenta y dos monedas de oro en este instante..."

Yuzzef sin poder articular palabra aún, logró recuperar el anillo de la mano del Joyero -que se resistía a soltar la joya- y regresó a la casa de Agbahar.

 

Al ver su rostro sorprendido Agbahar le dijo:

- "¿Hola Yuzzef, que te ha dicho el Joyero?"

- "Realmente no lo puedo creer...cotizó el anillo en 70 monedas de oro y llegó a ofrecerme 62 en ese mismo momento...¿quiere que regrese y se lo venda?"

 

- "No, Yuzzef" -contestó el viejo mientras volvía a colocarse el anillo en su dedo- "conozco el valor del anillo y se trata de una joya más valiosa aún de lo que el pillo del Joyero te la cotizó...este anillo perteneció a Mustafá II el Supremo Sultán, aquí está su sello y cualquier Joyero puede reconocerlo al instante"

 

- "Pero...no entiendo... ¿y por qué nadie en el mercado llegó a ofrecer más que unas pocas monedas de cobre por él?"

 

- "Porque, Yuzzef, para advertir el valor de ciertas cosas hay que ser un experto. La gente en el mercado a lo sumo podría advertir el brillo del oro o el tamaño de una piedra incrustada, pero ninguno de ellos reconocería el Sello Real en el anillo"

 

Luego de invitar a Yuzzef con un gesto de su mano a sentarse, Agbahar prosiguió:

- "Lo mismo ocurre con tu vida...estás esperando que la gente te reconozca...o que el destino te favorezca y no adviertes que el verdadero valor lo da el "sello real" que todos tenemos dentro...regresa y saca provecho de tu vida NO por lo que los demás opinen o te den, sino por el verdadero valor de tu "sello real".


--





--
Cordialmente
Ernesto William Rojas D. e-mail: ewilliamrojasd@gmail.com
skype:  ernesto.william
movil  315-7820672

Asesoría y soporte de sistemas Fenix SIIC,  Altius,ademas de poner a su disposición su software :

GAMMA XXI - Sistema  de Información
Garantizandole la migrasion total de los sistemas antes mencionados

lunes, noviembre 21, 2016

DOMINGO I DE ADVIENTO

27 de Noviembre del 2016

"Estén vigilantes, porque no saben qué día vendrá su Señor"


I. LA PALABRA DE DIOS

Is 2,1-5: "Hacia Él confluirán todas las naciones, caminarán pueblos numerosos"

Visión de Isaías, hijo de Amós, acerca de Judá y de Jerusalén:

Al final de los días estará firmemente establecido el monte de la casa del Señor en la cumbre de las montañas, se elevará por encima de las colinas. Hacia él confluirán todas las naciones, caminarán pueblos numerosos. Dirán:

«Vengan, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob: él nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas; porque de Sión saldrá la ley, de Jerusalén, la palabra del Señor»

Será el árbitro de las naciones, el juez de pueblos numerosos. De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra.

¡Ven, casa de Jacob, caminemos a la luz del Señor!

Sal 121,1-9: "Vamos alegres a la casa del Señor"

¡Qué alegría cuando me dijeron:
«Vamos a la casa del Señor»!
Ya están pisando nuestros pies
tus umbrales, Jerusalén.

Allá suben las tribus,
las tribus del Señor,
según la costumbre de Israel,
a celebrar el nombre del Señor;
en ella están los tribunales de justicia,
en el palacio de David.

Deseen la paz a Jerusalén:
«Vivan seguros los que te aman,
haya paz dentro de tus muros,
seguridad en tus palacios».

Por mis hermanos y compañeros,
voy a decir: «La paz contigo».
Por la casa del Señor, nuestro Dios,
te deseo todo bien.

Rom 13,11-14: "Ya es hora que des­pierten del sueño: nuestra salvación está ya cerca."

Hermanos:

Dense cuenta del momento en que viven; ya es hora que des­pierten del sueño, porque ahora nuestra salvación está más cerca que cuando empezamos a creer. La noche está avanzada, se acerca el día: dejemos las obras de las tinieblas y revistámonos con las armas de la luz.

Conduzcámonos como en pleno día, con dignidad. Nada de comilonas ni borracheras, nada de lujuria ni desenfreno, nada de riñas ni envidias. Al contrario, revístanse del Señor Jesucristo.

Mt 24,37-44: "Estén preparados, porque a la hora que menos piensen vendrá el Hijo del hombre."

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

— «Cuando venga el Hijo del hombre, pasará como en tiempo de Noé.

Antes del diluvio, la gente comía y bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban lle­gó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre:

Dos hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo: a una se la llevarán y a otra la dejarán.

Estén, pues, vigilantes, porque no saben qué día vendrá su Se­ñor.

Entiendan bien que si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón estaría vigilando y no lo dejaría asal­tar su casa.

Por eso, también ustedes estén preparados, porque a la hora que menos piensen vendrá el Hijo del hombre».

II. APUNTES

El profeta Isaías habla en nombre de Dios y denuncia una grave situación: «Hijos crié y saqué adelante, y ellos se rebelaron contra mí» (Is 1,2). Israel se ha apartado de los caminos de Dios: «¡Ay, gente pecadora, pueblo tarado de culpa, semilla de malvados, hijos de perdición! Han dejado a Yahveh, han despreciado al Santo de Israel, se han vuelto de espaldas» (Is 1,4). En Jerusalén ya no se encuentra justicia ni equidad. Asesinatos, robos, alianzas con los bandidos, sobornos, búsqueda de ventajas, injusticias con los huérfanos y las viudas parecen ser el pan de cada día en esta sociedad que al dar la espalda al Dios único se ha llenado de ídolos, de adivinos y evocadores. Rebeldes a Dios se han vuelto altaneros y altivos. Su sacrificio se ha vuelto detestable porque mezclan falsedad y solemnidad y aunque menudean en la plegaria sus manos están manchadas de sangre inocente (ver Is 2,6-17).

En este contexto Dios invita a su pueblo a la conversión, al cambio de conducta: «lavaos, limpiaos, quitad vuestras fechorías de delante de mi vista, desistid de hacer el mal, aprended a hacer el bien, buscad lo justo, dad sus derechos al oprimido, haced justicia al huérfano, abogad por la viuda» (Is 1,16-17). Con el recto obrar es como han de purificarse de todo pecado, es por la obediencia a Dios como alcanzarán su bendición (ver Is 1,18-19).

En medio de esta situación dolorosa, fruto del rechazo de Dios y del abandono de sus leyes, la mirada del profeta se dirige esperanzada hacia los "días futuros". Isaías ve cómo "al final de los días" confluirán hacia Jerusalén los gentiles y pueblos numerosos, reconociendo a Dios como Dios único, acudiendo a Él para ser instruidos en sus caminos, para marchar por sus sendas, sometiéndose a su señorío y reinado, haciendo de Él el juez de pueblos numerosos. Entonces habrá paz, las armas se transformarán en herramientas para el progreso humano y también la casa de Jacob caminará finalmente «a la luz del Señor». Aquel día sería anhelado por generaciones.

Contrasta esta mirada esperanzada de la ciudad santa con el anuncio devastador del Señor Jesús sobre la destrucción de Jerusalén y su Templo: «¿Ven todo esto? Yo les aseguro no quedará aquí piedra sobre piedra que no sea derruida» (Mt 24,2). Los discípulos entonces le dijeron: «Dinos cuándo sucederá eso, y cuál será la señal de tu venida y del fin del mundo» (Mt 24,3). En su mente la destrucción física de Jerusalén y del Templo esta asociada al fin del mundo y a la venida gloriosa del Señor al final de los tiempos, es decir, al momento en que terminará un período de la historia para comenzar uno nuevo con la venida gloriosa del Mesías de Dios y la restauración definitiva del Reino de Israel.

En este diálogo y contexto introduce el Señor la comparación con los días de Noé: «Antes del diluvio, la gente comía y bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban lle­gó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre». Su última venida tendrá un carácter repentino y tomará por sorpresa a muchos por la despreocupación en la que viven con respecto a Dios, a sus leyes y a su venida final. Sin embargo, el Señor que ya vino al encarnarse de María Virgen por obra del Espíritu Santo, volverá nuevamente al final de los tiempos para un juicio y para instaurar la nueva Jerusalén, objeto de las promesas divinas: «Vi un cielo nuevo y una tierra nueva... Y vi la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, de junto a Dios… Y oí una fuerte voz que decía desde el trono: "Esta es la morada de Dios con los hombres". Pondrá su morada entre ellos y ellos serán su pueblo, y Él, Dios-con-ellos, será su Dios» (Ap 21,1-3).

Ante el acontecimiento de su venida última y ante la ignorancia sobre la hora o día, el Señor enseña que sólo cabe una actitud sensata: velar y estar preparados en todo momento. Y para insistir más aún en la necesidad de este estar preparados el Señor pone a sus discípulos otra comparación: «si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón estaría vigilando y no lo dejaría asal­tar su casa». Del mismo modo, el saber que vendrá y la ignorancia del momento mueven a una persona sensata a mantenerse siempre vigilante.

También el apóstol Pablo (2ª. lectura) invita a los creyentes a estar preparados. El suyo es un llamado a "despertar del sueño" dado que «la noche está avanzada» y «se acerca el día». Este "pasar de las tinieblas a la luz" se realiza mediante un esfuerzo serio de conversión que consiste en un proceso simultáneo de despojamiento y revestimiento. De lo que hay que despojarse es de las obras de las tinieblas como los son las orgías y borracheras, las lujurias y lascivias, las rivalidades, pleitos y envidias. De lo que hay que revestirse en cambio es de las armas de la luz, más aún, hay que "revestirse" interiormente de Cristo mismo.

III. LUCES PARA LA VIDA CRISTIANA

«El número de los días del hombre mucho será si llega a los cien años. Como gota de agua del mar, como grano de arena, tan pocos son sus años frente a la eternidad» (Eclo18,9-10). Así medita y reflexiona quien es verdaderamente sabio y sensato.

Quienes creemos en Dios y en su Hijo, el Señor Jesús, no podemos tener una mirada miope, de corto alcance, una mirada que se enfoque solamente en este mundo y en esta vida. Nuestra mirada tiene que ir más allá de lo pasajera que es nuestra vida en este mundo presente (ver 1Cor 7,31), tiene que fijarse en lo que viene después de nuestra muerte y no pasará jamás (ver 2Cor 4,18), tiene que fijarse en la ETERNIDAD. ¡Eso es lo que no puedo perder de vista mientras voy de peregrino en este mundo, porque eso es lo que debo conquistar! ¿De qué me servirá ganar el mundo entero, si al hacerlo, pierdo la vida eterna?

Esta eternidad ciertamente es un don de Dios, un regalo que brota del amor que Él me tiene y de su deseo de hacerme partícipe de su misma vida y felicidad. Mas como todo don y regalo he de acogerlo libremente. En efecto, de que yo le diga "sí" al Señor y del consecuente recto ejercicio que haga día a día de mi libertad, orientando mi vida y mis obras según Dios y sus leyes, depende que alcance la vida eterna que Dios me ofrece y promete: «Lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman» (1Cor 2,9).

En este nuestro peregrinar conviene recordar que cada cual recibirá «conforme a lo que hizo durante su vida mortal» (2Cor 5,10; ver Mt 25,31ss; Mt 10,39; Lc 9,25). Lo que yo merezca quedará sellado y definido en el momento de mi muerte. El día de mi muerte, desconocido para mí, el Señor vendrá a mí. Detrás de mi muerte me encontraré con Cristo. Con Él me encontraré cara a cara para un juicio, que será un juicio sobre el amor. Si soy hallado semejante a Él en el amor, entraré en eterna comunión de amor con Él, junto con el Padre y el Espíritu, y con todos los santos. Si no soy hallado semejante a Él escucharé aquellas terribles palabras: «no te conozco» (ver Mt 25,12), y seré echado fuera de su Presencia. No es castigo, sino consecuencia de la propia opción de rechazar a Dios en mi vida presente.

El no saber en qué momento será la "venida final" (Mc 13,33) o el encuentro definitivo con el Señor a la hora de mi muerte, debe llevarme a estar preparado en todo momento, para que no llegue de improviso y me encuentre "dormido" (ver Mc 13,35-37). La viva conciencia de que llegará ese momento y el no saber ni el día ni la hora es razón poderosa para mantenerme siempre alerta, vigilante, en vela, buscando aprovechar el tiempo presente para despojarme de «las obras de las tinieblas» y revestirme «con las armas de la luz», como recomienda el Apóstol San Pablo (Rom 13,12).

El tiempo de Adviento es un tiempo privilegiado para, de cara al Señor que viene, renovarme en un espíritu de conversión que me lleve a estar preparado cada día, porque hoy mismo puede ser ese día. Atendiendo a la exhortación del Apóstol, esforcémonos por despojarnos de algún vicio y practicar la templanza o moderación al tomar los alimentos o bebidas alcohólicas (ver Catecismo de la Iglesia Católica, 1809), la castidad y pureza en nuestra relación con las personas (ver Catecismo de la Iglesia Católica, 2345; 2348-2356), el perdón y la caridad frente a las injurias recibidas (ver Catecismo de la Iglesia Católica, 1970-1972; 2302-2303), entre otras prácticas apropiadas para este tiempo.

Recordemos que este espíritu de conversión y diaria vigilancia no debe estar motivado tanto por temor sino más bien por amor al Señor que viene. Quien anhela intensamente la llegada de Aquel a quien ama mucho, quien inflamado de amor ansía el Encuentro y Comunión con el Amado, se mantiene esperando, despierto y preparado para cuando Él venga.

IV. PADRES DE LA IGLESIA

«Quiere, pues, que los discípulos siempre anden solícitos. Por esto les dice: "Velad"».
San Juan Crisóstomo

«Vela el que tiene los ojos abiertos en presencia de la verdadera luz; vela el que observa en sus obras lo que cree; vela el que ahuyenta de sí las tinieblas de la indolencia y de la ignorancia».
San Gregorio Magno

«No dijo: velad, tan sólo a aquellos a quienes entonces hablaba y le oían, sino también a los que existieron después de aquellos y antes que nosotros. Y a nosotros mismos, y a los que existirán después de nosotros hasta su última venida (porque a todos concierne en cierto modo), pues ha de llegar aquel día para cada uno. Y cuando hubiera llegado, cada cual ha de ser juzgado así como salga de este mundo. Y por esto ha de velar todo cristiano, para que la venida del Señor no le encuentre desprevenido; pues aquel día encontrará desprevenido a todo aquel a quien el último día de su vida le haya encontrado desprevenido».
San Agustín

«El ladrón mina la casa sin saberlo el padre de familia, porque mientras el espíritu duerme sin tener cuidado de guardarla, viene la muerte repentina y penetra violentamente en la morada de nuestra carne, y mata al Señor de la casa, a quien halló durmiendo. Porque mientras el espíritu no prevé los daños futuros, la muerte, sin él saberlo, le arrastra al suplicio. Mas resistiría al ladrón, si velase, porque precaviendo la venida del Juez, que insensiblemente arrebata a las almas, le saldría al encuentro por medio del arrepentimiento, para no morir impenitente. Quiso, pues, el Señor, que la última hora sea desconocida, para que siempre pueda ser sospechosa; y mientras no la podamos prever, incesantemente nos prepararemos para recibirla».
San Gregorio Magno

V. CATECISMO DE LA IGLESIA

¡Estad en vela, vigilantes!

2612: En Jesús «el Reino de Dios está próximo», llama a la conversión y a la fe pero también a la vigilancia. En la oración, el discípulo espera atento a Aquel que «es y que viene», en el recuerdo de su primera venida en la humildad de la carne, y en la esperanza de su segundo advenimiento en la gloria. En comunión con su Maestro, la oración de los discípulos es un combate, y velando en la oración es como no se cae en la tentación.

2730: Mirado positivamente, el combate contra el yo posesivo y dominador consiste en lavigilancia. Cuando Jesús insiste en la vigilancia, es siempre en relación a Él, a su Venida, al último día y al «hoy». El esposo viene en mitad de la noche; la luz que no debe apagarse es la de la fe: «Dice de ti mi corazón: busca su rostro» (Sal 27,8).

2849: Pues bien, este combate [contra la tentación] y esta victoria sólo son posibles con la oración. Por medio de su oración, Jesús es vencedor del Tentador, desde el principio y en el último combate de su agonía. En esta petición a nuestro Padre, Cristo nos une a su combate y a su agonía. La vigilancia del corazón es recordada con insistencia en comunión con la suya. La vigilancia es «guarda del corazón», y Jesús pide al Padre que «nos guarde en su Nombre» (Jn 17,11). El Espíritu Santo trata de despertarnos continuamente a esta vigilancia. Esta petición adquiere todo su sentido dramático referida a la tentación final de nuestro combate en la tierra; pide la perseverancia final. «Mira que vengo como ladrón. Dichoso el que esté en vela» (Ap 16,15).

El adviento es un tiempo de esperanza

1817: La esperanza es la virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los Cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo. «Mantengamos firme la confesión de la esperanza, pues fiel es el autor de la promesa» (Heb 10,23).

1818: La virtud de la esperanza corresponde al anhelo de felicidad puesto por Dios en el corazón de todo hombre; asume las esperanzas que inspiran las actividades de los hombres; las purifica para ordenarlas al Reino de los Cielos; protege del desaliento; sostiene en todo desfallecimiento; dilata el corazón en la espera de la bienaventuranza eterna. El impulso de la esperanza preserva del egoísmo y conduce a la dicha de la caridad.

1821: Podemos, por tanto, esperar la gloria del Cielo prometida por Dios a los que le aman y hacen su voluntad. En toda circunstancia, cada uno debe esperar, con la gracia de Dios, «perseverar hasta el fin» (ver Mt 10,22) y obtener el gozo del Cielo, como eterna recompensa de Dios por las obras buenas realizadas con la gracia de Cristo. En la esperanza, la Iglesia implora que «todos los hombres se salven» (1Tim 2,4). Espera estar en la gloria del Cielo unida a Cristo, su esposo:

Espera, espera, que no sabes cuándo vendrá el día ni la hora. Vela con cuidado, que todo se pasa con brevedad, aunque tu deseo hace lo cierto dudoso, y el tiempo breve largo. Mira que mientras más peleares, más mostrarás el amor que tienes a tu Dios y más te gozarás con tu Amado con gozo y deleite que no puede tener fin (Sta. Teresa de Jesús).

VI. TEXTOS DE LA ESPIRITUALIDAD SODALITE

"El Adviento nos recuerda ante todo, la dimensión histórico-sacramental de la reconciliación operada por el Señor Jesús. El Dios del Adviento es el Señor de la historia, quien se encarnó en la Virgen de Nazaret, haciéndose en todo semejante a nosotros, menos en el pecado (Heb 4, 15), obteniéndonos el maravilloso don de la reconciliación (2 Cor 5, 17s) . Él nos revela que Dios es amor (1 Jn 4, 8), a la vez que nos enseña que la ley fundamental de la perfección humana es el mandamiento nuevo del amor (Jn 15, 12; Gaudium et Spes, 38).

Asimismo, es en el tiempo de Adviento que se evidencia con mayor fuerza la dimensión escatológica, o de las realidades ultimas, del misterio cristiano. Aquella salvación operada una vez y para siempre, alcanza su plenitud al final de los tiempos, cuando el Señor se manifieste coronado de gloria y majestad. El Adviento, pues, nos recuerda que somos peregrinos y que caminamos bajo la guía de Santa María entre la primera venida del Verbo hecho hombre y la segunda y definitiva venida del Señor; entre el ya de la salvación completada por el Señor y el todavía no de su plena manifestación en su regreso glorioso.

Sin embargo, la tomo de conciencia de la dimensión escatológica trascendente de la vida cristiana no disminuye, sino que acrecienta la preocupación por perfeccionar esta tierra, donde crece el cuerpo de la nueva familia humana (Gaudium et Spes, 39). Cristo nos pide trabajar por un mundo más humano, en un legitimo anhelo por hacer más llevadera nuestra vida terrena, según su Divino Plan (Gaudium et Spes, 38), a través del servicio evangelizador a los hombres".

(Camino Hacia Dios 4, "Adviento, tiempo de espera")


--





--
Cordialmente
Ernesto William Rojas D. e-mail: ewilliamrojasd@gmail.com


GAMMA XXI - Sistema de Información

Reflexion y Vida

Punto de Vista

Bucaramanga

Enlaces que no puedes dejar de ver